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La lucha de los últimos judíos de Egipto

Hablar de judíos egipcios genera la impresión de que todos eran arabófonos y habían estado en Egipto durante cientos de años, cuando en realidad la mayoría solo llegó tras la apertura del Canal de Suez.

El cementerio de Bassatin, el segundo judío más antiguo del mundo tras el Monte de los Olivos
El cementerio de Bassatin, el segundo judío más antiguo del mundo tras el Monte de los Olivoslarazon

Hablar de judíos egipcios genera la impresión de que todos eran arabófonos y habían estado en Egipto durante cientos de años, cuando en realidad la mayoría solo llegó tras la apertura del Canal de Suez.

En el corazón del humilde barrio de Bassatin, a medio camino entre el centro de El Cairo y el distrito de Maadi, más al sur, se erige un austero y elevado muro que parece diseñado para custodiar un secreto con tal recelo que ningún transeúnte pueda alcanzar a espiarlo.

Solo la estrella de David tatuada en una de las puertas de acceso permite intuir lo que de otra forma solo puede avistarse desde los balcones que cuelgan de las sencillas viviendas que se alzan frente al lugar. Desde allí se observa un cementerio desértico con numerosos sepulcros en mal estado, edificaciones a medio construir o a medio derribar, y algunos árboles que florecen sin aparente control entre pares de tumbas y de escombros.

A simple vista pocos adivinarían de que se trata en realidad del segundo cementerio judío más antiguo del mundo, solo superado por el célebre cementerio del Monte de los Olivos de Jerusalén. Acomodado en el siglo XV sobre un terreno donado a la comunidad judía de El Cairo seis siglos antes, el lugar cubre 4.200 metros cuadrados y fue originalmente dividido a partes iguales entre dos grupos de judíos locales, los caraítas y los rabínicos.

Hasta hace apenas unos meses, el histórico cementerio no se encontraba ni amurallado, por lo que había sido víctima frecuente de profanaciones y hurtos que lo habían reducido a poco más que un vertedero en el que deambulaban libremente perros callejeros. El lugar parecía haberse convertido a su manera en el reflejo de la misma comunidad judía de Egipto, desmoronándose irremediablemente a medida que el tiempo pasaba.

Pero las recientes mejoras que ha experimentado el cementerio, con el nuevo muro y el retiro parcial de sus barracas y desechos, son también el fruto de la lucha contrarreloj que la ya diminuta comunidad judía local, que hoy se reduce a menos de diez personas, está librando para conservar su patrimonio y su memoria antes de que sea demasiado tarde.

Los judíos en Egipto

La comunidad judía hunde sus raíces en el país de los faraones desde hace más de dos mil años. Pero fue durante la construcción del Egipto moderno, entre principios del siglo XIX y la revolución de 1952 que catapultó a los militares al poder, cuando experimentó su máximo esplendor. Aquella fue una época en la que la expansión de la economía y la administración del país árabe atrajo migrantes de toda la cuenca mediterránea y el imperio Otomano, formando un idealizado crisol de culturas del que los judíos –que en ocasiones llegaron huyendo de persecuciones en sus países de origen– participaron activamente. En su caso, aterrizaron de lugares tan dispares como Italia y Yemen, el norte de África y la Europa del Este, por lo que nunca moldearon en realidad una comunidad homogénea.

“Hablar de judíos egipcios genera la impresión de que todos eran arabófonos y habían estado en Egipto durante cientos de años, cuando en realidad la mayoría solo llegó tras la apertura del Canal de Suez [1869], para establecerse sobre todo en El Cairo y Alejandría, aunque también en otras pequeñas ciudades como Port Said e Ismailía”, evoca a LA RAZÓN Michael Laskier, un historiador israelí especializado en los judíos del norte de África.

Prueba de esta heterogeneidad que caracterizaba a la comunidad judía en Egipto, que pasó de unas 6.500 personas a más de 60.000 en los años veinte y de 80.000 en los cuarenta, era lo que Laskier llama el caos lingüístico, ya que algunos hablaban árabe egipcio, pero otros recurrían a otros dialectos o al ladino, el francés, el italiano, el turco, el griego, el “yiddish”, el polaco o el ruso. A pesar de sus diferencias, los judíos disfrutaron entonces de una generalizada prosperidad económica, al igual que hicieron otros extranjeros, sobre todo de Europa, lo que facilitó su vertebración en distintas comunidades, con la fundación de escuelas, hospitales y otras instituciones que convivían con el Rabinato.

Políticamente, los años treinta y cuarenta en Egipto fueron una época de relativa libertad, en la que florecieron y fluyeron con cierto caos e incoherencia numerosas ideologías. Para los judíos, la ecuación incluyó el sionismo, que si bien fue en cierto modo marginal entre los locales, contó con federaciones en El Cairo y Alejandría tan pronto como en 1917. Su actividad, además, se vio reforzada con la llegada de emisarios judíos en representación de la Yishuv (la comunidad judía en Palestina previa a Israel) y sus instituciones, como la Haganá, su brazo armado, o la Agencia Judía, centrada en promover la inmigración.

Este dinamismo permitió que incluso se fundaran en Egipto organizaciones sionistas, algunas de las cuales afiliadas a movimientos de la Yishuv como el socialista Hashomer Hatzair o el movimiento revisionista. Estos últimos, dejarían huella en el país de los faraones por el sonado asesinato del entonces ministro de Estado británico en Oriente Medio, Lord Moyne, muerto en 1944 en El Cairo a manos del grupo terrorista Lehi.

Su historia se acabó precipitando en 1948, cuando la desecha militar árabe en la primera guerra arabo-israelí y el establecimiento del Estado de Israel marcó el inicio del fin para la comunidad judía en Egipto. Los grupos sionistas del país pasaron a operar de forma clandestina, y centraron sus esfuerzos en facilitar la migración hacia el flamante Estado.

“Entonces puede que hubiese entre 80.000 y 85.000 judíos en Egipto, y [esas organizaciones] lograron sacar a unos 20.000 fuera del país de forma ilegal, aunque las autoridades debían tener cierto conocimiento,” anota Laskier. “Aunque no fuera un movimiento de masas, el núcleo de activistas sionista logró organizar una inmigración muy sustancial”, agrega.

Aunque muchos, incluso a día de hoy en Egipto, consideran la fundación del Estado de Israel como la causa de la irremediable desaparición de su comunidad judía, no parece que su destino hubiese sido distinto incluso si la historia hubiese tomado otros cauces. En este sentido, el ultranacionalista régimen instaurado en Egipto tras el golpe de Estado de 1952 se mostró siempre muy hostil con todas las minorías del país, y, por lo general, siguió dificultando, cuando no negando, la naturalización de aquellos que no eran musulmanes.

“Tras la revolución de 1952, Egipto no quería a pequeñas minorías religiosas y étnicas porque las consideraba favorables al colonialismo,” interpreta Laskier. Por este motivo, “incluso si Israel no se hubiese creado, el destino de los judíos habría sido el mismo, al igual que lo fue el de otras minorías que nada tenían que ver con Israel como la griega, cuyo gobierno era proárabe y acabó pagando el mismo precio”, plantea el historiador.

Memoria

Actualmente, se cree que en Egipto la comunidad judía suma oficialmente menos de 10 personas, y la más joven de ellas tiene ya 67 años. La cifra real, sin embargo, debe ser algo superior a la decena, puesto que también existen algunos judíos escondidos. Ello se debe a que en el país todo ciudadano debe registrar una religión, de modo que los hijos de un matrimonio entre un musulmán y una judía serán inscritos con la fe del padre, aunque eso pueda no ser así en realidad. En cualquier caso, la comunidad sigue siendo exigua, por lo que ahora todos sus esfuerzos están centrados en preservar todo su legado material e inmaterial antes de que se desvanezca la comunidad y, con ella, su memoria.

“Para los judíos en Egipto, la condición de judío nunca fue tanto una cuestión religiosa como de identidad”, explica a LA RAZÓN un judío egipcio bajo condición de anonimato debido a los recelos que aún genera esta cuestión ante las autoridades egipcias. “La mayoría no hablaba hebreo ni acudía a la sinagoga, y eran parte integral de la sociedad egipcia, como es el caso aún hoy, y por eso aspiramos a conservar el patrimonio”, añade.

Al frente de estos esfuerzos se encuentra la organización Drop of Milk (Gota de Leche), la única activa de la comunidad judía en Egipto. La entidad fue fundada en 1921 como asociación benéfica, y su nombre se inspira en los vasos de leche que daban a la gente mayor y los huérfanos de la comunidad que se encargaban de cuidar. Aprovechando que la organización ya estaba registrada en el Ministerio de Solidaridad egipcio, hace cinco años se optó por modificar sus estatutos y añadir la función de preservar su patrimonio.

Ahora, según lo explicado a este medio por el miembro de la comunidad, la organización cuenta con cuatro grandes proyectos. El primero de ellos pasa por restaurar las 16 sinagogas que descansan en Egipto (13 de ellas en El Cairo) con el fin de reconvertirlas en centros culturales y turísticos, así como reparar y mantener los cementerios, como el de Bassatin. “Todo ello es parte y prueba de la historia de Egipto”, desliza.

Además, la comunidad anhela adaptar tres sinagogas para que acojan tres librerías en las que conservar los 25.000 libros en hebreo que posee, algunos de los cuales datan de hace 400 años, y reivindicada como una de las colecciones más copiosas del mundo fuera de Israel. En Egipto, unas 14 universidades ofrecen estudios hebreos en los que cada año se gradúan entre 1.500 y 2.000 jóvenes sin demasiado acceso a obras de calidad en el idioma.

En tercer lugar, sus miembros confían en poder inaugurar algún día un museo en el que exhibir una historia de armonía y cohabitación. Para ello ya han recibido un permiso –aunque se les concede una licencia de exhibición permanente, no de museo–, y los planes pasan por establecerlo en el centro de El Cairo. “Musulmanes y coptos ya tienen su museo, pero aún no hay uno judío,” se lamenta el miembro de la comunidad.

Finalmente, su cuarto proyecto pasa por registrar artefactos judíos de valor como copas, candeleros o lámparas de las sinagogas, para evitar que se pierdan o sean robadas. “Somos la única identidad religiosa en realizar este proceso en Egipto,” se enorgullece el afiliado.

Para poder llevar a cabo todos estos planes, Drop of Milk animó, desde que retomó la actividad, a que egipcios que no fueran judíos se sumaran a la causa, de modo que ahora la mayoría de sus miembros son musulmanes, coptos y otros cristianos del país.

“En los últimos 20 años, los egipcios no podían diferenciar entre un sionista y un judío, pero este entendimiento está aumentando año tras año,” considera a este medio Kamal Ruhayim, un escritor egipcio musulmán que ha elaborado una celebrada trilogía en la que narra la historia y periplos de un judío egipcio. “Aunque no sean suficientes, los esfuerzos [para preservar su memoria] han sido exitosos en tanto que han sido un toque de atención a los egipcios y han planteado muchas preguntas a las nuevas generaciones,” apunta.

Reconciliación

Las autoridades egipcias, por su parte, se han mostrado receptivas a todas las iniciativas para preservar el patrimonio histórico, a sabiendas de que ello podría atraer a más turistas. Sin embargo, siguen manteniendo un firme control sobre las actividades de los judíos egipcios locales, y su predisposición a colaborar con aquellos en la diáspora, que son quienes les plantean las cuestiones más punzantes, son prácticamente nulas.

Entre los judíos egipcios fuera del país, una de las grandes reivindicaciones incluye los rollos de la Torá de la comunidad, que permanecen en Egipto, algo que consideran injusto dado que la mayor parte de ella ya no vive allí. Pero el aspecto más sensible son, no obstante, los archivos que contienen los registros de identidad de la comunidad desde 1830. En el pasado, estos registros los elaboraban las comunidades religiosas, no el Estado, pero hace tres años fueron donados a Egipto, que se niega ahora a proporcionar una copia de su totalidad a pesar de que tienen efectos en cuestiones como la herencia o a la hora de determinar si algunos de sus miembros son o no judíos de acuerdo con la ley religiosa.

“Estos registros fueron elaborados por nuestros rabinos, pagamos por ellos, y contienen documentación de gente que ni nació en Egipto ni tenían la nacionalidad, y que incluso fueron expulsados del país”, se queja Yves Fedida, un judío egipcio nacido en 1945 en Alejandría y desterrado junto a su familia en 1956.

“Es importante preservar edificios y cementerios, pero una comunidad está formada por individuos, y si escondes y entierras su identidad e impides que se tenga acceso a ellos, estás matando a la comunidad y su memoria,” lamenta Fedida, miembro de Nebi Daniel, una asociación de judíos egipcios en Francia. “Hoy puedo obtener información acerca de quienes murieron en la Inquisición en España y de quienes murieron en la Inquisición en Portugal; hoy puedo obtener detalles de conversos que llegaron a Ámsterdam, y de los judíos que fueron a Suramérica. Pero hoy no puedo disponer de ninguna información de los judíos de Egipto en Egipto. ¿Debo esperar 500 años para tener esa información?,” añade, en tono frustrado. “Ésta sería la mejor forma de reconciliarse con los judíos de Egipto fuera del país, pero no quieren tomar ese camino y no entiendo por qué,” concluye.

Desde que tomó el poder en un golpe de Estado en 2013, el presidente egipcio, el mariscal Abdel Fatah Al Sisi, se ha reivindicado como defensor de los derechos de las minorías religiosas del país árabe. En el caso de los judíos, el “rais” incluso llegó a afirmar en febrero que, si más judíos fueran a vivir a Egipto, estaría abierto a construir nuevas sinagogas. Aunque sus mensajes han hipnotizado a parte de la comunidad internacional, quienes trabajan en la cuestión lo reducen a un mero ejercicio de relaciones públicas. Todos los entrevistados por LA RAZÓN han descartado categóricamente la posibilidad de que la comunidad judía en Egipto tenga ante si cualquier otro destino que su desaparición.

“Egipto tiene un deber de preservar el legado judío en el país, porque es parte de nuestra historia como judíos, pero también de la suya, y eso no está conectado con la presencia de judíos [en el territorio],” considera el diplomático Zvi Mazel, ex embajador de Israel en Egipto entre 1996 y 2001. “¿De verdad creen que los judíos de Egipto, que fueron expulsados del país bajo miedo, van a volver?” apunta, en referencia a la oferta de Al Sisi, antes de disparar: “Es imposible, la propuesta está fuera de toda realidad”.