Río de Janeiro

Las protestas amenazan a Dilma

Crece el malestar entre la clase media brasileña con el Gobierno por gastar más en el Mundial que en los servicios públicos

Dilma Rousseff levanta la Copa del Mundo 2014 junto a el ex jugador brasileño Cafu
Dilma Rousseff levanta la Copa del Mundo 2014 junto a el ex jugador brasileño Cafularazon

En un muro de Sao Paulo el grafiti trata de un niño hambriento que llora por no tener qué comer, pero con una pelota de fútbol servida en un plato. Una pintura que se viralizó y consiguió que más de 40.000 personas compartieran la imagen en Facebook. El artista Paulo Ito es el creador del mural, con el que intenta concientizar a las personas de todo el mundo sobre la situación económica que atraviesan los habitantes más necesitados de Brasil.

Y es que la ecuación es sencilla. Una clase media que se ha ido fortaleciendo durante la última década, tomando conciencia de su realidad. Todo esto en un país que todavía presenta los peores índices de distribución de riqueza del planeta. Súmale miles de favelas, pobreza y corrupción, en medio de obras faraónicas destinadas al fútbol. El resultado: una olla a presión que podría estallar durante el mundial.

Los síntomas no son buenos. Según una encuesta publicada esta semana por Pew Research, el 72% se encuentra insatisfecho con el rumbo del país, mientras que el año pasado el porcentaje de personas que pensaba lo mismo era del 55%. Los resultados del sondeo son publicados un año después de que comenzaran las protestas en Brasil por el aumento de los precios del transporte público y por el enorme gasto público que ha supuesto la organización de la Copa Confederaciones, el Mundial y los Juegos Olímpicos de 2016.

Sin embargo y a pesar de que ese pesimismo redujo la intención de voto de Dilma Rousseff en las encuestas, la mandataria sigue teniendo una enorme ventaja frente a sus contrincantes en las elecciones. El 51% de los brasileños tiene una opinión favorable de la presidente, frente a los que opinan lo mismo del socialdemócrata Aécio Neves (27%) o del socialista Eduardo Campos (24%), según precisa la encuesta. Aunque el daño ya está hecho. El ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva, un aficionado empedernido del club Corinthians, consiguió meterse en el bolsillo a los miembros del COI sin calcular las consecuencias de tamaño desafío. Otra herencia maldita con la que tuvo que lidiar Dilma.

«La dama de hierro» brasileña, ante un grupo de periodistas de medios internacionales en el Palácio da Alvorada, aclaró que «hay un malhumor inexplicable con Brasil», y afirmó estar convencida de que, al final, los brasileños se rendirán ante los encantos del fútbol. La mandataria explicó, a través de una extraña división, que de un total de 63.000 millones de dólares que se han invertido en infraestructura y movilidad urbana, sólo 4.000 millones son exclusivos para el Mundial. «Todo lo demás es para Brasil», agregó.

En cualquier caso, los millonarios gastos –es el mundial más caro de la historia–, la crisis en los servicios públicos, las protestas que no ceden y los incumplimientos de los plazos en las obras abren interrogantes en todo el mundo en torno al megaevento que está a punto de empezar. Es, sin embargo, la clase media que se gestó durante los Gobiernos de Cardoso y Lula la que protagoniza las protestas.

La huelga del metro paulista que continua es una muestra de las posibilidades que tienen de trastornar el Mundial. Los más de 3,5 millones de personas que usan el transporte público en días de semanas tuvieron que lidiar con el caos provocado por el paro, que afectó totalmente a dos de las líneas del metro y parcialmente a las otras tres. Hasta ahora generalmente han resultado efectivas, como en el caso de los agentes de policía y recolectores de basura en Río de Janeiro, que obtuvieron aumentos salariales.

Inseguridad

La inseguridad es otro de los puntos fundamentales. Con más de 100.000 agentes de las Fuerzas de Seguridad, ciudades monitoreadas al más puro estilo «Gran Hermano», y el Ejercito ocupando las barriadas más inseguras, el Gobierno espera lograr que los eventos se desarrollen con relativa calma.

«Pero como podrán contener las 1.000 favelas que rodean Rio», comenta el conductor de camiones Pedro Araujo, atrapado en un atasco maratoniano. «¿Qué pasará si los olvidados deciden bajar de los cerros y reclamar lo suyo? Pero sobre todo, ¿qué pasará si Brasil pierde en primera ronda? Entonces el desastre sería mayúsculo», asegura.