Venezuela
Los aliados de Maduro
La crisis venezolana se ha convertido en un asunto geopolítico importante, ya que durante mucho tiempo ha estado en el foco de tres grandes actores: EE UU, China y Rusia.
La crisis venezolana se ha convertido en un asunto geopolítico importante, ya que durante mucho tiempo ha estado en el foco de tres grandes actores: EE UU, China y Rusia.
La crisis venezolana se ha convertido en un asunto geopolítico importante, ya que el país, durante mucho tiempo, ha estado en el foco de tres grandes actores: EE UU, China y Rusia. Moscú apareció como el aliado de Caracas desde los tiempos de Hugo Chávez cuando invirtió alrededor de 17.000 millones de dólares en el país tanto directamente, a través de préstamos gubernamentales e indirectamente con las inversiones hechas por parte de la mayor empresa estatal de petróleo, Rosneft.
De 2013 a 2018, Venezuela ha sido uno de los mayores destinos de las exportaciones de armamento rusas con un total de suministro que exceden los 3.400 millones de dólares. China ha sido un socio incluso más importante para el país iberoamericano con una inversión total de más de 70.000 millones de dólares en préstamos estatales y FDI en el sector petrolero. Pero no sólo el dinero, también la postura antiamericana de Caracas ha sido la razón por la que ambos, Moscú y Pekín, hayan respaldado el régimen de Maduro.
Después de que el líder opositor Juan Guaidó se declarase como presidente interino, el 23 de enero, y fuese reconocido tanto por EE UU, como por la mayoría de naciones de Suramérica y, en los últimos días, el Parlamento Europeo, la situación se ha vuelto mucho más sensible. Ahora, claramente se parece a las confrontaciones que ocurrieron durante la Guerra Fría cuando ambos superpoderes apoyaron diferentes regímenes del tercer mundo. Dado que los líderes en Moscú ven ahora el mundo como un campo de batalla geopolítico, consideran cualquier tipo de potencial éxito de EE UU como su propio fallo.
En Pekín, hay mucho más en juego, pues China tiene una ambiciosa estrategia de infiltrarse en los países periféricos y desea que estos consideren su presencia como una especie de «paraguas» geopolítico que les asegura de cualquier interferencia extranjera. Por ello, la cuestión venezolana parece ahora como una confrontación de la Guerra Fría, a una que se centre mucho más en un «activo de valor» mejor que Libia o Siria, y en uno en el que ambas partes no se pueden permitir perder.
Por un lado, la perspectiva de ganar esta batalla para EE UU, y por otro, para Rusia y China, son ahora inciertas. Washington puede presionar al régimen de Maduro económicamente, pero la situación en el país está ya tan deteriorada que no apuesto porque estas sanciones adicionales puedan producir algún cambio. La intervención militar no parece una opción, mientras que la continuación del actual interregnum beneficia a Maduro en lugar de a Guiadó. Los rusos y los chinos se centran ahora en garantizar la seguridad personal de Maduro (hubo algunas filtraciones de que Moscú ya había enviado a Caracas varios centenares de mercenarios mientras que las fuerzas especiales chinas también están ahí) y a asegurar sus acuerdos inversores (la delegación del ministro de Finanzas ruso fue despachada en Venezuela a mediados de enero).
Hablando en plata, la posición de EE UU parece ahora muy convulsa dado que Venezuela se puede dividir perfectamente entre los simpatizantes de Maduro y los de Guaidó, mientras que Trump necesita no sólo un éxito en política exterior, pero también reforzar su encendida postura con China y su «independencia» de la influencia rusa. Por tanto, el cambio de régimen en Venezuela es un resultado que necesita Estados Unidos, mientras que su fallo se convertiría en algo tan doloroso como la derrota de los contrarrevolucionarios en Bahía de Cochinos, en abril de 1961. Los rusos entienden esto bien y por eso se mantendrán firmes detrás de Maduro, proveyéndolo de apoyo financiero y muy probablemente, con asistencia militar, ya que Putin no quiere perder la cara.
Por lo que los poderes Occidentales deben prepararse para una fuerte resistencia por parte de Maduro y sus aliados. Como siempre, los chinos abogarán por la asistencia económica y financiera, mientras que los rusos serán más vocal en organizaciones internacionales y gestionarán cómo proveer el apoyo militar. Pero en cualquier caso, el asunto está lejos de ser resuelto. Para apuntarse una victoria, Occidente debe urgentemente bloquear los activos del régimen, abrir casos criminales en contra de él y sus aliados, urgir a nuevas elecciones y presuponer algunas sanciones contra aquellas naciones que ayudan actualmente al régimen a mantenerse en el poder.
La mejor manera sería que el nuevo gobierno reconfirme sus obligaciones vis a vis con inversores extranjeros y establezca un fondo que opere para así pagar todas las deudas que Venezuela debe al mundo: desde el dinero que fue privado a las compañías occidentales durante las campañas de nacionalización de Chávez a aquellas que fueron introducidas en la economía local por los inversores rusos o chinos. Este tipo de acción mostrará que el mundo civilizado está decidido a resolver la crisis.
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