Internacional

Los republicanos se alían con Marion Le Pen y Farage

Con la invitación a la CPAC se refuerza el vínculo entre el líder de EE UU y los populismos europeos

La Razón
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Con la invitación a la CPAC se refuerza el vínculo entre el líder de EE UU y los populismos europeos.

¿Qué tienen en común Nigel Farage, Marion Maréchal-Le Pen y Donald Trump? Mucho. Y por si alguien lo olvidó, los dos primeros han dedicado estos días a alabar al inquilino de la Casa Blanca. Así lo hizo ayer el que fuera príncipe e ideólogo del Brexit. Invitado a hablar por la Asociación para la Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en ingles). Farage ha recorrido varios platós de televisión mientras regala piropos a Trump. «Eh aquí un hombre que está logrando cosas extraordinarias», sostiene el político británico, «Un tipo que ha superado incluso las expectativas más optimistas». La sobrina de Marine Le Pen, entretanto, no duda en trazar paralelismos entre su ideario y el del presidente de EE UU. A fin de cuentas ambos reniegan de la globalización, a la que acusan de los males de la clase trabajadora. Son, asimismo, dedicados enemigos de una Prensa y unas élites a las que suelen describir como sus bestias negras. Y siempre con el pasado, dorado y mítico, a punto para contraponerse con el presente, incomprensible y corrupto.

Así lo sostuvo desde la tribuna de la CPAC, a la que acudió como oradora invitada. «No me ofende cuando escucho al presidente Donald Trump decir 'América primero'. De hecho, quiero que Estados Unidos sea lo primero para el pueblo estadounidense, quiero que Gran Bretaña sea lo primero para el pueblo británico, y quiero que Francia sea lo primero para los franceses».

Un discurso típicamente chovinista y nacionalista que durante años fue identificado como matriz del populismo. El mismo, con variantes de corte epidérmico, para entendernos, que en EE UU distinguió a demagogos hoy olvidados como el Padre Charles Coughling, furibundo antisemita que en los años treinta llegó a plantearse competir con Roosevelt por la presidencia. O como el propio Henry Ford, siempre proclive a cultivar unas tendencias mesiánicas rastreables, asimismo en figuras como Charles Lindbergh. Todos ellos fueron héroes de la radio o la industria, modelos de conducta, oradores brillantes, y especialistas en invocar las necesidades del pueblo traicionado frente a la casta y las élites. Ninguno alcanzó la presidencia.

Quizá porque como demuestran los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en un libro reciente, «Cómo mueren las democracias», el país supo dotarse de unos controles que impedían su acceso a los centros de poder político. Y sobre todo de una clase política que nunca permitió su ascenso. Pero esos controles fueron arrasados con el triunfo del empresario y demagogo Trump. A nadie le extraña que, lejos de asimilarse en los discursos convencionales de la vieja guardias, suscite el aplauso de radicales como Farage y Le Pen. Sus iguales.