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«Ningún maestro logró adiestrar la personalidad de Churchill»

Randolph Churchill / Bisnieto de Winston ChurchillAllen Packwood / Director del Centro de Archivos Churchill

Randolph Churchill / Bisnieto de Winston Churchill
Randolph Churchill / Bisnieto de Winston Churchilllarazon

Cuando se cumple el 50º aniversario de la muerte de Winston Churchill, LA RAZÓN tiene el privilegio de conversar con las dos personas que mejor conocen la figura del que fue uno de los grandes líderes mundiales. Randolph Churchill, su bisnieto, y Allen Packwood, director del Centro de Archivos de Churchill, repasan su trayectoria política y desvelan anécdotas desconocidas de su vida personal.

–¿Por qué fue Churchill un niño rebelde y solitario?

–Randolph Churchill: Cuando él era pequeño, sus padres ya estaban muy involucrados en política y pasaban poco tiempo en casa. La tradición en aquella época era que los pequeños fueran criados por las niñeras. En la era victoriana además los maestros eran especialmente estrictos con los alumnos y Winston no era una excepción. Aunque ninguno logró adiestrar su gran personalidad.

–Allen Packwood: El propio Churchill explica en su biografía que era un niño salvaje. Los profesores siempre se quejaban de su mala conducta, pero admitían que tenía buenas cualidades. Su rebeldía siempre atendía a la dura disciplina de aquella época.

–¿Se rebelaba también contra su padre? ¿Por qué tenían una relación tan difícil?

–R. Ch: Su padre, Lord Randolph, recibía regularmente malos informes del colegio. Los profesores decían que sólo era constante en su mal comportamiento. Siempre llegaba tarde y volvía a los maestros locos. Y eso entristecía a su padre porque tenía grandes expectativas para él. Pero luego se ha comprobado que, aunque murió cuando él era muy joven, siempre fue su ídolo. Leyó todos los discursos e incluso memorizó muchos de ellos. Además, continuó en el Partido Conservador proyectos que él había empezado. Heredó muchos de sus puntos de vista sobre política, escribió una maravillosa biografía y también le pintó un retrato. Curiosamente hay que decir que los dos murieron un 24 de enero. Siempre estuvo presente en su vida.

–¿Cómo fue la relación con su madre, Jenny Jerome?

–R. CH: Cuando su padre murió y él se convirtió, muy joven, en cabeza de familia, ella supuso un gran apoyo. Fue una figura crucial que hizo posible muchos de sus logros tempranos. Le ayudó con su carrera militar y con los artículos que escribía como corresponsal. Winston decía de ella que no daba puntada sin hilo.

–La biografía publicada por Michael Suelden le presenta como un joven cargado de conquistas. ¿Fue Churchill un «latin lover»?

–(Risas de los dos) A. P: Es cierto que hay una larga lista de nombres con los que se le relacionan. Sin duda, con Pamela Plowden tuvo la relación más seria, pero todo cambió en el momento en que Clementine aparece en escena. Aunque en su juventud las mujeres no eran su prioridad, estaba volcado en hacerse un nombre y en su carrera política.

–Siempre se le asocia al Partido Conservador, pero estuvo 20 años con los liberal-demócratas. ¿Cuál fue la verdadera relación que tenía con los «tories»?

–R. CH: Yo creo que Churchill siempre se mantuvo firme a sus principios y fue el partido quien los cambió, por eso surgieron roces.

–A. P: Se hizo miembro del Partido Conservador, al que había pertenecido su padre. Pero es cierto que pronto empezaron los roces por su postura a favor del libre comercio, al igual que su padre. El mismo día que los conservadores aprobaron las tarifas arancelarias, él se sentó junto a los liberal-demócratas en la Cámara de los Comunes. Y allí fue efectivamente donde su carrera despegó. Tras la I Guerra Mundial, empezó de nuevo a acercar posturas con los conservadores, yo creo que por su miedo al comunismo y al socialismo. Fue entonces cuando dijo su célebre frase: «Cualquiera puede cambiar de partido, pero se necesita cierta imaginación para hacerlo dos veces». Aunque su vuelta levantó algo de sospechas de algunos sectores. De hecho, cuando se convirtió en primer ministro por primera vez, no se hizo automáticamente con el puesto de líder del partido. Eso sólo pasó después de la muerte de Chamberlain.

–Fue uno de los pocos que apoyó a Eduardo VIII cuando empezó su relación con Wallis Simpson provocando nuevos problemas con los conservadores.

–R. Ch: Era un romántico por naturaleza y un gran defensor de la monarquía. Defendió siempre a la institución todo lo que pudo.

–A. P: Efectivamente muchas historias proceden de su naturaleza romántica. Clementine dijo en una ocasión que «fue uno de los últimos creyentes en el derecho divino de los reyes». Además hay que entender que conocía a Eduardo VIII desde que éste era un niño así que estaba convencido de que había alguna manera de solucionar la crisis sin tener que acudir a la abdicación. Cuando hizo su discurso a favor de la relación con Simpson fue una de las pocas ocasiones en las que se quedó solo en la Cámara de los Comunes.

–¿Cuál fue su postura frente a la Guerra Civil española?

–A. P: Es algo que ayuda a comprender cuál fue su posición con el fascismo. Él era amigo personal del rey Alfonso XIII. De hecho, escribió un ensayo alabando su coraje. Así que cuando cae, Churchill inicialmente es hostil hacia los republicanos y en las primeras fases era más simpatizante de los nacionalistas y el bando de Franco. Pero pese a la neutralidad de Reino Unido, se puede ver una evolución, porque cuando Hitler y los alemanes están cada vez más implicados termina estando en contra de Franco.

–Churchill fue precisamente uno de los primeros en alertar sobre la amenaza de Hitler antes incluso del comienzo de la II Guerra Mundial. Es más, durante el conflicto, por un periodo de tiempo, fue el único líder que estuvo luchando contra los nazis. ¿Cómo consiguió predecir este peligro?

–A. P: Uno de sus mayores logros fue ver a finales de los 30 lo que muchos de sus contemporáneos no imaginaban: que Hitler era una de las mayores amenazas para la paz y estabilidad mundial. Y creo que fue capaz de prever esto por su gran estudio de la historia. Es interesante destacar que, cuando los nazis comenzaban a controlar Alemania, él estaba escribiendo la biografía de su antepasado el primer duque de Marlborough, quien ya llevó a cabo una coalición de líderes europeos contra los dictadores que intentaban dominar Europa.

–R. Ch: Siempre mostró un gran interés, respeto y admiración por sus antecesores. Incluso en sus años rebeldes de la escuela le encantaba escribir de historia. A los 23 y 24 años ya había visto mucho más mundo que otras personas y cuando fue a Alemania a principios de los años 30 no le gustó nada lo que la gente hacía, la falta de respeto a los derechos humanos y la carencia de ideología política. Para él todo aquello era antinatural porque, por encima de todo, era un gran humanista. Le gustaba ver las características de cada hombre. Odiaba que un partido dominara al resto de la sociedad.

–Durante la II Guerra Mundial pronunció gran parte de sus discursos más emblemáticos. ¿Cuáles son sus preferidos?

–R. Ch: «Cualquiera que sea el coste, lucharemos en las playas, en los campos, en las calles, lucharemos en las colinas; nunca nos rendiremos». Simboliza la fuerza que transmitía a los británicos para que lucharan siempre por la libertad y la justicia sin que nada los pudiera detener.

–A. P: Sólo llevaba unas semanas como primer ministro cuando Alemania comenzó su invasión de Francia y entró en París, obligando a evacuar a miles de soldados franceses y británicos de Dunkerque. Su discurso en la Cámara de los Comunes fue: «El general Weygard ha dicho que la Batalla de Francia ha terminado... pero la de Inglaterra está a punto de comenzar». Sabía que el país se enfrentaba a su etapa más difícil y era consciente de lo crucial del momento.

–¿Cómo es posible que, siendo uno de los grandes líderes mundiales durante la II Guerra Mundial, perdiera las siguientes elecciones en Reino Unido?

–A. P: Aquí votamos a un partido, no a un presidente, y la gente entendió que necesitaba un cambio después de todo. Querían hospitales y colegios y, aunque todos los partidos firmaron un pacto para restablecer el sistema de bienestar y llevar a cabo determinadas reformas, el electorado consideró que los laboristas podían traer ese cambio más rápidamente.

–¿Qué destacarían de su segundo mandato cuando luego fue reelegido?

–R. Ch: En la década de los 50 se vivía la Guerra Fría y Churchill de nuevo quiso apaciguar las tensiones para mantener la paz en el escenario internacional. Si miramos la historia moderna de Europa, él fue clave para instaurar de nuevo la democracia en el mapa.

–¿Cómo fue el Churchill más personal en sus últimos años? ¿Es cierto que a lo largo de su vida sufrió depresión?

–R. Ch: En sus últimos años le encantaba escribir y pintar cuadros (alrededor de 500). Es cierto que tuvo algunos momentos anímicamente más bajos a los que se refería como «perro negro», pero por aquella época tampoco se hablaba de depresión. Simplemente eran etapas difíciles a las que alguien en su posición tenía que hacer frente. Pero sus últimos días fueron felices al lado de la maravillosa Clementine, que fue uno de los pilares de su vida.

–¿Cuál fue su último deseo?

–A. P: Después de pasar toda su vida al servicio de los británicos, quería que Reino Unido siguiera teniendo un papel principal en el escenario internacional. Soñaba con mantener la paz mundial y, como garantía para conseguirlo, creía que debía haber una Europa fuerte y estable con buenos lazos de unión con Estados Unidos.