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Análisis

El polvorín de Oriente Próximo: Paz esquiva, inestabilidad creciente y el imperativo de una política firme y equilibrada

Oriente Próximo sigue siendo el epicentro de la inestabilidad global

Netanyahu plantea volver a atacar Gaza tras la tregua de 60 días que sigue en negociación ASSOCIATED PRESSAP

El proceso de paz palestino-israelí permanece estancado, sumido en un letargo que raya lo irreversible, mientras el resto de la región -del Líbano a Siria, pasando por Irak o la amenaza iraní- es fuente de tensiones crecientes, reconfiguraciones de poder y la persistencia del terrorismo como herramienta política. La comunidad internacional se enfrenta al desafío de abordar este complejo entramado con lucidez estratégica y sin caer en el simplismo ideológico.

Un proceso moribundo: la paz palestino-israelí en punto muerto

La esperanza que irradiaban los Acuerdos de Oslo en 1993, nacidos del impulso visionario de la Conferencia de Madrid de 1991, se ha visto enterrada por la historia. El asesinato del primer ministro israelí Yitzhak Rabin en 1995, a manos de un extremista judío, no solo truncó una oportunidad histórica, sino que marcó el inicio de una etapa política en Israel, donde el escepticismo frente a la posibilidad de paz fue calando poco a poco.

Desde 2007, Gaza ha quedado bajo el férreo control de Hamás, una organización terrorista y mafiosa de libro; negarlo sería, simplemente, inmoral. La estrategia de Hamás se ha fundamentado en el uso sistemático del terror, convirtiéndose en el principal obstáculo para cualquier diálogo racional. En paralelo, la expansión de asentamientos israelíes en Cisjordania, muchos de ellos en zonas clave desde el punto de vista estratégico, ha ido desdibujando los contornos de una eventual solución de dos Estados, ahogando la viabilidad de un futuro Estado palestino.

Es preocupante el desafío al Estado de Israel por parte de los colonos más radicales que atacan a palestinos; los casos más recientes incluyen la muerte por paliza de un palestino-estadounidense o el incendio de cultivos y la destrucción de automóviles y material agrícola en el pueblo cristiano de Taibeh. El ejército israelí tampoco se libra de la ira de los colonos: las patrullas de las IDF son atacadas y acosadas sin contemplaciones. No conviene olvidar que incluso Estados Unidos considera los asentamientos de colonos en Cisjordania contrarios al derecho internacional.

La Autoridad Palestina, por su parte, no ha estado a la altura de las circunstancias. La ANP está corroída por una corrupción estructural y sistémica. Su cúpula es una gerontocracia agotada, sin ideas, incompetente en la gestión y deslegitimada. Y estos son quienes deben tomar el relevo del gobierno terrorista de Hamás en Gaza. Pobres gazatíes, van a pasar del terror y la opresión de Hamás a la inepta cleptocracia de la ANP, que justamente por todo esto ha perdido gran parte de su representatividad y capacidad de interlocución -por describir esta tragedia con sutil lenguaje diplomático-.

Dicho más crudamente: es verdaderamente triste que a estas alturas, para salvar a los palestinos de la barbarie de Hamás, se tenga que recurrir a la desprestigiada, corrompida e incompetente ANP. Incluso Human Rights Watch ha documentado gravísimas irregularidades persistentes en el uso de fondos internacionales y desviaciones presupuestarias (la famosa malversación que por nuestras latitudes ha sido diluida...), sin olvidar la represión interna contra palestinos críticos, opositores o disidentes. En este escenario incandescente, los esfuerzos internacionales, como la conferencia que Naciones Unidas intentó convocar en junio de 2025 -pospuesta sine die- o el breve alto el fuego entre Israel y Hamás de enero a marzo de este año, han sido como echar un vaso de agua en un incendio forestal de sexta generación.

Los recientes estudios de opinión del Pew Research Center son alarmantemente reveladores: solo el 21% de los ciudadanos israelíes cree en la viabilidad de la coexistencia pacífica con los palestinos. El escepticismo y el desencanto se han instalado de manera arraigada, y va a ser muy difícil romper esa percepción en la mayoría de los israelíes; sin el apoyo mayoritario de la ciudadanía de Israel, el proceso de paz es papel mojado. Este estado de opinión es el caldo de cultivo perfecto en el que florece Hamás, abonado por el estiércol del régimen de los ayatolás.

Líbano, Siria e Irak: estados frágiles en una región convulsa.

Más allá del conflicto palestino-israelí, la región se encuentra atravesada por una marea de inestabilidad estructural. Líbano, Siria e Irak son ejemplos paradigmáticos de estados débiles donde las dinámicas sectarias y los enfrentamientos seculares, azuzados por la influencia iraní, persisten. A pesar de la implosión del régimen de Al-Assad, Irán sigue teniendo sus garras profundamente clavadas en Siria. El uso sistemático del terrorismo como instrumento de poder y opresión en la región por parte de Irán y sus proxies, así como de la internacional yihadista (aunque DAECH y Al Qaeda sean enemigos jurados, su némesis son los estados de la región y Occidente), representa una brutal amenaza permanente para la paz y la estabilidad.

Las organizaciones y estados terroristas de la región se refocilan en la sangrienta pocilga de su bestial violencia. Por ello, si los actores regionales no se enfrentan con coraje y sin miramientos a todos los actores terroristas -organizaciones, milicias y estados que lo practican, promueven, inspiran y financian-, cualquier intento de reconstrucción institucional o de integración regional será una quimera.

Líbano, aunque ha logrado ciertos avances institucionales con la elección de Joseph Aoun como presidente en enero de 2025 -un hombre de principios claros y sólidos valores que ha sabido conectar con musulmanes suníes y chiíes moderados, además de la comunidad cristiana a la que pertenece-, sigue sufriendo, aunque debilitado, el martirio del yugo de Hezbolá. El presidente de la república libanesa debe ser cristiano maronita según el pacto constitucional de 1943 (que reformaba la Constitución de 1926) reforzado por los Acuerdos de Taif, bajo patrocinio saudí.

La candidatura de Aoun fue apoyada por Estados Unidos y Arabia Saudí. Hezbolá, milicia terrorista y elemento central de la alianza de proxies iraníes integrada en el execrable "Eje de la Resistencia", fue duramente golpeada y descabezada por Israel, pero a pesar de ello sigue manteniendo una capacidad de desestabilización muy importante.

La parálisis política libanesa, provocada por el cáncer que representa Hezbolá y la injerencia extranjera, especialmente iraní, bloqueó la evolución política e institucional que se esperaba después de la firma de los Acuerdos de Taif. Es cierto que los acuerdos en cuestión mantenían el reparto confesional de las principales magistraturas del Estado, pero con una cierta apertura a la modernidad que nunca se alcanzó. Líbano sigue, en gran medida, gobernado por los mismos señores de la guerra, tan sanguinarios como sanguijuelas, que se situaron en la cúspide de otra cleptocracia que lleva desangrando a su pueblo desde 1943.

El único camino hacia la normalización y un Estado de derecho pasa por desarmar a las milicias terroristas, tanto las palestinas en los campamentos de refugiados como Hezbolá, rompiendo así su control sobre importantes partes de la población y seccionando su conexión con regímenes terroristas como Irán o con el crimen organizado.

Siria vive un momento de transición particularmente delicado. La caída de Bashar al-Assad en diciembre de 2024, tras once años de guerra civil, ha abierto la puerta a un nuevo liderazgo encabezado por Ahmed al-Sharaa, cuyos orígenes terroristas como miembro de Al-Nusra siguen siendo motivo de preocupación. Al-Sharaa parece haber evolucionado, y muchos de los países más importantes de la región han hecho una importante apuesta apoyando política y económicamente al nuevo régimen. En este contexto se inscribe la normalización incipiente con Washington, que ha levantado las sanciones a Siria a instancia de Arabia Saudí. Sin embargo, las cicatrices del conflicto siguen abiertas. Las masacres sectarias (matanzas de cristianos y alauíes), las tensiones entre facciones rebeldes y la influencia de potencias externas como Irán y Rusia son fuente de incertidumbre e inestabilidad.

Irak, por su parte, continúa siendo rehén de su fragmentación interna y de la penetración iraní. Las milicias chiíes agrupadas en las Fuerzas de Movilización Popular, algunas con vínculos directos con la Guardia Revolucionaria Islámica, ejercen un poder fáctico que socava la autoridad del gobierno central. El primer ministro Mohammed Shia al-Sudani, en funciones desde 2022, lidia con la corrupción endémica y la presión constante de Teherán. La tensión con Estados Unidos persiste, especialmente tras los ataques a bases militares estadounidenses y en el contexto del plan de retirada acordado para 2026.

Conclusión: firmeza estratégica y realismo diplomático

El diagnóstico es claro: Oriente Medio, en julio de 2025, está atrapado entre el inmovilismo político, el colapso de estructuras estatales y el ascenso de actores no estatales armados que imponen su ley con impunidad. El proceso de paz palestino-israelí requiere más que buenas intenciones: necesita líderes valientes, apoyo internacional pragmático y una presión firme sobre los actores que sabotean cualquier avance, empezando por Hamás.

La lucha contra el terrorismo no puede seguir fragmentada ni condicionada por agendas ideológicas. Grupos como Hamás, Hezbolá, los hutíes y las milicias chiíes iraquíes no son expresiones de resistencia legítima, sino instrumentos de desestabilización al servicio de un régimen como el iraní, promotor del terrorismo, elemento desestabilizador central en la región cuya barbarie empieza por su propio pueblo.

Es hora de abandonar ilusiones posmodernas y asumir que la seguridad, el orden y la paz duradera solo serán posibles mediante una combinación inteligente de diplomacia firme, presión internacional coordinada, apoyo al fortalecimiento institucional de los estados legítimos y una lucha sin cuartel contra el terrorismo y el extremismo.