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Rusia

Putin asienta sus pies en el tablero venezolano

Rusia envió varios aviones militares a Caracas, supuestamente desplegando algunos comandos y mercenarios para reforzar la seguridad de Maduro.

El presidente ruso, Vladimir Putin / Efe
El presidente ruso, Vladimir Putin / Efelarazon

Rusia envió varios aviones militares a Caracas, supuestamente desplegando algunos comandos y mercenarios para reforzar la seguridad de Maduro.

Dos meses y medio después de que el líder de la oposición Juan Guaidó se declarara presidente interino de Venezuela, no ha cambiado gran cosa dentro del país. La economía sigue en ruinas, la inflación es, incluso, más alta, el gobierno ha bloqueado eficazmente los esfuerzos americanos en la llegada de ayuda humanitaria a través de la frontera con Colombia. Las autoridades de Estados Unidos declararon que están «preparadas para cualquier posible acción» que haga que la democracia en Venezuela prevalezca; sin embargo, no ha ocurrido nada importante que consiga poner en vigor la transición en el país caribeño. Por otra parte, parece que los aliados rusos de Nicolás Maduro están preparadospara involucrarse aún más que antes en la crisis. En diciembre, Rusia envió varios aviones militares a Caracas, supuestamente desplegando algunos comandos y mercenarios para reforzar la seguridad de Maduro. Y, al final de marzo, llegaron otro par de aviones con militares de alto rango, incluyendo las fuerzas armadas rusas terrestres del Estado Mayor. Muchos militares rusos expertos creen que pragmáticamente el total de las fuerzas terrestres ha sido reubicado en Caracas en las últimas semanas. Junto con sus generales, Moscú envió a Venezuela un grupo de élite de las fuerzas especiales, subordinadas al Departamento Central de Inteligencia (GRU), usados para la seguridad del personal diplomático ruso en zonas de conflicto y otros puntos calientes. Y en última instancia, pero no menos importante, los rusos desplegaron recientemente sus no nuevos, pero más efectivos misiles antiaéreos S-300 (SA-10 Grumble en la clasificación de la OTAN) en el país.

Por supuesto, los contactos militares entre Rusia y Venezuela no son noticia nueva: Moscú financia a Caracas con diferentes tipos de armamentos y munición valorados en 6.500 millones de dólares durante los últimos diez años. Pero la cuestión más importante ahora mismo es hasta dónde va a llegar el Kremlin con su apoyo militar al régimen de Maduro.

Yo diría que este apoyo será limitado, pero más efectivo. Por un lado, Rusia ya no es la Unión Soviética de la década de los 60, cuando explotó la «crisis del Caribe». Definitivamente, Moscú no tiene intenciones de amenazar o desafiar a Estados Unidos en su dominación en el hemisferio occidental. Su objetivo es solo mantener al Gobierno actual de Caracas a flote mientras considere a Maduro como un cliente. Rusia tampoco tiene medios técnicos para construir una antena a gran escala o una base naval en la isla de La Orchila –algo que algunos expertos temen que hará– y no posee los medios de transporte necesarios para organizar un puente aéreo que abastezca tanto a los venezolanos como a su propio Ejército en la acción activa. Pero, por otro lado, Rusia podría desplegar en Venezuela unas cuantas tropas –y eso es lo que está haciendo ahora mismo– para que hagan frente a cualquier fuerza extranjera si las otras naciones decidieran intervenir.

Los movimientos rusos actuales recuerdan bastante a los que vimos en Siria en 2015, anteriores a la implicación completa de Rusia. Por lo que Moscú está demostrando, no va a dejar que se desaloje al gobierno actual. Yo diría que incluso lo que se ha hecho hasta ahora parece un fuerte argumento: Estados Unidos no atacará el país, teniendo que hacer frente al riesgo directo con un Kremlin comprometido.

La actual estrategia rusa se basa no tanto en la consolidación de sus aliados (hay unos cuantos y su entera financiación parece ser muy costosa), sino más en hacer descarrilar los planes políticos estadounidense, algo que es posible. En este caso, diría que los movimientos rusos en Venezuela parecen más bien exitosos: no dependen de una costosa y enorme asistencia militar y, al mismo tiempo, refuerzan a Caracas de cualquier intervención directa del extranjero. Sin embargo, todos los esfuerzos del Kremlin no tendrán sentido si una multitud de millones de personas atormentan al Palacio de Miraflores y las fuerzas de seguridad abandonan al Gobierno del actual presidente. Pero parece que Maduro aún sigue confiado en lo que respecta a la lealtad de sus generales. Y mientras se siga planteando la intervención, los rusos acturán rápido y a tiempo para frenar cualquier posible acción americana. Ahora, el Kremlin va a esperar y ver cómo la Casa Blanca propone ayuda al señor Guaidó en vez de hacer algo. Y usará esto como prueba de la creciente incapacidad de EE UU para ayudar al «presidente interino», así como de la impotente política exterior de Donald Trump en general. Yo creo que Occidente ha perdido el momento idóneo para intervenir, y nadie mejor que Estados Unidos puede ser culpado de esto.

La pregunta más importante, que puede ser debatida estos días, es sobre cómo los rusos pueden profundizar en su intromisión en los problemas de Venezuela, haciendo del país su próximo Siria. Yo diría que esto no es algo que vaya a pasar. La aventura siria fue (y es) bastante impopular entre la población rusa, y el apoyo de Trump es ahora tres veces menor de lo que era en el año 2015, ya que la gente está decepcionada con el estancamiento económico y la disminución de los ingresos reales disponibles. Bajo esas circunstancias, creo que ninguno en el Kremlin defenderá una amplia operación militar en América Latina.

Lo que los rusos quieren es poner en punto muerto las políticas de Estados Unidos en Venezuela y forzar a los americanos a negociar bajo los términos que Rusia proponga para mantener a salvo la economía venezolana. Hasta donde sé, algunas iniciativas de Estados Unidos ya habían sido grabadas, pero el Kremlin las consideró «insuficientemente serias». Yo finalizaría diciendo que, en la actualidad, Venezuela es un terreno para el «gran juego» centrado más en el dinero que en los problemas «geopolíticos».