Siria

Seis años de conflicto en Siria: «Las familias están rotas o separadas. ¿Qué esperanza queda ahora?»

Marwa tenía 15 años cuando participó en las protestas de Deraa, la brutalidad y el horror dinamitaron pronto las ansias de libertad

Son pocos los municipios y barrios que se hayan mantenido en pie desde el inicio del conflicto en 2011. En la imagen, Homs
Son pocos los municipios y barrios que se hayan mantenido en pie desde el inicio del conflicto en 2011. En la imagen, Homslarazon

Marwa tenía 15 años cuando participó en las protestas de Deraa, la brutalidad y el horror dinamitaron pronto las ansias de libertad

Marwa pertenece a esa generación de jóvenes sirios que perdió el miedo a hablar; que conoció, por efímera que fuera, la libertad de expresarse, aunque el desafío les costó más que una paliza, detenciones e incluso torturas. Para ella, el día que marcó el inicio de la «revolución» siria no fue el 15 de marzo de 2011 (día en que se produjo la primera protesta en el bazar de Hariqa, Damasco), sino el 18, cuando estallaron las protestas en la ciudad de Deraa contra la represión policial. Marwa se refiere a las concentraciones que se formaron después de que la Policía secreta militar detuviera a unos niños de secundaria por haber pintado un graffiti que decía: «Tu turno, doctor», en referencia al presidente Bachar al Asad, que es oftalmólogo. Las manifestaciones consiguieron la dimisión del gobernador de Deraa, pero también dejaron media decena de muertos. Y como una onda expansiva, la rabia y las protestas se extendieron a otras capitales de provincia.

Por entonces, Marwa tenía 15 años, la misma edad que algunos de los estudiantes detenidos en Deraa, lo que la conmovió. «En la escuela nos unimos a las protestas. Perdimos el miedo. De repente, las palabras que teníamos prohibido pronunciar emanaban de nuestras bocas», rememora con nostalgia. «Tuve suerte y no me arrestaron, pero sí a otros compañeros. Se convirtió casi en una costumbre ir todos los sábados (las manifestaciones se convocaban los viernes) a la comisaría central de la Policía de Sweida y protestar en la puerta para exigir la liberación de algún compañero». Todo cambió para Marwa y su familia a mediados de 2012, cuando las Fuerzas de Seguridad irrumpieron en la galería de arte y cafetería Alfa (de su padre) y arrasaron el local. «Quemaron la biblioteca, destrozaron lienzos y esculturas... Mi padre y mi tío tuvieron que huir por la azotea», explica, antes de añadir que «todo lo que teníamos era un espacio para los artistas y músicos jóvenes, y acusaron a mi padre de actividades ilegales», denuncia. Tras el incidente, ella y sus hermanos se marcharon a Beirut. Ahora dos de ellos están en Europa. «Hay muchas familias rotas, separadas. Para un padre que tiene un hijo en Holanda, otro en Alemania, otro muerto... ¿Qué esperanzas puede haber?», lamenta.

Khaled, de 37 años, es periodista de profesión y activista por vocación. Siempre estuvo rodeado de intelectuales de izquierda y opositores que habían pisado las cárceles sirias. Khaled ayudó a montar toda la red de activistas y los «Media Center» que han nutrido de información a medios internacionales en los últimos años. «No me gusta el rumbo que tomó Siria a mediados de 2012, pero no puedo culpar a la gente que se radicalizó. ¿Qué puedes esperar cuando cada sábado tenías que ir de entierro después de una jornada de protestas pacíficas? A medida que las manifestaciones se multiplicaban, los cementerios crecían. Está claro que la gente va a gritar: ¡Allahu Akbar! (Dios es el más grande) y a tomar un arma», exclama. «Al principio la gente se armó para defenderse, después la lucha dejó de ser interna para convertirse en una guerra internacionalizada donde cada grupo lucha por los intereses de los países que los apoyan». Khaled confía en que hay un interés general en que se acabe la guerra. «Todos los bandos están cansados de luchar, pero nadie sabe cómo acabar con esto», se queja.