Guerra en Ucrania

"Somos el muro que frena la invasión de Europa"

La vida continúa en Járkiv, la segunda ciudad de Ucrania, pese a la agresión rusa

En el centro de Járkiv, la segunda ciudad más grande de Ucrania, las ventanas destrozadas por explosiones bordean las principales avenidas. Instalar ventanas nuevas tiene poco sentido, ya que esta ciudad, situada a apenas 25 kilómetros de la frontera con Rusia, sufre constantes ataques aéreos rusos. Por ello, decenas de miles de ellas están ahora cubiertas con paneles de aglomerado.

Sin embargo, el corazón de la ciudad, un importante centro cultural, sigue latiendo. Muchos de los paneles están cubiertas con poemas de célebres autores ucranianos o pinturas en tonos rojo, negro y blanco, que capturan las emociones contrastantes de sus habitantes.

"Todos estamos profundamente enojados y profundamente tristes", confiesa Dina Chmuzh, de 27 años, a LA RAZÓN, mientras contempla su última obra, creada junto a un soldado que, apesadumbrado por la pérdida de su mejor amigo en combate, encontró consuelo al ayudarla tras avistar el inicio de su trabajo.

"A menudo siento la desesperación, acechando, amenazando con abrumarme, pero elijo no rendirme. Sé que eso es lo que buscan nuestros enemigos: vernos de rodillas, con los brazos caídos", afirma Chmuzh tras el minuto de silencio diario que, cada mañana a las nueve, honra a los defensores caídos. Vestida con una moderna vyshyvanka, un vestido bordado tradicional ucraniano, añade con una sonrisa amarga: "Aun así, a veces encontramos alegría. Tal vez no mucha, pero sí esperanza y algo de gozo".

"Algunos podrían pensar: ¿por qué estos ucranianos aún ríen con fuerza?", se pregunta retóricamente, consciente de los contrastes de una ciudad que late con vida pese a las noches de terror bajo los bombardeos rusos. Céspedes impecables y majestuosas fuentes conviven con edificios destruidos y marcas en el pavimento dejadas por las municiones de racimo. "Esa alegría, en medio del dolor, nos da fuerza, emoción y amor por la vida. Nos abrimos paso a pesar de todo", explica.

"Su apoyo me dio fuerzas para continuar"

Vivir bajo amenaza constante todavía pasa factura, con cada día trayendo nuevas pérdidas y manteniendo a la mayoría en tensión. "La gente sonríe menos. Está agotada, y se siente el estrés todo el tiempo", señala Anastasia Nikitina, psicóloga y directora de un centro de desarrollo para niños, incluidos aquellos con trastornos autistas.

A lo largo de la invasión, ha constatado el impacto de la guerra en los más pequeños. Abrumados por las emociones de padres sobrepasados, muchos niños desarrollan trastornos de conducta. Su hijo de tres años, como otros, no sabe interactuar con sus pares, pues escuelas y guarderías permanecen cerradas ante la amenaza de ataques rusos.

"Un misil ruso tarda 40 segundos en llegar", explica Nikitina, cuyo centro buscó llenar el vacío, ofreciendo varias horas de clases al día a los niños que necesitan atención especial. Los drones rusos, usados en cantidades crecientes y más capaces de evadir defensas aéreas, también son una amenaza en ascenso.

El 12 de junio, desde su casa cercana, presenció la devastación de un dron que impactó un edificio de 24 pisos, incendiando su centro infantil y destruyendo juguetes educativos recolectados durante años. Los servicios de la ciudad respondieron con eficacia: en minutos, bomberos, policías, ambulancias y voluntarios llegaron para limpiar escombros y cubrir cientos de ventanas destrozadas con paneles de aglomerado.

Semanas después, Nikitina supervisaba la reconstrucción en una nueva sede. Mientras se instalaban ventanas, a estar cubiertas con una película blindada que evita que el vidrio se rompa en pequeños fragmentos, bolsas con juguetes rescatados, cubiertas de hollín, aguardaban en el interior. "Estuve en shock los primeros días, pero los padres me preguntaban cuándo reabriría. Su apoyo me dio fuerzas para continuar", comparte.

Las cicatrices

Cuanto más cerca de Rusia, más visibles son las cicatrices de la destrucción. En Saltivka Norte, un distrito de bloques residenciales de nueve pisos construido en los años 90, ningún edificio quedó indemne en los primeros meses de la invasión. Decenas de miles de residentes se hacinaban en sótanos mientras Rusia disparaba cientos de proyectiles y bombas, tras fracasar en su intento de tomar rápidamente la ciudad.

Tres años después, el barrio, rodeado de vegetación exuberante, permanece en un silencio inquietante. Algunos bloques, considerados irreparables, se derriban con ayuda de inversiones japonesas y coreanas; otros, renovados, esperan a residentes que temen regresar desde refugios en Ucrania o el extranjero.

"Mira, las ventanas son nuevas, pero solo hay cortinas detrás de algunas. Esto significa que nadie vive allí", señala un joven, Mikola Polianski, a LA RAZÓN. Vestido con un uniforme oscuro, similar al de la policía, acaba de regresar de evacuar a una familia de dos personas de una zona bajo ofensiva terrestre rusa. Conduce por un distrito donde la vegetación podría ocultar explosivos sin detonar en un vehículo equipado con sensores antidrones.

"Este lugar era ideal para familias con niños, pero ahora los parques infantiles, con sus brillantes colores rojo y amarillo, contrastan con los edificios calcinados", lamenta.

Una fundación húngara ayudó a 300 residentes a realizar reparaciones básicas para hacer habitables sus apartamentos dañados. Sin embargo, el interés se desvaneció tras la ofensiva rusa de la primavera de 2024. "La gente teme regresar e invertir en la reconstrucción, porque Rusia podría destruirlo todo de nuevo. Esto asfixia la vida aquí", explica Polianski.

Aun así, la vida brota. Un joven pasea con su recién nacido frente a edificios demolidos. Cerca, filas de flores crecen junto al apartamento de primera planta de la suegra de Mikola, Zhanna Ivanivna, cuya cocina, con un refrigerador perforado por metralla y un techo aún dañado, espera reparaciones.

"Da miedo, pero estamos felices de estar en casa", comparte. "Solo espero que la guerra termine pronto, que nuestra gente regrese y reconstruyamos nuestra hermosa ciudad".

Cultura y vida contra la guerra

La ciudad, que alguna vez fue un gran centro de tránsito y comercio, enfrenta incertidumbre sobre su futuro y siente la presión económica de la guerra. Las calles, antaño bulliciosas con estudiantes de múltiples universidades, están ahora semivacías, con muchos negocios, cafés y tiendas cerrados. Vehículos militares ocupan los lugares donde antes era difícil encontrar aparcamiento.

Sin embargo, familias, muchas con hombres de mediana edad en uniforme, pasean por los parques, en medio de excelentes ejemplos de modernismo arquitectónico y las imponentes iglesias ortodoxas. Grupos de adolescentes siguen conversando animadamente, ignorando las sirenas que suenan más de diez veces al día, mientras una defensa antiaérea cercana dispara ráfagas contra un dron ruso.

Como el resto de la ciudad, la vibrante escena cultural de Járkiv, cuna de algunos de los mejores dramaturgos y músicos de Ucrania, ha sufrido un duro golpe. Aun así se adapta para apoyar el esfuerzo de defensa. Muchos músicos están en el ejército, y casi todos recaudan fondos o donan para la causa. Durante el reciente Día Mundial de la Música, una docena de cafés y pequeños locales hicieron resonar melodías por la ciudad.

"Fueron los propios residentes quienes organizaron gran parte del evento", explica Alina Janbabaieva, cofundadora del festival. Para ella y Vlada Dumenko, coorganizadora, esta celebración refleja la vitalidad de Járkiv y sus habitantes.

El interés por la interpretación moderna del patrimonio literario y los motivos folclóricos ucranianos, reprimidos durante la ocupación rusa y soviética, resurge con nuevos rostros en el público y los escenarios. "Con sus acciones, la gente demuestra que Járkiv es y seguirá siendo ucraniana, sin importar lo que Rusia quiera o diga", subraya Dumenko.

Aún es doloroso ver cuánto han destruido Rusia: vidas, música, sueños. Janbabaieva lo lamenta: "Es un genocidio. Lo menos que podemos hacer es mantener viva la música de quienes han caído". Su emisora, Nakypilo, rota canciones grabadas por músicos en el frente, a menudo en los blindajes donde trajeron sus guitarras o otros instrumentos.

"No estamos ahí para morir"

Para algunos artistas, actuar es un respiro del servicio militar. "Nos recuerda por qué vivimos", comparte Oleg Kadanov, cantante y ahora operador de drones en la unidad "Peaky Blinders", tras un concierto para unas 50 personas.

Describe el frente en Donetsk como "apocalíptico": "Vemos decenas de cuerpos enemigos en los caminos, pero más siguen llegando, pisándolos. Los destruimos, y aún vienen más". Kadanov y sus compañeros no pierden la fe: "Creemos que podemos resistir, estamos listos para mantenernos hasta el final. No estamos ahí para morir, sino para matar a los enemigos".

Antes ajeno al mundo militar, sincera que a la hora de unirse al ejército no podía imaginar cómo podría matar a alguien: "Son personas que nos atacan, no las deshumanizaré. Pero no tenemos opción. Si dejo de luchar, desapareceré. Vendrán a mi casa, matarán a mi familia. No puedo permitirlo".

En un momento en que Ucrania necesita apoyo internacional para oponer al enemigo más grande, Kadanov duda que "palabras abstractas de un extranjero2 hagan comprender a los españoles y muchos otros europeos la magnitud de esta guerra. "Viven una experiencia distinta. Nunca han sentido un impacto de un misil".

"Quiero decirles que nos ayuden, que somos el muro que frena esta invasión de Europa. Pero viven una vida tranquila y pacífica y es difícil que comprendan cuán grave es la amenaza", concluye.