Política

Estados Unidos

Test a Trump y a su «America first»

El presidente de EEUU se juega su futuro en las elecciones de mañana. Si pierde el control del Congreso regresará el fantasma del «impeachment». Si gana, se convertirá en el inquilino de la Casa Blanca con más poder

El presidente de EE UU, Donald Trump, en un mitin con nativos americanos en Montana / Reuters
El presidente de EE UU, Donald Trump, en un mitin con nativos americanos en Montana / Reuterslarazon

El presidente de EEUU se juega su futuro en las elecciones de mañana. Si pierde el control del Congreso regresará el fantasma del «impeachment». Si gana, se convertirá en el inquilino de la Casa Blanca con más poder.

Un plebiscito. Así lucen las elecciones de mañana en EE UU. Más allá del ruido y la furia, de la galerna mediática, los titulares explosivos, los grandes mítines, los estadounidenses votan las próximas mayorías del Poder Legislativo. Esencial para el devenir político de los dos próximos años. También están en el alero un puñado de gobernadores. ¿Dónde mirar mañana? ¿Cuáles son las votaciones que podrían decantar la balanza? No pierdan de vista Florida, Arizona, Tennessee o Nevada. Por supuesto, los Estados del «cinturón de acero» (Ohio, Michigan, Pensilvania, etc). Fueron patrimonio de Obama y, cuatro años más tarde, votaron masivamente a Trump. Desde entonces abundan las reflexiones teóricas sobre el desencanto de la clase trabajadora blanca con sus viejos valedores demócratas.

En cualquier caso, las alusiones a los dos últimos presidentes, y la ampliación del marco a asuntos de cariz sistémico y visión panorámica, incluso global, tiene todo el sentido. Cualquiera diría que estamos ante unas presidenciales. Que volvemos a 2016 o hemos adelantado la llegada de 2020. Está en juego el aura de hombre infalible que Trump pasea entre sus partidarios. También lo contrario, o sea, el odio visceral, irreductible, que despierta entre no pocos electores. Consciente de la polarización, a la que contribuye con incendiaria alegría, el presidente ha transformado los comicios en una macro encuesta sobre sus políticas. Se trataría, en fin, de lograr que, más allá de sus siempre fervorosos partidarios, los simpatizantes republicanos se sientan compelidos a votar. Necesita reanimar al electorado. Para lograrlo, para que nadie permanezca en casa, para sortear el peligro de un Legislativo controlado por los demócratas, la Casa Blanca acude al recetario de 2016. Washington o el sucio panal de lobistas, refugio de burócratas, que necesita drenarse. Los demócratas como cómplices de la inmigración y tóxicos buenistas.

Los inmigrantes ilegales, entre tanto, acuden con el caos bajo el brazo. Aureolados de droga y violencia. El Ejército, lo aseguraba esta misma semana Trump, abrirá fuego si los inmigrantes de la ya célebre caravana que viene desde Centroamérica les arrojan piedras. De hecho, ya hay desplegados varios miles de soldados a lo largo de la línea fronteriza con México. Hasta 9.000 militares aguardarán la llegada de una caravana que, según las previsiones más optimistas, no alcanzará la frontera hasta dentro de un mes. Para muestra, este tuit del presidente. Publicado hace cuatro días: «La inmigración ilegal afecta las vidas de todos los americanos. Los inmigrantes ilegales hieren a los trabajadores americanos, perjudican a los contribuyentes americanos, mina la sanidad pública y provoca un enorme estrés en los colegios, los hospitales y las comunidades».

Da igual que ninguna de esas afirmaciones franquee el umbral de la mera retórica propagandística. Que no pueda sostenerse con los datos que manejan las agencias federales. No importa que la inmigración ilegal conozca mínimos históricos. Tampoco que la economía, y con ella la creación de empleo, funcionen con todos los cilindros a pleno rendimiento. En la era de la posverdad, y al contrario del periodo clásico, cuando los mentirosos trataban de maquillar sus mentiras, no importa la verificación ni la refutación. Como ejemplo de sus mentiras, decenas, cientos de mentiras repartidas cada semana, Ephart Livni y Heather Timmons, comentaristas de la revista Quartz, citan su reciente aseveración de que EE UU es el único país del mundo que ofrece la ciudadanía por el lugar de nacimiento. Mentira, claro, pues «uno de cada cuatro países en el mundo conceden la nacionalidad a quien haya nacido en el país, con independencia de la nacionalidad o el estatus legal de sus padres». Respecto a la política exterior, destacan sobremanera las atenciones dedicadas a Irán. La recuperación de las políticas diseñadas por «halcones» como John Bolton, actual consejero de Seguridad Nacional, otrora polémico embajador de EE UU ante Naciones Unidas, y entre ellas, destacadísima, la denuncia de Irán.

Incapaces de sortear la polarización, los demócratas han aceptado los términos del combate. Significa que han reclutado a los pesos pesados. El primero Barack Obama. Durante casi dos años mantuvo un perfil muy discreto. Abundaban las voces críticas: ¿dónde estaba el ex presidente? ¿Por qué no contraatacaba a un Trump absolutamente desatado? Pero Obama siempre consideró que su papel debía de imbuirse de un tono casi institucional. Hasta que la lógica de unos comicios en clave presidencial han hecho inevitable que entre en juego. Posiblemente también el único capaz de neutralizar el hiperbólico carisma trumptiano.

También ha vuelto al ruedo el ex vicepresidente Joe Biden. En un mitin en Ohio, y frente a quienes «tratan de convencernos de que la honestidad es relativa y depende de lo que opines». En su alegato antiposmoderno repitió que «la verdad es la verdad. La honestidad es la honestidad». Pero tampoco está claro que hacer del 6 de noviembre un referéndum contra Trump sea la fórmula ganadora que buscan los demócratas. Entre otras razones porque oculta el asunto que más preocupa a los electores, la sanidad. La más cara, para el bolsillo ciudadano y para el Estado.

Sin embargo los discursos a cuenta del Medicare permanecen sepultados frente a las apelaciones a la investigación del fiscal especial y el «Rusiagate» o las alusiones apocalípticas a los migrantes. De fondo, el fantasma del «impeachment». Ese instrumento legal que permitiría elucubrar con la destitución del presidente si al menos los demócratas contaran con las dos Cámaras. Un resultado que, a la vista de los sondeos y especialmente de los dedicados a auscultar el Senado, parece altamente improbable.