Tiroteos en Estados Unidos

Trump aleja la posibilidad de limitar los fusiles de asalto

El presidente de EEUU asegura que ve «apetito político» en Washington para el control de antecedentes penales en la compra de armas.

Manifestantes protestan contra la visita de Donald Trump a los heridos en el hospital Miami Valley de Dayton, ayer / Reuters
Manifestantes protestan contra la visita de Donald Trump a los heridos en el hospital Miami Valley de Dayton, ayer / Reuterslarazon

El presidente de EEUU asegura que ve «apetito político» en Washington para el control de antecedentes penales en la compra de armas.

Estados Unidos trata de digerir la enésima sesión «gore», con 31 asesinados tras un fin de semana devastador. Desde luego que el presidente Donald Trump, otrora criticado por sus ambigüedades hacia determinados grupúsculos, parece decidido a mostrarse rotundo. Si el pasado lunes cargó contra la violencia que florece en internet, si azuzó al Legislativo a alcanzar un acuerdo para establecer mejores controles a la venta de armas, ayer reiteró su mensaje frente a los familiares y deudos de algunas de las víctimas. En un viaje que lo llevó primero a Dayton (Ohio) y posteriormente a El Paso (Texas). Escenarios de las dos matanzas protagonizadas por sendos psicópatas. En el caso de Dayton, el criminal, Connor Betts, apenas necesitó 30 segundos para matar a nueve personas y herir de diversa consideración a otras veinte.

Antes de tomar el avión, el presidente se dirigió a la Prensa para proponer fortalecer la verificación de los antecedentes penales de quienes compran armas y aseguró que en el Congreso hay un «fuerte apetito» político para aprobar una ley en ese sentido. «Creo que tanto republicanos como demócratas se están acercando a una ley que haría algo con el control de antecedentes», dijo Trump. Explicó que, en los últimos días, ha tenido «muchas conversaciones» con miembros del Legislativo y ha detectado «un apetito muy fuerte» por medidas para el control de antecedentes. Sin embargo, sobre la otra gran pata del debate, los fusiles de asalto, indicó que, «en este momento», «no hay apetito político» para restringirlos. Por último, el magnate afirmó que nunca ha contribuido a la violencia: «Mi retórica une a la gente. Nuestro país lo está haciendo realmente bien», añadió.

No obstante, insistió en vincular violencia y emigración. Así reiteró que EE UU «necesita leyes firmes sobre la inmigración», aunque puntualizó que «quiere permitir a millones de personas entrar en el país, ya que los necesita». «Creo que las fronteras abiertas son algo terrible. Necesitamos inmigración legal, no inmigración ilegal», recalcó.

A las puertas del Miami Valley Hospital en Dayton, había algunos manifestantes. Pocos a la hora de escribir estas líneas. En ese mismo momento, el presidente, acompañado por la primera Dama, visitaba a los heridos y departía con los familiares y amigos. Aprovechó la ocasión para transmitir su apoyo y agradecimiento al personal médico. Que lo merece: las heridas que causa este tipo de armamento son propias de una guerra. Mutilaciones y heridas de extrema gravedad, con órganos dañados de forma irreparable y extremidades seccionadas. En el caso de Betts, portaba un M-15. Un fusil de asalto, réplica del M-16 que manejan las Fuerzas Armadas de EE UU, y diseñado para causar daños torrenciales en un espacio de tiempo mínimo. Apenas medio minuto más tarde abrió fuego la Policía acabó y con su vida. Sin embargo, nadie parece recordar que, más allá del radicalismo de la «alt-right» y los «antifa», incluso más allá de la retórica presidencial y sus soeces alusiones a los inmigrantes de México y Centroamérica, el problema fundamental radica en la facilidad con la que cualquiera en este país puede comprarse un arma similar a la empleada por Betts.

Durante su paseo por los corredores del hospital a los Trump los acompañaban Mike Uhl, presidente del Miami Valley Hospital; Mikki Clancy, directora de operaciones, y Mary Boosalis, presidenta de la aseguradora Premier Health. También acudieron el senador Sherrod Brown, y el alcalde de Dayton, Nan Whaley. Los dos últimos explicaron a la Prensa que le habían pedido al presidente que urja al líder de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell, para que lhaga algo. «No sé si actuará. Espero que la gente de Dayton lo haga», comentó Whaley.

Trump reaccionó indignado: «Acabo de salir de Dayton, Ohio», escribió en Twitter, «donde me reuní con las víctimas y las familias, la Policía, el personal médico y los servicios de emergencia. Fue una visita cálida y maravillosa. Había un enorme entusiasmo e incluso amor. Luego vi que el candidato presidencial fallido (0%) Sherrod Brown y el alcalde Whaley tergiversaron totalmente lo que sucedió dentro del hospital. Su conferencia de prensa después de que me fui a El Paso ha sido un fraude. No se parecía en nada a lo que sucedió con esas personas increíbles a las que he tenido la suerte de conocer y pasar algo de tiempo. Todos fueron increíbles».

Críticas demócratas

El gesto de Trump encontraba su contrapunto en las acciones de la oposición. El senador Cory Booker, candidato a las primarias demócratas, habló de la necesidad de poner en pie una guerra incruenta contra el supremacismo blanco. Una ideología que contaminaría la propia idea de EE UU desde su fundación. Otro de los que tenía previsto responder a Trump era Beto O'Rourke, del que Trump escribió en Twitter que «Beto (nombre falso para indicar herencia hispana) O’Rourke, quien está avergonzado por mi última visita al Gran Estado de Texas, donde lo derroté, y ahora está aún más avergonzado por que solo tiene un 1% en las primarias demócratas, debería de respetar a las víctimas y las fuerzas del orden, ¡cállate!».

Horas antes de que arrancara la visita por Ohio y Texas, la Casa Blanca anunciaba la convocatoria de una reunión con diversas empresas de internet y tecnológicas para tratar los discursos extremistas en la red.

Trump, entre tanto, continuó hasta Texas, donde fue recibido por el gobernador Greg Abbott, los senadores John Cornyn y Ted Cruz y el alcalde de El Paso, Dee Margo.