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Un informe desvela la tortura a gran escala en las «cárceles negras» de China
Las habitaciones de hotel o fábricas utilizadas como cárceles ilegales, donde miles de personas son cada día torturadas para evitar que la sociedad conozca sus quejas sobre el Gobierno, se han multiplicado por toda China, desvela hoy Chinese Human Rights Defenders (CHRD).
Las habitaciones de hotel o fábricas utilizadas como cárceles ilegales, donde miles de personas -la mayoría mujeres- son cada día torturadas para evitar que la sociedad conozca sus quejas sobre el Gobierno, se han multiplicado por toda China, desvela hoy Chinese Human Rights Defenders (CHRD). En un extenso informe titulado “Te golpearemos hasta la muerte con impunidad”, la ONG recoge miles de casos de ciudadanos que han sufrido abusos en los últimos cinco años en cientos de “cárceles negras” en Pekín y once provincias del país.
“Las llamamos cárceles negras porque están fuera de la vista del público, escondidas o disfrazadas como ‘hoteles’ o ‘fábricas’, y porque son ilegales. Es decir, están escondidas del público y de la ley. Por tanto, sus responsables pueden cometer torturas y maltratos con impunidad”, explica a Efe Wendy Lin, coordinadora en Hong Kong de CHRD.
La mayoría de ciudadanos que son encerrados en cárceles negras son los llamados peticionarios, personas que viajan a Pekín para reclamar al Gobierno central una respuesta a problemas que no les han dado en sus localidades de origen, si bien comparten “celdas” con prostitutas, disidentes o activistas.
El 80 por ciento son mujeres, más vulnerables a los abusos dado que los guardias y oficiales de estas prisiones son hombres, y han estado entre días y hasta seis años encerradas sin derecho a abogado o juicio, constata CHRD en su informe.
La organización documenta maltratos a todo tipo de mujeres y de un rango de edad muy amplio, desde adolescentes hasta adultas de más de 50 años, como la señora Wang, de 60, a quien varios hombres sacaron en medio de la noche de su cama para encerrarla en un hotel, donde le pegaron durante tres días hasta que le permitieron llamar a su familia.
Su hija iba a ser forzosamente esterilizada por el Gobierno y Wang, de la provincia oriental de Shandong, planeaba viajar a Pekín para quejarse. La mantuvieron encerrada para que no consiguiera su objetivo y que su hija saliera del escondite al que huyó cuando trataron de apresarla.
En su caso, la familia llamó a la Policía para que sacaran a Wang de la cárcel negra, pero los agentes se negaron a involucrarse en un asunto en el que ya estaba “el Buró de Planificación Familiar de por medio”.
“Las autoridades siguen negando la existencia de estas cárceles, mientras oficiales locales no paran de detener a gente para conseguir puntos en su labor por mantener la estabilidad social”, se señala en el informe.
El número de cárceles negras ha aumentado desde que los campos de reeducación, donde se podía encerrar a cualquier persona hasta un máximo de tres años sin juicio, fueron cerrados a finales de 2013 tras destaparse casos de graves torturas, como en el de Masanjia, en Liaoning (noreste).
“Vivimos en vilo. Cuando hay una reunión importante, sabemos que vendrán a por nosotros”, cuenta a Efe Gai Fengzhen, una mujer de 57 años que ha pasado en numerosas ocasiones por cárceles negras de Pekín y de su provincia, Liaoning.
Gai se convirtió en peticionaria cuando un día, en una discusión con un conocido, éste le acabó agrediendo. Ella le denunció, pero se topó con que su agresor era el hermano de un policía y ahí comenzó su lucha por conseguir justicia.
Acabó en Masanjia en cuatro ocasiones, de uno a tres años seguidos, con épocas en las que sólo le daban pan duro y agua con sal que le provocaba vómitos de sangre, y meses encerrada en una minúscula habitación con los brazos en alto atados a una litera superior y los pies encadenados.
Tras ese horror, hoy habla con Efe en una minúscula casa de seis metros cuadrados a las afueras de Pekín, cuyo exterior está plagado de cámaras de vigilancia y a la que se acercan “varios hombres” de vez en cuando, y ante eventos importantes, para trasladarla a una cárcel negra.
“Allí también te pegan, pero ahora lo llaman de otra manera”, cuenta Gai, mientras, junto a un grupo de peticionarias, lee el mensaje que le acaba de llegar al móvil procedente de un desconocido: “Me he enterado de que vais a venir a Pekín a reclamar. Yo, de vosotras, tendría mucho cuidado. Os seguimos”.
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