
Análisis
La vuelta al maximalismo de Rusia
Si el teatro de operaciones más probable de un nuevo conflicto mundial es Europa y los aliados perdemos el paraguas convencional y nuclear estadounidense, reforzar nuestra defensa no es solo lógico, es una obligación moral

Acabo de terminar un debate en la televisión de Azerbaiyán con un periodista «independiente» británico que hablaba desde Moscú y para Moscú. Llevo ya meses participando en ejercicios parecidos, con exembajadores rusos y no pocos «analistas» occidentales que no disimulan sus simpatías prorrusas y su ceguera ante la complejidad geopolítica que va más allá de sus argumentos supuestamente historicistas.
En sus arengas seudomoralizantes sobre los acuerdos de Minsk I y II, y en el colmo de la fantasía, afirman que fueron ejercicios destinados a engañar a Rusia y que siempre tuvieron como objetivo armar a Ucrania. Esto no constituye simple ignorancia de los hechos; es mucho peor, es una deliberada y dolosa manipulación de la reciente historia europea. Acusan a Europa, especialmente a Francia y al Reino Unido, de haber entrado en una deriva belicista, cuando es tozudamente evidente que fue la disuasión la que ha evitado la tercera guerra mundial.
Si el teatro de operaciones más probable de un nuevo conflicto mundial es Europa y los aliados perdemos el paraguas convencional y nuclear estadounidense, reforzar nuestra defensa no es solo lógico, es una obligación moral. No sé si los adalides de la distensión unilateral con Rusia son conscientes de las potencialmente apocalípticas consecuencias que podría tener ceder ante el expansionismo y la agresión. Solo estaríamos más cerca de la guerra, no de normalizar las relaciones con Rusia. Y mucho menos de una quimérica alianza de Occidente y Rusia para contener a China.
Es verdad que lo contrario, una alianza sino-rusa, no puede durar en el tiempo, pues China es una amenaza más importante para Rusia que para Europa. China y Rusia tienen 4.209 km de frontera común con 160 pasos fronterizos abiertos las 24 horas del día. Un estudio de total fiabilidad desmiente los cálculos más optimistas según los cuales en Siberia podría haber un 10-12% de población de origen chino.
En realidad, es más del 30%; el verdadero vientre blando ruso es ese, y no las grandes llanuras del suroeste ruso. Esto no quiere decir que China deba convertirse en el socio de Occidente en lo que queda de siglo; eso es igual de disparatado que pensar que podíamos ser amigos y aliados de una Rusia que no lo quiere y que, más allá de eso, no ve como adversarios, e incluso enemigos, más que competidores. A otros, sus vecinos miembros de la UE y la OTAN, los considera hijos pródigos y traidores que abandonaron a la Gran Rodina (Madre Patria) rusa para echarse en manos del maligno Occidente. No se puede ser amigo de quien se considera tu enemigo, y mucho menos aliado de quien quiere conquistar a nuestros aliados del Este. Eso es pura y simplemente una grave y estúpida irresponsabilidad.
El alto el fuego definitivo y el establecimiento de una línea de control (LOC, en sus siglas en inglés) aceptada por ambas partes va a ser una tarea muy ardua, y va a requerir toda la capacidad de presión del presidente Trump sobre ambas partes, no solo Ucrania. Rusia pretende conservar todos los territorios anexionados, esgrimiendo los referendos manipulados de incorporación a Rusia y la legislación que carece de toda legitimidad o reconocimiento internacional. Putin pretende, además, que se establezca una zona desmilitarizada a lo largo de todos los territorios ocupados a cambio de «no tomar Odesa y permitirle a Ucrania la salida al mar Negro» (sic), dijo un portavoz británico de Rusia en un debate conmigo ayer, 20 de marzo, en la TV de Azerbaiyán.
La pretensión última, es que no solo no ingrese en la OTAN, sino que no se alinee con Occidente jamás. Esta condición maximalista es anterior a la invasión, durante años parecía haber desaparecido del argumentario putiniano, pero ha renacido de sus cenizas cual Ave Fénix ante el cambio de tornas en el panorama internacional y, sobre todo, en los EEUU. Rusia ni siquiera pone en la mesa la propiedad de la central nuclear de Zaporiyia (la más grande de Europa).
Por último, ha dejado muy claro que no aceptará tropas de interposición de la OTAN o cualquier otro aliado occidental o prooccidental que ellos consideren hostiles a Rusia. Esto hace que las declaraciones a favor de una presencia militar de Francia y el Reino Unido, como en contra de Italia, sean tan inútiles como, si me permiten ser tan duro, ridículas a estas alturas de la partida.
Las pretensiones maximalistas de Ucrania ya ni siquiera están en el horizonte: recuperación de los territorios ocupados, garantías de seguridad, soberanía para decidir su ingreso en la OTAN y reparaciones de guerra. Puede y debe aspirar a que se den garantías de seguridad, a no ser desarmada, a poder seguir recibiendo ayuda militar y de inteligencia de Europa y EEUU y a integrarse algún día en la UE si cumple los requisitos que se exigen a cualquier estado candidato.
La paz está aún lejos; esperemos que el silencio de las armas no sea el preludio del aplastamiento total de Ucrania, si no acepta todas las draconianas condiciones putinianas, como me vaticinó mi interlocutor en el debate de ayer.
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