Estreno
«La gran estafa americana»: Cuestión de máscaras
Dirección : David O. Russell. Guión: Eric Warren Singer y D. O. Russell. Intérpretes: Christian Bale, Amy Adams, Bradley Cooper, Jennifer Lawrence. EE. UU, 2103. Duración: 138 minutos. Drama.
La cámara observa a un irreconocible Christian Bale colocándose con mimo y dedicación lo que parece un peluquín. La escena dura demasiado tiempo como para no ser relevante. ¿Qué pretende disimular? Todos los personajes de «La gran estafa americana» quieren convertirse en otro. A Irving (Bale) le gustaría tener pelo, ser bígamo y timador de serie B por toda la eternidad; a Sidney (Amy Adams) le gustaría tener un pedigrí imposible para una ex stripper de Albuquerque y a Richie (Bradley Cooper) le gustaría destacar entre la grisura pasivo-agresiva del FBI para darle la espalda a su mediocre porvenir familiar. Rosalyn (Jennifer Lawrence), la ciclotímica esposa de Irving, es la única que admite sentir pánico por los cambios, y no casualmente será el terremoto responsable de que todo cambie. A la película de David O. Russell también le gustaría convertirse en otra. En una película de Scorsese o, tal vez, en el «Boogie Nights» de Paul Thomas Anderson. Pero no puede: no porque sea mimética, sino porque su enorme caudal de energía parece pasar por encima de los intereses de su propio discurso. Sí, es un filme basado en hechos reales (la operación del FBI que sirvió, a finales de los setenta, para imputar a unos cuantos políticos corruptos en el estado de Nueva Jersey) que se protege bajo otro epígrafe («algo de esto ocurrió realmente») que la libera de toda responsabilidad para con la verdad. Una máscara encima de un montón de máscaras que están ahí para cubrirse las espaldas o para delatarse. Los setenta –los peinados, el vestuario, la música disco– no sirven para evocar un estilo de «thriller» policiaco (a lo James Gray) o conspiranoico (a lo David Fincher). Si no es un ejercicio de revisionismo histórico, si tampoco es un homenaje cinéfilo «avant la lettre», ¿tanta máscara para contar qué? ¿América como gran mercado del timo, del simulacro?
Da la impresión que David O. Russell ha encontrado la máscara perfecta para dar el pego. A los americanos les encantan las historias de auge, caída y resurrección, y el autor de «Tres reyes» cumple con este épico itinerario, y ha vuelto para quedarse. Este crítico piensa que está sobrevalorado, pero al menos en «La gran estafa americana» sabe extraer oro puro de sus actores –especialmente de un Christian Bale que, más allá de su habitual transformación física, se mantiene en un registro más humilde de lo habitual, menos compositivo–, saca fuerza de una fluidez narrativa que compensa sus altibajos y su acusada tendencia a la histeria y entretiene al más reacio. Que posiblemente detrás de la máscara haya un vacío abisal, esa es otra historia.
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