El desafío independentista
La leyenda amarilla (II)
El protagonista de dañar hoy a España es el independentismo catalán. Como todo nacionalismo exacerbado, trata de afirmarse a sí mismo sobre la negación del otro y, por ello, necesita rechazar todo lo español. Lo absurdo de esto es que, si consiguieran su objetivo, sufrirían una grave crisis ontológica que les abocaría al suicidio político, ante la carencia de sentido de su existencia: no tendrían a quien odiar.
El nacionalismo radical consigue que se cumpla –una vez más– el dicho de que «hay amores que matan». Ama tanto a su nación, con un amor tan posesivo como excluyente, que le provoca un grave daño.
Hay dos hechos muy relevantes en la Historia moderna de España, y en los dos, Cataluña tuvo el protagonismo principal. En 1640 –año «muy grave para la monarquía española», como afirmó el Conde-Duque de Olivares– los ejércitos españoles guerreaban en Flandes y otros escenarios. Estalló entonces la revolución dels Segadors y los «Puigdemont y Torra de la época» reconocieron en 1643 a Luis XIII de Francia como Conde de Barcelona, saliendo del fuego español para caer en las brasas francesas, y pasar –luego– a pedir protección a Felipe IV de nuevo. La guerra subsiguiente francoespañola terminó en 1659 con el Tratado de los Pirineos, por el que España tuvo que ceder a Francia el Rosellón y parte de la Cerdaña... hoy reivindicados por el pancatalanismo como la Catalunya Nord dels Països Catalans.
Lo dicho, hay amores que matan.
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