La Razón del Domingo
La crónica (anunciada) de García Márquez sobre el «monaguillo» Hugo Chávez
Sigue siendo un misterio la fascinación que Gabriel García Márquez siente hacia determinados políticos latinoamericanos, los llamados caudillos. Una primera explicación sería por su proximidad ideológica, en el caso de Fidel Castro y Hugo Chávez, el «absolutamente ausente», según la constitución venezolana. Sin embargo, hay otra, tal vez más literaria, pero verosímil: en este tipo de dirigente político está su personaje más célebre, el coronel Aureliano Buendía de «Cien años de soledad». La revista digital argentina Anfibia publicó el pasado miércoles la crónica que García Márquez escribió del primer encuentro que tuvo con Chávez. Fue en un avión, en enero de 1999, cuando los traía de La Habana a Caracas (la edición original del reportaje fue en la revista colombiana «Cambio»). El Premio Nobel quedó subyugado por la personalidad del presidente electo de Venezuela (de hecho, le invitó a su toma de posesión: «Nos vemos aquí el 2 de febrero). «A medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la imagen del déspota que teníamos a través de los medios». En aquella conversación de varias horas sobrevolando el Caribe apareció el monaguillo que todavía siendo presidente «atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de 100 años que lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez Delgado, que es uno de sus héroes tutelares». Puro realismo mágico. Acababa la crónica dudando de si podía ser «un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más». No ha dado respuesta, de momento.
Bolaño y Saramago frente a Bolívar reencarnado
El Premio Rómulo Gallegos es el gran acontecimiento literario de Venezuela. Atrae, además, a toda las letras latinoamericanas. Bolaño lo recibió en 1999 por «Los detectives salvajes». En 2003 escribió un artículo en «El Mercurio» de Chile en el que habló de que el castellano que habla Hugo Chávez «huele a mierda». Es el olor pestilento de los campos de concentración para homosexuales en la Cuba de Castro, de los desaparecidos de Videla, de la «sonrisa» de Perón. En el diario «Tal Cual» llamó a los «neoestalinistas» «pequeños mafiosos». Por contra, José Saramago se ofendió cuando los opositores a Chávez «utilizaban» su libro «Elogio de la luminosidad» y el voto en blanco como opción política en las elecciones venezolanas.
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