La columna de Carla de la Lá

Salvar la vida en Auschwitz

Los supervivientes cuentan que las buenas personas tenían muy pocas posibilidades de salir de un campo de concentración.

Se conmemora el Holocausto y he recordado que hace mil años mi hermano (el psiquiatra) me recomendó un libro firmado por otro psiquiatra, el famosísimo Viktor Frankl, que leí con absoluto estupor y que ahora les recomiendo a ustedes.

Viktor Frankl, (víctima del nazismo) fue el artífice de la tercera escuela vienesa de psicoterapia -tras el psicoanálisis de Freud y la psicología individual de Adler- y durante 25 años director de la politécnica neurológica de Viena, catedrático de psiquiatría en San Diego, Harvard, Stanford, Cambridge y otras prestigiosas universidades.

El éxito del libro (El hombre en busca de sentido) fue apoteósico; sólo en Estados Unidos superó la cifra de nueve millones de ejemplares. Se registraron ciento cuarenta y nueve ediciones, traducidas a más de 20 idiomas.

El relato que cuenta cómo el propio Frankl consiguió sobrevivir en Auschwitz y Dachau, sin anestesia, también desarrolla una propuesta psicológica y filosófica accesible (y no por eso menos elevada) acerca del Hombre y su capacidad de sobreponerse o no a la adversidad y el absurdo.

El psiquiatra (creyente, judío pero muy cercano al cristianismo), nos conduce a través de las distintas reacciones de la mente y la moral humanas, en condiciones que la mayoría desconocemos, puesto que no hemos vivido al límite.

En los campos de exterminio sólo existían dos posibilidades, la muerte inmediata o en su lugar, los trabajos forzados, el hambre, el frío y la amenaza de la muerte constante. Esta segunda opción, al menos albergaba la supervivencia temporal.

Entre las maravillas (o pasmos) que podrán extraer de esta crónica-ensayo:

Del cuerpo humano: dice Frankl que una de las cosas que más le sorprendieron, además de la potencial crueldad e indolencia del hombre, fue su resistencia física: “El ser humano puede acostumbrarse a cualquier cosa.” Describe cómo los hombres en situación de comodidad, sentimos que, si no nos abrigamos, dormimos o comemos convenientemente enfermaremos e incluso desapareceremos, sin embargo, en los campos apenas comían ni dormían y permanecían sin zapatos ni prendas de abrigo, incluso desnudos durante horas, días, meses, en pleno invierno, sin que ni uno sólo de los prisioneros enfermara…

Del cambio en la escala de valores: relata cómo al principio, los prisioneros vivían apegados a ciertos bienes materiales o intelectuales. En esas circunstancias, Frankl intentó conservar por encima de todo un manuscrito con la obra de toda su vida; pronto se dará cuenta que su única posesión es su existencia desnuda.

Del suicidio: Frankl habla de lo gracioso que sonaba el suicidio pese al indescriptible sufrimiento donde “lanzarse contra la alambrada”, el método más popular, era sencillo. Sin embargo, las expectativas de vida aplicando el cálculo de probabilidades eran tan escasas que no tenía ningún objeto suicidarse, sino probar suerte y continuar.

Del nivel cultural como salvavidas: contra todo pronóstico, las personas más cultas creaban mundos interiores blindados donde refugiarse e incluso disfrutar de la belleza a través del recuerdo (por ejemplo, de una ópera…). Las personas más sencillas, por muy fuertes que fueran corporalmente, vivían más pegadas a lo prosaico, a los acontecimientos y la realidad, una realidad demencial donde rápidamente se abandonaban, decaían y se convertían en sujeto del aniquilamiento físico y mental. Frankl cuenta como las personas capaces de aislarse del entorno y retrotraerse a su vida interior, a su riqueza intelectual y su libertad espiritual tenían más posibilidades que las que carecían de los recursos intelectuales para evadirse del horror.

Del descenso a la animalidad: Para entonces, el alma estaba completamente anestesiada y la distancia emocional para sobrevivir frente a los golpes continuos, el dolor, el agotamiento, la podredumbre y la irracionalidad hacían que cualquier emoción humana como “asco, piedad y horror” fueran imposibles de experimentar. En su lugar se imponía la apatía para todo excepto para conseguir alimento, que era el instinto más primitivo y el único que conservaban.

De la sexualidad: Frankl desvaloriza el Psicoanálisis contando cómo el instinto sexual desaparecía casi en la primera fase de internamiento y no reaparecía ni soterrado, ni indirectamente a través de fantasías ni sueños.

De la integridad: describe las múltiples maneras en las cuales el hombre gestiona el sufrimiento omnipresente, donde algunos pueden conservar el valor o la generosidad y otros olvidan la dignidad humana y se convierten en animales.

Del amor: cuando todo se ha perdido queda el recuerdo de los amados como única tabla de salvación. Frankl asegura que la liberación del hombre está en el Amor, que trasciende la persona física del ser amado (vivo o muerto) y encuentra su significado más profundo en su propio espíritu, en su yo íntimo.

Del libre albedrío: insiste en la libertad del hombre en cualquier situación y en todas las capas sociales: “A un hombre le pueden robar todo, menos la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias”.

De los supervivientes: lo más turbador, Frankl asegura que las buenas personas no podían sobrevivir en el campo de exterminio: “Se empleaba la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de sobrevivir. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros - como cada cual prefiera llamarlos- lo sabemos bien: los mejores de nosotros no regresaron.”

De la elevación y la Fe: “¿Qué es el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. El que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo el que ha entrado en ellas, valiente y con paso firme, musitando una oración”.