La Columna de Carla de La Lá
Soy un psicópata y no lo sabía
Vivimos en la era del Body Positive (craso error) pero sobre todo en la era zafia del Psico Positive o Mind Positive.
Nos preocupa la política, la economía, nos espantan los desahucios, la corrupción, el machismo, la desigualdad, el hambre y la gordura, la violencia y el maltrato animal. Pero, queridos, todos estos horrores no existirían si no existiera el padre de todos los defectos sociales e intelectuales: la desconsideración, el rasgo característico del psicópata de andar por casa, o dicho de otro modo, de aquellos a los que les importan un pito sus semejantes.
La desconsideración es de un egoísmo tan tonto, que es casi inteligente en su maldad.
Preguntemos a un estadio de futbol: ¿Se consideran buenas personas? Y todos a una responderán: “Oh, sí, soy una bellísima persona (porque no mato ni robo (mucho)”. Supongo que gran parte de la culpa de esta condescendencia que nos gastamos con nuestras flaquezas y esta presbicia que sufrimos a la hora de identificar nuestras miserias la tiene la “Moderna psicología” y sus asertos.
“Sé tú mismo”. Esta sugerencia feliz nació al calor de las democracias del s.XX donde el pensamiento político y social llegó a la conclusión de que ciertas dosis de individualismo y auto aceptación eran muy necesarias ante la intransigencia dominante. Lo malo es que “sé tú mismo”, ese himno a la sana autoestima, se ha convertido en el cáncer del siglo XXI. La nueva psicología es una `productora rapidísima de conceptos que si bien pretenden mejorar la sociedad, como individuos nos degradan.
¡Haz lo que quieras, sé como quieras! Pues no señores, no. Se lo digo con el mayor de los cariños y respetos, como se lo digo a mis hijos cada día: cuídense físicamente, mírense al espejo, hagan ejercicio, pero sobre todo cuiden su mente. Cuidar el “interior”, amigos, no es ¡todo vale! Sino más bien al contrario. En esta obtusa sociedad parece que el cuidarse mentalmente es ser egoísta y susceptible; exigir como un niño mimado, demandar a los demás, pedir a papá estado y llorar como un menor malcriado, cuando la única forma de cambio social que existe es cambiarnos a nosotros mismos y el único camino real para una vida feliz es sobreponernos a nuestras anomalías.
El artículo 9.2 de la Constitución ordena promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales, remover los obstáculos que dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social. Perfecto, me parece muy bien; el problema es que la inclusividad ha devenido en incluirnos a nosotros mismos con nuestros más viles defectos, donde lejos de intentar someterlos o refrenarlos, tenemos permiso para defenderlos e imponerlos dondequiera. Vivimos en la sociedad de los derechos exentos de deberes (mientras recicle usted la basura y no conduzca en dirección contraria por Madrid Central). Vivimos en la era del Body Positive (craso error) pero sobre todo en la era zafia del Psico Positive o Mind Positive.
¿Han visto La isla de las tentaciones? Hay que ver los realities para tomar consciencia y comprender ampliamente en qué consiste el tejido social y la democracia. En España, ahora mismo tenemos un problema cultural y moral grave contra el que hay que luchar de manera ordenada y constructiva: la estupidez y la falta de formación.
En España (y en el mundo) millones de personas actúan prescindiendo de la observación, la autocrítica ni la reflexión, sino de manera asquerosamente emocional, dirigidos por dos únicos valores, que denominan a todas horas: “Mi corazón y mis sentimientos”. Dos subterfugios estupendos y bien acogidos en nuestra miserable humanidad con los que tomar decisiones absurdas, egoístas, desatinadas o incluso psicopáticas.
¡Ya lo saben amigos! De este modo, ondeando alegremente y sin vergüenza la bandera del “soy yo mismo” o de “mis sentimientos” puede usted cometer toda clase de tropelías, prescindir del deber, del recato, del buen gusto, del compromiso… y por supuesto de la razón.
La isla de las tentaciones, el reality de Telecinco (donde cinco parejas consolidadas son encerradas semanas en dos mansiones playeras, las chicas con diez maromos cachas, contratados para seducirlas y los chicos, con diez mises operadas hasta de cataratas, dispuestas a hacer tuerking en tanga en sus narices, hasta que caigan) pone de manifiesto que las personas obtusas llaman al magnífico agujero negro de sus carencias intelectuales, “corazón”, y a su tendencia irrefrenable de actuar sin consideración, respeto ni empatía, “ser uno mismo”.
Y luego sus mohines y sus lloros de una emocionalidad donde no creo que haya mucho sentimiento, la verdad. Si hay algo que tengo claro es que la expresión exagerada, impúdica... física, verbal y sobre todo teatral de las emociones es inversamente proporcional a los sentimientos profundos y duraderos. O, como les digo a mis hijos: el más llorica no es el más bueno, ni el que más sufre. El más llorica es el más plasta y descontenido.
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