Moda
Huelga de hombros caídos… para otro día
La hombrera XXL regresa, y habita ya entre nosotros, esta vez acompañada de un patrón ‘oversize’.
No más huelgas de hombros caídos. Que vuelve la hombrera, oiga. Pero no de quita y pon. Vamos, que no se avista desabastecimiento de velcro a corto plazo en las mercerías de tu barrio. Toca olvidarse tanto del tirón depilatorio como del ronroneo esponjoso que lo acompaña. No habrá imaginaria avalancha de legiones de ‘fashionistas’ en los mostradores del tendero para buscar un apósito que enganchar bajo la chaqueta.
La hombrera regresa. Pero no por unidades. Retorna formando parte del patrón primigenio, para nacer fija en la camisa, el ‘blazer’, el traje sastre, el suéter, el vestido o donde quiera que se le haya ido la mano a quien consideró que merecería una nueva oportunidad en los armarios ya de por sí sobre saturados.
Un requiebro en las formas que busca configurar una silueta de pirámide invertida para recuperar, en la medida de lo posible, la sensualidad que se pierde al tapar los hombros. Y se logra, marcando la cintura en el ‘outfit’, echando mano de cinturones, pantalones estrechos, así como tops y minifaldas que dejen al descubierto el abdomen.
Elsa Schiaparelli inventó los desfiles como ‘show’, y también se sacó de la manga las hombreras
Como alternativa residual queda refugiarse en las prendas saco ‘oversize’. Pero no vale cualquier ‘trench’ o jersey. Porque no se trata de un libre albedrío del XXL que acabe en desastre por un look ‘desgarbado’, solo apto para salir al paso el día después de descubrir una infidelidad prenupcial en el Burning Man del desierto de Nevada. O como reacción a un trauma freudiano. En ambos casos, Tamara Falcó queda exenta. Por vía Onieva y por vía Preysler. Ella misma ha llegado a confesar que “hubo una parte de la infancia que fue muy dura, a mi madre le encantaban los ‘twin set’ con hombreras”.
En el otro extremo, hay quien se ha aventurado a sentenciar que la tendencia rescatada pasa por clonar las hechuras de un ‘quarterback’. Miente. Lo certificaría Conchita con polígrafo en mano. Salvo alguna licencia desaforada para alfombra roja o pasarela, en el hipertrofiado defensa no parecen haber encontrado su inspiración las colecciones que ya están en la calle de Louis Vuitton, Moschino, Lemaire o Dolce & Gabbana. A lo sumo, inspírense en el ‘linebacker’, ese jugador menos hipertrofiado por no ser el defensa que recibe los golpes en la primera línea de defensa. De todas formas, no cabe enredarse con el fútbol americano, que no se busca hoy un look ‘sporty’ por mucho que se desarrolle el deltoides con relleno de artificio. Si acaso, cierto deje picudo vampírico con el que Viktor&Rolf quiso elevar sus modelos en la pasarela hasta hacer desaparecer el cuello en sus perchas.
‘Vade retro’ y va de retro. Porque toda hombrera de hoy a destiempo, como cualquier calcetín blanco despistado, puede convertirse en una condena perpetua cuando en cinco años alguien rebusque en el pasado en busca de un ‘outfit’ criminal que echar a la cara. Pero, incluso al diseño más austero y depurado, le otorga una autoridad sin galones a su portadora que lleva a pensárselo dos veces antes de cuestionarla.
En cualquier caso, sobrevivir a este postizo está al alcance de unas pocas, que sí deberían ser referencia en este regreso al pasado. Para enmarcarla, la reptiliana Diana de ‘V’, aquella Jane Badler enfundada en mono rojo que ejercía de jefa suprema en un tiempo en el que solo existían extraterrestres invasores varones. Una dictadora catódica de éxito tan arrasador que también se la llevó a ella por delante y nunca más volvió a hacer carrera. Imítese a Badler en sus cueros, eso sí, sin necesidad de replicar su ayuno intermitente con hidratos y proteínas de roedor. Porque ella reconstruye de un ‘flashazo’ la memoria pop que dignifica a la hombrera, que encumbraron los trajes cruzados de Armani. Esos que hicieron de Grace Jones la diva terrenal del ordeno y mando. Aunque para empoderada con posibles, Joan Collins, hoy nonagenaria, pero entonces la cacique Alexis Carrington a la que no tosía ni el apuntador en ‘Dallas’. Por su genio, por su maldad… y por ese refuerzo acolchado en sus chaquetas que eran mucho más que una declaración de intenciones. Un ‘aquí estoy yo’ sin retales.
Como alternativa residual queda refugiarse en las prendas saco ‘oversize’
En blanco y negro hollywoodiense, Joan Crawford ya había presumido antes que ellas de volantes mangueros minuciosamente sobredimensionados en un vestido blando que soñó el diseñador de vestuario Adrian Greenberg en 1932 para la película ‘Letty Lynton’. Mangas abullonadas que irrumpieron en manos del mismo genio que iconografió a Judy Garland para ‘El mago de Oz’ y a Katharine Hepburn en ‘Desayuno con diamantes’. Aquella Crawford fue solo el aviso de lo que llegaría en plena Segunda Guerra Mundial. Si los hombres iban al campo de batalla, ellas se marchaban a la fábrica. Y lo hacían masculinizándose con unos aparentes hombros ‘fit’.
Todas ellas inspiran y marcan la batalla del hoy, que se juega en la fugacidad del ‘story’. A estas alturas del otoñoFerragni, Megan Fox y Hailey Bieber se han dejado ver por sus perfiles de Instagram con algo más que un desliz de tallaje de sus estilistas o un globo sonda a la espera de ‘likes’. Por encima de todas ellas, Leonie Hanne, la ‘influencer’ germana treintañera que se atreve con lo que hay que atreverse sin desbarrar. En la semana de la moda de Nueva York se plantó con un ‘total look’ de Bronx and Banco en un tres piezas revestido en lentejuelas achampañado con un pantalón de maxicintura y un ‘crop top’. Hasta ahí, un traje de corte impecable, pero el salto llegaba por encima: unas maxihombreras de las que nacía una chaqueta que aporta el carácter al ‘look’ que encumbra todavía más a una ‘it girl’ talludita que no avista horas bajas.
El caso es que la hombrera está y se la espera. Y quizá con motivo. En tiempos con amenazas de ajustes y reajustes en los bolsillos globalizadores, la mejor terapia de choque pasa por la exageración en los patrones superiores a modo de escudo humano. ¿La moraleja? Contagiar una opulencia y grandilocuencia estética que otorgue galones de seguridad a la portadora para poder defenderse algo más que a codazos de una incertidumbre bélica, social, política y económica. Espuma de autoridad para intimidar al horizonte incierto, pero a la vez, para lanzar otro dardo a aquel que se crea que sigue llevando la batuta. Filosofía del retal que nunca engaña en período de entreguerras. Tampoco ahora. “En tiempos de inseguridad e inestabilidad, las hombreras son como una armadura”, sostiene Rafael Gomes, director de exhibiciones de moda de Savannah College of Art and Design. Y habrá que hacerle caso.
Porque hombro que se recarga por fuera, hombro que se esconde y coquetería que se pierde por el camino. Pero, con motivo. Porque lo que toca es lanzar otra proclama. Que se me vea empoderada, ocupando espacios antes inaccesibles, aun cuando haya que entrar de lado en ascensores de renta antigua por temor a un roce letal. Ese vendría a ser el mantra que se apoderó de algunos directores creativos –al menos de Gucci y Burberry– cuando presentaron hace unos meses en pasarela lo que ahora ya se está viendo colgado en las perchas globalizadas de cualquier esquina de Inditex, Mango, Brownie... Pero no fue ni Gucci ni Thomas los que la descubrieron. La profeta tiene nombre de mujer: Elsa Schiaparelli. La francesa que inventó los desfiles como ‘show’, que feminizó los monos y masculinizó la falda hasta declinarla en pantalón, no se sació. También se sacó de la manga las hombreras. Literalmente. Sus colaboraciones con locos sabios del surrealismo le llevaron a probar con formas y redefinir siluetas aparentemente imposibles en un alarde arquitectónico. Así pariósu colección de otoño-invierno 1931-1932 que catalogó como ‘Los soldados de madera’, donde sus mujeres le arrebataron los uniformes a ellos, para dar una batalla que no cesa. La hombrera se hizo espuma. Y habita (otra vez) entre nosotros.
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