Los Ángeles
Paparazzo, «corre, famoso, corre»
No hubo estrella de «Hollywood sobre el Tíber» que lograse resistirse al objetivo de Elio Sorci.
Ser un «paparazzo» siempre fue y sigue siendo lo peor, y, sin embargo, hay una lucha de prestigios entre los numerosos fotógrafos que pulularon por Cinecittà y Via Veneto persiguiendo en sus Vespas a las estrellas de Hollywood para fotografiarlas en las actitudes más comprometidas, por adjudicarse el mérito de inventar a los «paparazzi». Es notoria la genialidad de Federico Fellini al crear el adjetivo para nombrar al fotógrafo que acompaña a Marcello Mastroianni en «La dolce vita» (1960), paparazzo. ¿Cómo surgió?, parece ser que la gloria se reparte entre dos fotógrafos: Elio Sorci, que en 1958 fotografió a Ava Gardner y a su amante, por entonces Walter Chiari, persiguiendo puño en alto al también fotógrafo Tazio Secchiaroli, que los había pillado morreándose. Fellini se interesó por esta instantánea y le preguntó a Elio Sorci cómo se hacían este tipo de fotos, y Sorci le explicó la paciencia que había que tener para permanecer durante horas esperando el momento de lanzarse sobre la presa, enfocarla y, como un buitre, flash en ristre, tomar la instantánea sensacionalista que diera a entender que ambas estrellas estaban liadas. Su gran hazaña fue permanecer un día entero escondido debajo de un coche, en Cinecittà, esperando el momento en el que Richard Burton y Liz Taylor se besaban a la salida del plató de «Cleopatra» (1963). El «scoop», conseguido en marzo de 1962, confirmó el romance entre las dos grandes estrellas del momento.
Para Elio Sorci, «Un “paparazzo” es un hombre joven, despreocupado y feliz que se gana el pan poniendo a otra gente en dificultades y a quien no le importan los riesgos». Su hija, María Sorci, explicaba en la presentación de la publicación de «Paparazzo. The Elio Sorci Collection», el libro que recoge las mejores instantáneas del que fue un descubridor del género –con instantáneas de Sofía Loren, Audrey Hepburn, Grace Kelly, Sharon Tate y Polanski, Brigitte Bardot y Bianca y Mick Jagger, entro otros– que el nombre se compuso con las palabras «pappatacci» (mosquito) y «razzo» (flash), que es una de las muchas versiones que inventó Fellini, autor del neologismo.
En «La dolce vita», el actor Walter Santesso interpreta a Paparazzo –nombre que en el dialecto italiano de Rímini significa fisgón, entrometido–, réplica del fotógrafo Tazio Secchiaroli, «Ciuffa», que inmediatamente se convirtió en el epónimo del fotógrafo sensacionalista y, por extensión, de cuantos fotógrafos perseguían a los famosos que pululaban por Via Véneto. Aves de presa que saltaban de sus Vespas para pillar en la intimidad a las estrellas y robarles esa imagen comprometida, aunque muchas veces fuera un juego consentido. Este honor lo pueden tener numerosos fotógrafos que hicieron del asalto a flash armado y golpe de cámara su modus vivendi, pues, normalmente, trabajaban por cuenta propia y hasta que no conseguían una imagen impactante deambulaban de Via Véneto a Cinecittá buscando el momento escandaloso preciso.
Ahí están, para la memoria, los récords del «paparazzo» «Rino», Saverio Barillari, apodado «The king of paparazzi»: 162 visitas al pronto soccorso, once costillas rotas, setenta y seis máquinas fotográficas rotas y cuarenta flashes estampados.
Pero la mayor figura fue Tazio Secchiaroli, «Ciuffa» –amigo y fotógrafo oficial de Sofía Loren desde 1963–, quien, junto a Bruno Tartaglia, Andrea Nemiz, Mario Pelosi y Elio Sorci –considerado como el fotógrafo mejor pagado de su época– fue fuente de inspiración del filme de Fellini.
Retrato social vía «macchina»
Como periodista que era, Fellini tomó de modelo a estos fotógrafos y gacetilleros del escándalo para explorar de forma intelectualizada y no sin cierto deje de amargura la sociedad romana en todos sus estratos, desde la bohemia de Via Margutta a los pisazos de los nuevos ricos de Parioli, utilizando como pretexto el auge de Cinecittá, el «Hollywood sobre el Tíber», y la gran afluencias de estrellas de la Meca del cine que se concentraron a lo largo de las décadas de los 50 y 60 en cafés, boites y discotecas de la famosa Vía Véneto, entre Porta Pinciana y Vía Ludovisi. Cada uno de estos «paparazzi» se especializó en un tipo de fotorreportaje. En realidad, fueron los «Ciuffa», Tartaglia y Sorci quienes inventaron este tipo de fotorrealismo salvaje con sus fotos sensacionalistas y brutales instantáneas con flashazo en toda la cara.
Marcello Geppetti, quien hizo de las calles romanas el plató más grande del mundo, fue uno de los más originales en su captación de aquellos años, cuando las estrellas de Hollywood vivían en Roma una vida que les estaba vedada en Los Ángeles. Fue ésta la razón última de la cantidad de extravagancias y locuras que se dieron en esas dos décadas doradas. Fabulosos años de glamour y disloque reflejados en «La dolce vita», en cuyo escandaloso estreno, según el paparazzo amigo de Fellini Tullio Kezich, «en la cámara gritaban los fascistas y en los púlpitos los curas llamaban a rezar por Fellini. Sólo los jesuitas de Milán le defendieron, y fueron enviados al exilio. Casi se echa de menos aquella Italietta –sigue Kezich– en la que por una película presuntamente inmoral, en la que no había siquiera la sombra de un desnudo femenino, se rompían amistades, se desencadenaban batallas y se agotaban los periódicos».
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