Gastronomía
Mercado y picnic, la combinación perfecta
Comprar productos locales en el mercado y hacer un picnic junto al río es uno de los grandes placeres de viajar en coche.
Comprar productos locales en el mercado y hacer un picnic junto al río es uno de los grandes placeres de viajar en coche.
Acabo de hacer un viaje en coche por Francia con mi mujer. Eso que ahora llaman roadtrip y que, para un clásico como yo, toda la vida fue coger ‘carretera y manta’. La manta, por cierto, se ha convertido en un elemento indispensable en nuestro kit de viaje, aunque no la usemos para dormir ni para protegernos del frío. Por suerte, solemos pernoctar en acogedoras viviendas locales —los populares bed&breakfast— donde, además de sentirte integrado en la dinámica del pueblo, puedes disfrutar de cotidianos desayunos a base de baguettes, mermeladas, pain au chocolat y amena conversación. Una de las grandes ventajas de alojarse en estos establecimientos es que el anfitrión, además de acompañarte en el petit dejeuner, te pone al día de las costumbres locales. O, como también se dice ahora, te da un poco de background. Y eso no tiene precio. Nuestro interés se centró, principalmente, en los mercados.
En Francia, como en España, el mercado es uno de los epicentros de la actividad social. Ciudades como Narbona, Sète, Nimes o Avignon, por citar algunas de nuestra ruta, los cuidan especialmente. Por lo general se ubican en el centro del casco antiguo y suelen estar reformados o, incluso, cuentan con un diseño innovador, de vanguardia. En ellos, la liturgia es similar. A mediodía se convierten en un hervidero de gente que acude a comprar, almorzar, alternar con los amigos o, simplemente, a darse una vuelta. Un lugar de encuentro para todos, locales y foráneos. Éstos, poco a poco, han ido incorporando los mercados a su itinerario turístico. Para nosotros, amantes de la gastronomía y de la cultura popular, el mercado siempre fue uno de los principales reclamos de una ciudad. No sólo por el ambiente que se respira en ellos, sino porque abastecen nuestra otra gran pasión: el picnic. Y aquí es donde la manta entra en juego.
Fue en 2011 cuando, en una ruta por El Valle del Loira, nos aficionados a estirar la manta a orillas del río que baña los principales castillo de Francia y a disfrutar de los productos de la zona. Esta vez viajamos con la misma idea, pero sustituimos el Loira por el Ródano. En el mercado de Avignon nos surtimos de patés espaciados con enebro, tapenade de olivas negras y anchoade, que es lo mismo pero con anchoas en lugar de aceitunas; una tarta de tres quesos, un vino de la zona —Côtes du Rhône— y un dulce de hojaldre. En Sête nos llevamos unas tielles —la famosa empanada rellena de pulpo— al Canal de Peyrade, donde no sentamos junto a los atuneros que faenan en este rincón del Mediterráneo. En Nimes nos encontramos el mercado cerrado y en Narbona nos limitamos a disfrutar del ambiente dominical de vinos y tapas, que los franceses ya han hecho suyas. Aunque en mi memoria quedará grabado el hojaldre relleno de olivas negras que disfruté extasiado mientras contemplaba los mismos olivos que una vez pintó Vincent van Gogh en el monasterio de Saint-Paul-de-Mausole en Saint-Rémy, puede que parado en el mismo lugar donde yo me encontraba, en ese momento, masticando a dos carrillos.
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