Obituario
Bimba Bosé, una mujer que marcó el cambio de siglo
La mañana de ayer conocíamos el fallecimiento de Eleonora Salvattore Bosé, conocida como Bimba Bosé. Esa niña que según sus padres estaba predestinada para algo grande. No se entiende sino que se elija para ella un nombre compartido por dos de las tres oberturas de la única ópera de Beethoven. Nombre de reina, de hija de princesa de Saboya, de esposa capaz de reponer en el trono a Ricardo III. En fin, de persona según el significado de su nombre «nacida audaz, impetuosa, valiente, aquella que resplandece». Pronto esa niña debió saber que su abuelo había sido uno de los grandes toreros de su época y su abuela una actriz capaz de engatusar al gran Visconti. No sé si es este el momento de decir que «al galgo le viene de raza». Bimba empezó siendo modelo, querencia que le vendría de su tía Paola. Desfiló para muchos de los grandes, Alexander Mc Queen, John Galliano, Jean Paul Gaultier, Karl Lagerfeld, Versace, Gucci, Valentino y Prada, entre otros muchos, en las pasarelas de Nueva York, Londres, París y Milán, donde su nombre no pudo pasar desapercibido para la biblia de la moda que es el «Vogue» italiano. Posó para Juan Gatti, Peter Lindbergh, Terry Richardson, Bruce Weber, Richard Avedon, Mario Testino y Steven Meisel, entre otros maestros indiscutibles de la fotografía. Su aire duro, frío, guerrero, escultórico y deliberadamente andrógino parecía perfecto para poner un punto y aparte a la larga lista de modelos «gacela». Ella era, nunca mejor dicho, la modelo «pantera» perfecta, esa especie de reencarnación del «look garçons» tan querido por el Art Dèco y su excepcional intérprete Alexander Chiparus.
En la cima de su gloria como modelo con plaza en Nueva York lo dejó todo para unirse con su amigo David González y los tres hermanos Postigo en un nuevo proyecto, crear Davidelfin y revolucionar la Pasarela Cibeles de Madrid con tres golpes de mano geniales. Ambos habían sido gogós de discoteca en el templo del glam que Alaska tenía en Madrid, ambos pertenecían a ese circo posmoderno que había conseguido reunir Dani Panullo y ambos eran lo suficientemente geniales como para elegirse al primer golpe de vista.
Bimba, que ya había sido modelo, diseñadora o, para ser más precisos, musa retroalimentadora de diseñador, nunca tuvo bastante y, aprovechando un pequeño bajón de la marca, por no hablar de la moda española –culpa de la crisis mundial de la moda, todo hay que decirlo–, decidió coger un micrófono y ponerse a cantar. Ahí están los tres discos de The Cabriolets para certificarlo. Volvió a ser feliz. Su tío, el gran Miguel Bosé, decidió echarle una mano. Su toque de rey Midas para la música confirmó lo que ya intuíamos, no puedes ser Bosé y no tener éxito en la música. Aún pudo ampliar su currículum y su capacidad para hacerlo todo, todo bien, la convirtió, otra vez al alimón con David, en una de las DJs más buscadas del país. Todavía tuvo tiempo para participar en una película de Pedro Almodóvar y en otra, no por muy polémica menos interesante, «El cónsul de Sodoma», basada en una muy libremente revisada biografía de Jaime Gil de Biedma.
Se pueden decir de ella muchas cosas, pero me encantaría insistir en las que sólo conocen las personas que la trataron de cerca. Era amable, generosa, educada hasta la perfección. Esa imagen de mujer dura, fría, distante, es una pantalla, la pantalla que los tímidos necesitan para salvarse. Cuando quería algo, su manera de pedirlo, recuerdan personas que trabajaron para ella, te hacía sentir para qué sirve verdaderamente la buena educación. Solo quienes la conocen muy bien saben que su pasión no era la pasarela, ni el cine, ni la música, sino la cocina, la cocina italiana. De hecho, su fallecimiento antes de tiempo nos ha privado a todos de uno de los sueños que se le han quedado sin cumplir. Bimba quería tener un restaurante italiano donde compartir con sus amigos su verdadera pasión.
Ella que padeció el cáncer de mama y que unas de sus metástasis han terminado por derrotarla, será siempre uno de los mejores emblemas de la lucha de las mujeres contra esa terrible enfermedad. No deja de ser paradójico que mi pequeño homenaje quiera terminar recordándola casi desnuda, con sus dos pechos al aire, envuelta solo con un velo negro sobre su cabeza, adornada con la famosa soga de ahorcado, de la colección «La corte de los milagros», fotografía firmada por el genial Gorka Postigo, porque esa imagen con la que todos la recordaremos mucho tiempo fue la que elegí para representar a Davidelfin en la exposición «Los nombres esenciales de la Moda Española», de la que fui comisario en 2013. Nunca me arrepentí de esa elección y ahora, perdonen la vanidad, mucho menos. Bimba Bosé será siempre como la mujer «que conduce al pueblo» en el famoso cuadro de Delacroix, una metáfora perfecta de las mujeres españolas de su tiempo: libre, culta, cosmopolita. Nada de lo que hizo en su vida fue para provocar a nadie. Como decía Lorca, todo lo hizo para que la quisieran, para que la quisieran como era.
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