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Eterno «casting couch»

Eterno «casting couch»
Eterno «casting couch»larazon

No hay pruebas ni las habrá. El verdadero escándalo no es el acoso que sufrieron numerosas actrices a manos del productor Harvey Weinstein, sino el hipócrita silencio de la industria del cine sobre el famoso «casting couch», que es como se conoce en el cine la prueba para un papel en la que el actor o actriz acabará en el sofá del productor concediéndole sus favores sexuales para conseguirlo. El «casting couch» es una práctica corriente, diaria, conocida y comentada entre los actores, directores y productores de Hollywood desde los tiempos del nacimiento del sistema de los estudios a comienzos del siglo XX. Cualquiera puede sufrir el acoso de gente insignificante que abusa de los demás cuando se encuentra en una posición de poder. Las demandas se resumen en un «quickie» (polvo rápido) y en un «blow job» (felación). Las acusaciones y escándalos sobre la práctica del casting en el sofá de los magnates de Hollywood siempre fue «vox populi». Los rumores sobre abusos de autoridad alcanzaban a productores tan respetados como Darryl F. Zanuck, Howard Hughes, Jack Warner, Sam Goldwyn, Louis B. Mayer, Harry Cohn y Joseph Schenck. Todos ellos tuvieron la oportunidad de lanzar a las grandes estrellas del cine clásico y no se le oculta a nadie que muchas de las actrices míticas consiguieron el estrellato arrodilladas bajo una mesa de despacho. El elenco da vértigo: Jean Harlow, Lana Turner, Ava Gardner, Judy Garland y Marilyn Monroe. Del paternal Louis B. Mayer se dijeron tantas guarrerías como del multimillonario Howard Hughes. Su preferencia por las mujeres de pechos abusivos era notoria. Había inventado el sostén ascensional para Jane Russell y quiso que Lollobrigida se lo probara. Cuando la actriz llegó a Hollywood se encontró el contrato condicionado a una proposición matrimonial –eufemismo de sumisión sexual–. Al rechazarla, le impidió rodar durante siete años en EE.UU. Una de las primeras actrices en denunciar el acoso sexual de los productores Buddy Adler y Spyros Skouras fue Joan Collins en sus memorias «Pasado imperfecto» (1978). También lo hizo Shirley Temple, que se atrevió a denunciar en su autobiografía «Child Star» (1988) al productor de musicales Arthur Freed por hacerle proposiciones cuando tenía doce años. En el mundo gay las cosas no son ni fueron distintas. Cuenta Robert Hofler en «El hombre que inventó a Rock Hudson: Los chicos guapos y los sucios tratos de Henry Wilson», que el descubridor de los actores más guapos de Hollywood consiguió para su representado Rock Hudson un «affair» con el vicepresidente de la Universal Pictures para lanzar su carrera. Henry Wilson era un depredador sexual que imponía probar la mercancía antes de publicitarla. En su agenda estuvieron Tab Hunter, John Derek, Robert Wagner y Troy Donahue. Ninguno lo denunció, aunque se sabía que coaccionaba a los aspirantes a mantener relaciones sexuales a cambio de un contrato. Cuando se supo de su homosexualidad fue repudiado y murió en la indigencia. Un caso recientemente conocido es el acoso y el «bullying» de Hitchcock a Tippi Hedren y que ésta relató en sus memorias. En los años 90 el periodista Peter Keough describía Hollywood como «una ciudad donde todo el mundo vende su cuerpo y su alma a cambio de fama y fortuna, y todos –particularmente las mujeres– son considerados mercaderías».