Anne Igartiburu

Heras-Casado, el batuta que enamoró a Anne Igartiburu

La pareja, que se conoció tras un concierto que dirigía él en el Auditorio Nacional en 2012, contrajo matrimonio esta semana en Elorrio

Anne Igartiburu y Pablo Heras-Casado en octubre en los premios Echo Klassik
Anne Igartiburu y Pablo Heras-Casado en octubre en los premios Echo Klassiklarazon

Sigue conservando Pablo Heras-Casado su acento de Granada. Le sale, sobre todo, cuando está bien relajado. Que se lo pregunten a quienes ensayaron con él en el Teatro Real «El público», de Lorca (más Granada) en febrero de este año. Aquello, comentaba Arcángel, «parecía una Torre de Babel porque había gente de todos los países. Y luego al maestro le salía su manera de hablar. Era divertidísimo». Maestro, pero no dicho en un tono reverencial, sino admirativo. Era uno más, pero sabiendo todos que la orquesta la dirigía él. Sin batuta, porque la dejó en el atril desde que hizo de la dirección su profesión. Dirige con las manos, los brazos, incluso con los codos, sintiendo cada sonido, llevando el ritmo, apuntando a los profesores con la mirada, cerrando los ojos, dando pequeños saltos en el podio.

En su casa no había una gran afición a la música, pero a él se le metió en el alma, quizá escuchando a su madre cantar, y desde bien pequeño, en su Granada natal, empezó sin prisa pero sin pausa. Se matriculó en el Conservatorio y montó un grupo de música antigua: él buscaba a los músicos, alquilaba el local e incluso pegaba los carteles para anunciar los conciertos. Un todoterreno. Su carrera no es meteórica, ¿o sí? «Se lo ha currado mucho y sabe dónde pisa. Es un tío muy grande que sigue siendo humilde, y mira dónde está. Se lo podía tener creído y mucho», dice la gente que tiene más cerca. Y para que no se olvide de dónde está su cuna, cuando regresa a su tierra se empapa de sur: «Estoy enamorado de mi ciudad. Vale que Sevilla no se puede aguantar, pero Granada es otra cosa, no somos de tanta bulla, sino más norteños», decía en estas páginas en el mes de agosto.

El carmen de Granada

Quizá ese «que ver» con el Norte sea el que ha terminado cruzando su camino y uniéndolo con el de Anne Igartiburu, la presentadora de televisión con la que ha contraido matrimonio esta semana en Elorrio. Él jamás deja traslucir nada que tenga que ver con su vida privada, sobre todo si atañe a otra persona. Su relación con su ya esposa la mantuvo en un discreto segundo plano hasta que unas fotos delataron a ambos. Caminaban felices, pero ninguno de los dos confirmaba nada. La música los unió. Fue en 2012, tras dos conciertos que dirigía él en el Auditorio Nacional. Fue un éxito pleno. El joven talento estaba en Madrid. Y ella se acercó, le conoció y le entrevistó. Y después vendría todo lo demás: los encuentros, los paseos por distintas ciudades del mundo. Ella, discretísima, nunca se ha hecho notar. No era extraño verla cuando Heras-Casado ha dirigido en el Teatro Real, pero pasaba totalmente desapercibida.

Carnet de albaicinero

En Granada es otra cosa. Allí esta la casa familiar del maestro. Sus padres, un policía nacional ya jubilado y su madre, ama de casa. Y la vivienda que ultima este chico de pelo estudiadamente revuelto, un carmen en el Albaicín. Le encanta el buen jamón. Mucho. Y recuerda este director pata negra con una sonrisa cuando su madre se lo envasaba al vacío para que no echara de menos la tierra. Le acompañaba en su maleta. «Tengo carnet de albaicinero, granadino y español», repite con orgullo y presume de conocer el Mirador de San Nicolás como pocos. Nada como la cocina de su madre, sobre todo ese típico «remojón» que a Anne tanto le gusta tomar cuando ponen rumbo a Granada, aunque no hace ascos a la cuchara.

A Heras-Casado le gusta el deporte, corre siempre que puede y calza unas zapatillas la mar de coloridas. Quién sabe si lo siguiente va a ser una maratón. La bicicleta, también y no es extraño que salga de excursión sobre dos ruedas. De pequeño, como a casi todos los chavales, le atraía el balón, pero ahora está aparcado. Conserva a sus amigos de toda la vida para los que es sencillamente Pablo y es usuario habitual de las redes sociales. De los bares y restaurantes que más le gustan de su ciudad y que frecuenta, como el Sevilla, muy cerca de la catedral, se conoce a todos. Cercano, dicen, es la palabra que le define. No dirige con frac. Prefiere vestir de negro cuando la música es la que manda, pero en su armario no faltan los vaqueros, las chupas negras y una buena bufanda para protegerse del frío. Le harán falta en Madrid, a donde llega la semana que viene, pues el día 9 empieza los ensayos para dirigir en el Real el concierto del día 13, con el barítono Peter Mattei y Mahler como protagonista.

El ojo derecho del Metropolitan

Es el director español con mayor proyección. Estudió dirección con Harry Christophers y Christopher Hogwood. Está al frente de la Orquesta St. Luke’s de Nueva York, en el Met casi le veneran y es el principal director invitado del Teatro Real (2014). Pierre Boulez confió en él y con Plácido Domingo mantiene una gran amistad. Dirigió el primer estreno del Real de la era Mortier, «Auge y caída de la ciudad de Mahagonny» (2010). En 2013 fue nombrado mejor director por «Musical America» y ha sido nombrado Hijo Predilecto de Granada.

Los 203 escalones de un matrimonio efímero

No es ésta la primera boda para Anne Igartiburu. En 2004 (en la imagen) contrajo matrimonio con el bailarín Igor Yebra. No llegaron a celebrar su segundo aniversario de boda. Los compromisos profesionales del artista, que le obligaban a pasar largas temporadas alejado de España, parece que fueron la causa que poco a poco hizo mella en la relación, terminó por alejarlos y desembocó en un divorcio de mutuo acuerdo. La pareja contrajo en Cantabria. Ella subió, con un vestido en blanco roto firmado por Lidia Delgado, los 203 escalones que la llevaron al altar de la ermita de San Juan de Gaztelugatxe (Bermeo), donde la esperaba el bailarín, del que se había enamorado tres años y medio antes.