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Nadiuska: de "sex symbol"a la esquizofrenia paranoide
La antaño estrella del cine, que ya no recuerda su fama, celebró sus 67 años en un hospital psiquiátrico
La antaño estrella del cine, que ya no recuerda su fama, celebró sus 67 años en un hospital psiquiátrico.
El pasado 19 de enero cumplió 67 años. No hubo grandes celebraciones, ni le visitaron aquellas celebridades con las que compartió las mieles del éxito. La antaño exuberante Nadiuska fue objeto de deseo de muchos españoles cuando protagonizaba películas en la época del desnudo, un mito erótico que hoy vive alejado del mundo, aquejada de una esquizofrenia paranoide. Las últimas noticias que tenemos de ella la sitúan en un hospital psiquiátrico de la localidad madrileña de Ciempozuelos, donde le cuidan las monjas de la orden de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús. No tiene visitas y su familia más directa reside fuera de España.
Roswicha Bertasha Smid Honczar, que es su verdadera identidad, no tiene conciencia de su pasado, no recuerda que fue una actriz de renombre y ni tan siquiera acierta a adivinar el por qué la reconocen en el jardín cuando pasea o en la capilla a la que acude a misa los domingos. Hace años me concedió una entrevista en la que ya desvariaba. Entonces vivía en un minúsculo estudio cercano a la glorieta de Alonso Martínez. Insistió en que su amante era el Rey de España, pero que su gran amor era Javier Sardá, con el que se comunicaba a diario por medio de la pantalla de televisión. Por la ventana no entraba ni un rayo de luz. La tenía tapada con una tela negra, porque «en el edificio de en frente hay un hombre que quiere hacerme fotos». Se escondía casi a oscuras de propios y extraños, dominada por un miedo interior que le obligaba a ejercer de ermitaña.
Un Rolex en gran vía
A los pocos meses me la encontré en medio de la Gran Vía. Ya no me reconoció. Curiosamente, en su muñeca todavía llevaba puesto el Rolex de acero y oro que le había regalado, años atrás, uno de sus amantes. Pero su aspecto dejaba mucho que desear. Desaliñada, con una especie de mono ajado y un pequeño bolso que era su único equipaje. Días después regresé al lugar y ya no estaba. Seguí su pista hasta un banco de madera en la calle Alcalá, pero llegué tarde. Se había desvanecido. Un mes más tarde tuve noticias de que dormía en un granero cercano a una gasolinera de Guadalajara. Tarea baldía: los servicios sociales se la llevaron a un centro sanitario al ver su decrépito estado.
Pasaron varios años hasta que «reapareció». Un conocido, José Luis M., me contó que se la encontró en el hospital de Ciempozuelos cuando fue a visitar a un familiar. Quiso saludarla, pero ella no hizo el menor gesto de responder. Tenía la mirada ausente y no articuló ni una palabra.
Otro amigo, Juan Antonio Muñoz, intentó verla y se lo prohibieron porque no era de su familia ni tenía una orden judicial. Juan y la actriz se conocieron por mediación del que fuera representante de ella, Damián Rabal (hermano del recordado Paco Rabal), en un estreno, y llegaron a ser grandes amigos.
Una noche, cuando Nadiuska aún era una estrella, me invitó a cenar en su ático de lujo en la calle Serrano. Se rumoreaba entonces que mantenía una relación sentimental con un alto directivo de televisión, pero ese hombre acababa de abandonarla. Me confesó que no era una simple aventura, que le quería de verdad, y que se sentía desolada. Que no entendía la actitud de aquel personaje poderoso y robusto. Aquella velada, en la que estábamos cuatro personas, acabó con el llanto de la mujer despechada.
Fue el principio del fin. El mal de amores le pasó factura. Y de la depresión pasó a la enfermedad. Acabaron las ofertas de trabajo, los amigos que tanto la alababan desaparecieron rápidamente. Se rompía así la imagen de «sex symbol» que le acompañó tantos años, aunque ella no alardeaba de nada.
Ahora es una paciente más entre los muchos enfermos que acoge el hospital. El escritor y director teatral Juan José Alonso Millán, otro gran amigo suyo, me comentó en una ocasión que «Nadiuska perdió la cabeza y ella misma fue su peor enemiga. Huía hacia ninguna parte. Conoció la indigencia más absoluta. No se dejó ayudar por sus compañeros de profesión, ni por los pocos amigos con los que contaba, entre los cuales me encuentro. Desapareció, no recuerda quien es. Es muy triste acabar así».
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