José Ortega Cano

Ortega Cano: Medio millón para la no rehabilitación de su hijo

Ortega Cano, desesperanzado, desiste de poner al frente de alguno de sus negocios a su hijo, como otrora ideó
Ortega Cano, desesperanzado, desiste de poner al frente de alguno de sus negocios a su hijo, como otrora ideólarazon

Las constantes recaídas de José Fernando en sus adicciones preocupan al diestro, no sólo por el gasto que suponen, sino por el empecinamiento del hermano de Gloria Camila de curarse solo.

Va de recuperación en recuperación, de tratamiento en tratamiento, de intentona en intentona. Pero les parece difícil que salga adelante. Tendrá que esforzarse mucho y tiene de ejemplo a Belén Esteban, que pasó el mismo infierno y ahí la tienen la mar de reluciente y enamorada de «mi Miguel». Ella rebosó coraje y afán de superación, que no se dan en el hijo prohijado por el matador y la Jurado, quien tuvo el ojo de recortar las ansias apadrinadoras del cartagenero. Pretendía adoptar a seis y hasta tenían sus fotos. Rocío llegó a enseñármela con un: «¿Pero has visto?». Le recomendó tranquilidad, ir paso a paso, porque, a fin de cuentas, ya tenían a Rocío Carrasco, que era de su sangre. Siempre la defendía con un «con esa no os metáis porque la he parío yo». Podría certificarlo Rosa Benito, que ha vuelto arisca y dura como el personaje de Dürrenmatt, que aquí estrenó Irene López Heredia y, en cine, hizo Ingrid Bergman. Me refiero a «La visita del rencor», en la que, Karla, la protagonista, resurge para vengarse. Dio muestras volviendo «porque no me queda otro remedio, Hacienda me tiene del cuello», eso después de prometer con aire agitanado que «no volveré a ‘‘Sálvame’’ ni cortándome las piernas». Nunca digas nunca jamás, sentencia James Bond, conocedor del alma humana y sus circunstancias.

Son otras dificultades las que malogran la mejoría de José Fernando, mientras su hermana Gloria Camila arropa al matador tan machacado en sus últimos años profesionales. No le perdonaban rebrillar a la sombra de Rocío, uno de los objetivos que llevan al «sí, quiero» a un matrimonio tan desigual, cuando él tonteó diez años con Marta López Brea sin ánimo desposador. Y así les fue. Sus peleas dialécticas se hicieron famosas porque la cantante era de armas tomar defendiendo su terreno. Llegaron a descalificaciones inimaginables, siempre largando el mismo insulto retratador. Y si en tiempos, separándose de Pedro Carrasco, Rocío llegó a contarme que «llevamos un año sin hacer el amor aunque durmamos en la misma cama», creo que con el torero fueron mejor los momentos íntimos, a veces muy animados y alegres para la liza amorosa. Viví y padecí alguno de sus grandes enfados, no exentos de celos, que no eran sentimentales sino sociales. Rocío estaba muy arriba y el murciano veía declinar el sol de su éxito. Eso aumentó el clima irrespirable de La Moraleja, una casa que ella, en su testamento, impidió que heredase cualquiera de su entorno. Sorprendió al querer borrar lo que vivió bajo su tejado.

Daría para una copla, lástima que ya no existen Quintero, León y Quiroga, que, en sus canciones, ofrecen una historia de España en carne viva. Son puro sentimiento, como el vertido por Carmen Jara, una novia a la que me prohibió acercarme Encarna Sánchez, y por los pasillos de la Cope le cantaba «A escondidas he de verte». La reencuentro en un relanzamiento de villancicos flamencos que quizá sirvan de canción de cuna aplacadora para el carácter de José Fernando, aunque Gloria Camila no se queda atrás. También esgrime genio y malhumor.

«José –y me lo dicen conmiserativamente– gastó 350.000 euros en los tratamientos sevillanos; primero, con Pepe «El Marismeño», que me dijo haberlo dejado «porque es un crío imposible». «En el internado de Albacete invirtió 100.000 más y de poco ha servido», amplía el dato con otro al menos aleccionador: «Ortega inaugura una tienda dentro de unos días. Lo hace en Sevilla, que es una de sus querencias habituales. A ver qué pasa, en tiempos ideó colocar a José Fernando al frente del negocio, pero me aseguran que desiste hacerlo acaso desesperanzado». Este toro embiste peor que los Victorinos.