Artistas

Madera y cuerdas

Solo los sesenta podían haber dado al mundo un músico como Jimmy Hendrix, un prodigio de la guitarra que comenzó a tocar cuando era niño y al que arruinaron la perfección y los excesos

El guitarrista entró en el desdichado club de los 27, una muerte prematura que privó al mundo de una de las manos más prodigiosas de la música
El guitarrista entró en el desdichado club de los 27, una muerte prematura que privó al mundo de una de las manos más prodigiosas de la músicalarazon

Solo los sesenta podían haber dado al mundo un músico como Jimmy Hendrix, un prodigio de la guitarra que comenzó a tocar cuando era niño y al que arruinaron la perfección y los excesos.

La prensa comercial siempre ha buscado la faceta más sensacional del verano del amor de 1967. Es, por supuesto, la de los excesos: sexuales, adictivos, estéticos, de todo tipo. Dado que, biológicamente, nuestros excesos siempre los paga nuestro cuerpo, a veces nos olvidamos que en otros planos no resultan tan nocivos. Un ejemplo de exceso positivo sería la técnica guitarrística que alcanzó en aquel momento el músico Jimi Hendrix. No la obtuvo por iluminación interestelar, ni por dopaje de sustancias; sino que la consiguió a base de un trabajo constante, minucioso, monótono, pesadísimo. En suma: un trabajo humano.

De Hendrix se cuenta que, ya de joven, se levantaba por las mañanas para untar las tostadas del desayuno con la guitarra colgada del cuello. La actual neurobiología afirma que el cerebro humano es tan plástico que, si empezamos a trabajar con algunas conexiones neuromotrices de niños, se forman unas relaciones que (dado que algunas neuronas caducan con el crecimiento) ya será imposible formarlas luego, por mucho que estudiemos y entrenemos de mayores. Eso explica los casos de guitarristas precoces que luego alcanzan cotas de técnica exquisita y digitación superdotada. En el caso de Jimi Hendrix, habría que añadirle una imaginación notable, unas dotes favorables y una curiosidad que le hacía absorber lo que veía en otros músicos. Tuvo que agudizar desde muy joven esas aptitudes porque fue hijo de un matrimonio pobre y desdichado: bebedores que se separaron pronto y que dieron a sus otros hijos en adopción. Por eso, el día que el niño James encontró un ukelele en la basura, se aferró a él como algo sólido que pudiera acompañarle por siempre. Le puso cuerdas y ya nunca se lo quito del cuello, ni siquiera cuando él y el instrumento crecieron, convirtiéndose respectivamente en un profesional y una guitarra.

La leyenda aceptada es que, cuando apareció de una manera fulgurante, grabó tres revolucionarios discos de estudio en dos años y murió de una manera igualmente súbita cumplidos los 27. Pero esa es la obra conocida que pudo grabar bajo su propio nombre cuando la popularidad le permitió hacerlo. En realidad, llevaba trabajando anónimamente desde la adolescencia en actuaciones y grabaciones para Isley Brothers, Little Richard y una larga lista de artistas menos conocidos que no le acreditaban en sus trabajos. En ese arduo trabajo sin recompensa aprendió sus mejores trucos, probándolos de escenario en escenario. Maniobras técnicas espectaculares e innovadoras: desde tocar las notas graves con el pulgar, a pulsar las cuerdas con los dientes o usar el propio ruido eléctrico de los amplificadores como elemento armónico. Viajó a Londres apadrinado por Keith Richards, de los Stones, y triunfó allí, volviendo a EE. UU. en olor de multitudes. Con todo el dinero, la fama y el prestigio a sus pies, lo que vino a continuación fue una indigestión. Podía dar por fin rienda suelta a todas su fantasías sónicas atesoradas durante los años duros. Gastaba dinerales en horas de estudio y aparatos experimentales para grabar todo lo que su técnica e imaginación le dictaban. Se agotaba y agotaba a los músicos en sesiones de exploración sónica interminables. Por fin, tenía el mundo musical a sus pies y lo quería todo. No paraba. Dicen sus colaboradores que se le veía agotado física y psíquicamente. Solo necesitaba decelerarse, pero en una época como aquella, tan dada a la ayuda de sustancias para moldearlo todo, tuvo la mala idea de intentar hacerlo con la ayuda de fármacos. Un día, tras una cena normal, se fue a dormir recurriendo a demasiadas pastillas para dormir. Tuvo arcadas cuando estaba inconsciente, se asfixió en su propio vómito. El exceso técnico se trasvasó de una manera siniestra y estúpida al exceso biológico y desapareció de golpe el hombre que cambió para siempre la técnica de la guitarra.