Javier Gomá
Javier Gomá: «Hay mucha filosofía que es una invitación al suicidio»
Filósofo, escritor y director de la Fundación Juan March, pero sobre todo un hombre que ha encontrado la felicidad
El filósofo, escritor y director de la Fundación Juan March cree que «no paramos de pensar» y opina que hay que sentar las bases de una «cultura distinta».
De un pensador se espera que sea un buen conversador, algo que no siempre sucede y uno se termina yendo de turismo mental cuando el otro sigue comentándote sus cuitas intelectuales. Con Javier Gomá no se pasa por ese trance. Quizá porque se ha construido un discurso personalísimo cuyas ideas van tomando la forma de palabras en los múltiples ensayos que ha publicado.
–¿Alguna vez deja de pensar?
–¡Ja, ja, ja! Ese flujo de pensamiento y sentimiento es algo que compartimos todas las personas. No paramos de pensar. Lo que quizá distinga al filósofo es que pone nombres a las cosas y luego lo pasa por escrito, pero no creo que el pensamiento sea monopolio del filósofo.
–Es una frase común decir que hay que tomarse las cosas con filosofía. Cuando la oigo pienso, «pues como sea con la de Nietzsche es para pegarse un tiro».
–No le falta razón. Hay mucha filosofía que es una invitación al suicidio. No te invita a vivir sino a deprimirte. En el lenguaje cotidiano se sitúa en varios contextos, por ejemplo, un término que se utiliza mucho como el de la «filosofía de una empresa». O la que ha comentado usted, tomarse las cosas con resignación, con meditación y pensando a largo plazo. Ahora que se va a cumplir el aniversario de la muerte de Cervantes recuerdo los sonetos que están en el comienzo de «Don Quijote» en el que un caballo le dice a otro: «Metafísico estás» y el otro le dice: «Es que no he comido». Con esto quiero decir que también uno puede pensar que la filosofía es lo que uno hace cuando no tiene nada más importante qué hacer.
–Escribe pero, ¿cómo se calificaría como lector?
–He tenido, y tengo, aunque ahora menos, una relación complicada con la lectura. Soy un lector voraz pero un mal lector. El bueno es el que disfruta y se entretiene leyendo, el que la relaciona con el placer. Yo, a partir de los 15 o 16 años, experimenté una vocación literaria extremadamente intensa, violenta. ¿Y qué sucede? Que una de las características de la vocación literaria es que instrumentaliza todo: los pensamientos, los sentimientos... la vida en definitiva. Yo leía con placer pero inmediatamente la instrumentalizaba al servicio de la verbalización, los conceptos y la creación de un discurso que expresase esa pasión. Por lo tanto he sido un lector complicado, siempre en búsqueda y muy poco respetuoso porque lo que me importaba era la idea, no quién la había escrito.
–Si le digo que yo, por leer, hasta leo los letreros del metro y de las tiendas...
–Eso decía Cervantes de sí mismo: «Yo he sido una persona que he leído todo, hasta las cuartillas que se llevaba el viento por la calle». En eso os parecéis. Te voy a llamar «Cervantas», ¡ja, ja, ja!
–La sociedad ahora mismo está agitada. Lo que no sé es si es más apariencia o realidad.
–Hay varios planos para responder a eso. Si se tiene perspectiva histórica te das cuenta de que no ha habido ni una sola época histórica en la que la sociedad no haya estado en conmoción. Es muy divertido ver cómo ya Sócrates se quejaba del declive de la juventud de su tiempo. No hay momento en la Historia en el que determinada generación no se haya visto hostigada, jóvenes que emergen y reclaman la posición que tiene la generación anterior. Luego está una sociedad como la occidental, y en especial la española, que ha experimentado una crisis profunda que ha afectado a toda la clase media. Eso produce una gran angustia porque sentimos la fragilidad de nuestra sociedad en peligro y, de repente la vemos muy vulnerable. A una escala filosófica, pensando a larguísimo plazo, es que tenemos que sentar las bases de una cultura distinta: plenamente democrática, igualitaria y secularizada. Tiene que crearse sobre fundamentos nuevos porque la cultura hegemónica sigue un paradigma anticuado. En ese sentido las crisis no siempre son negativas. Hay unas aguas subterráneas que van a cambiar el paisaje de una manera radical y en positivo.
–Existen «best-sellers» en la industria literaria. ¿También los hay en la política?
–¿Se refiere a vendernos a nosotros? Creo que en la mayoría de los casos la política sólo admite «best-sellers». A fin de cuentas es una industrial electoral. Y lo digo sin ningún atisbo de crítica. No me escandaliza que la política sea en esencia una lucha por obtener el poder y conservarlo. Está en su naturaleza la búsqueda infinita del poder. Otra cosa es que hay que tener reglas y normas: división de poderes, responsabilidad, transparencia...
–Cambio de tercio: El Prado, el Thyssen, el Reina Sofía, la Fundación Juan March, la Fundación Mapfre... ¿Hay competencia?
–Vamos a ver, si usted va a comprar un coche es lógico que los concesionarios compitan entre sí porque vas a adquirir uno y no lo cambiarás en dos o cuatro años. En el ámbito mercantil la competencia es natural. Pero si tú vas a ver una exposición al Thyssen no por eso vas a dejar de ver otra en El Prado; al contrario, se desarrolla el gusto por el arte e irás a todas. El gran problema de las entidades culturales es cómo medimos el éxito: por la capacidad de encontrar patrocinadores, el número de visitantes, el impacto en la Prensa... Pero esos índices son casi secundarios. De hecho, en la Fundación Juan March nos generaría dudas si tuviésemos un número elevado de visitantes porque nuestra misión es ofrecer al público actividades que rompan el estereotipo. Nuestro trabajo no consiste en dar lo que todo el mundo pide, lo que tratamos de hacer es que la gente desee algo que incluso ignora.
–¿Qué hace Javier Gomá cuando no es Javier Gomá?
–Soy siempre yo mismo. Tenga en cuenta que soy un hombre casado, tengo cuatro hijos, soy director de la fundación y escritor.
–¿Pero nunca se coge vacaciones de sí mismo? Porque yo a veces lo necesito.
–No, porque además tengo un trabajo que se adapta extremadamente bien a mi perfil. Es una feliz coincidencia con mis necesidades personales como ciudadano, como profesional, como escritor. Es verdad que mi labor en la Juan March es muy exigente porque dependen de la fundación muchas personas, pero es una cadena feliz. Podría decir que estoy felizmente encadenado.
El lector
«Sigo leyendo los periódicos impresos. Leo toda la prensa nacional, unos cinco o seis diarios al día. Eso provoca que sea un lector un poco precipitado. Me gustan, sobre todo, algunos columnistas y los artículos que me ayudan a analizar la realidad. Está de más decir que la sección de Cultura la leo siempre y no sólo por trabajo. No es por adularos pero el otro día en vuestro diario García Montero decía que el periódico tenía una buena sección de Cultura. Yo creo que es excelente».
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