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La maldición de Enrique VIII

Cinco hijos nacieron de su matrimonio con Catalina de Aragón, de los que solamente la futura reina María Tudor sobreviviría

Retrato de Enrique VIII por Hans Holbein el Joven (1539-40)
Retrato de Enrique VIII por Hans Holbein el Joven (1539-40)larazon

Cinco hijos nacieron de su matrimonio con Catalina de Aragón, de los que solamente la futura reina María Tudor sobreviviría

Pocas historias hay tan desafortunadas como la de la infanta Catalina de Aragón. Y eso que de las hijas de los Reyes Católicos, la pequeña Catalina fue siempre la predilecta de su padre, Fernando de Aragón, según él mismo reconocía sin miramientos: «Es la hija que yo más quiero de las que Dios me dio».

Si su hermana mayor María fue «la cara» en lo que a fecundidad se refiere, Catalina simbolizó en cambio «la cruz», pues de sus cinco hijos sólo sobrevivió uno y encima éste no tuvo descendencia, con las graves consecuencias que ello acarreó para la Corona y el catolicismo. Nacida el 15 de diciembre de 1485, en el palacio alcalaíno del cardenal Mendoza, un anónimo franciscano dejó escrito lo esencial sobre Catalina: «De la santa y bienaventurada Reina doña Catherina, Reina de Inglaterra, es claro que piadosamente podemos creer que ella Reina en el Cielo; aunque sus hermanas fueron más virtuosas, ella por palma de martirio pasó a reinar en el Cielo, sufriendo muchas aflicciones y desconsolaciones, poniendo su esperanza en nuestro Señor Dios y en la bienaventurada Virgen, Nuestra Señora, y en muchos santos que ella tenía por devotos».

- Enlace acordado

No exageraba un ápice el fraile, a juzgar por el calvario que padecería la pobre infanta en propia carne. Advirtamos antes que los Reyes Católicos, en su denodado afán por aislar Francia de las alianzas internacionales, urdieron los matrimonios de todos sus hijos: la infanta Isabel casó así con el primogénito de los reyes de Portugal, el infante Alfonso; el infante Juan lo haría con la hija del emperador alemán, Margarita de Austria; la infanta Juana, con el indeseable de Felipe el Hermoso, heredero de los reinos de Flandes; y Catalina... Sus padres pensaron en aprovechar la baza del matrimonio de la pequeña para urgir la entrada de Inglaterra en la liga contra Francia, afianzando al mismo tiempo el catolicismo en aquella nación, según se desprende de una «minuta» de carta de la Reina Isabel al doctor Rodrigo González de la Puebla, embajador en la corte inglesa.

En esta desconocida carta, escrita desde Laredo y datada el 12 de septiembre de 1496, Isabel apremiaba así al doctor: «Luego sin dilación procureys de asentar lo del casamiento de nuestros fijos, pues parece que no hay ahora en el mundo rey que tenga fija con que pueda casar su fijo sino la nuestra y le viene mejor que otras por la vecindad que tenemos».

Prometida Catalina desde su más tierna infancia a la corte de Enrique VII de Inglaterra, sus padres concertaron para ella dos matrimonios sucesivos con los príncipes Arturo y Enrique, de la dinastía Tudor. El 27 de marzo de 1489, ambos países acordaron un tratado de alianza en el que se capitulaba el futuro matrimonio. El documento se firmó en Londres, el 1 de octubre de 1496. A Enrique VII lo representó en el acto el obispo de Londres y a los Reyes Católicos, González de la Puebla.

- El final de catalina

Hasta el 17 de agosto de 1501 no embarcó Catalina en el puerto de La Coruña, desde donde arribó a Inglaterra el 2 de octubre para desposarse con el príncipe Arturo, que falleció al año siguiente de forma inesperada sin dejar descendencia.

Su joven viuda acabó uniéndose en matrimonio con el hermano menor de su difunto esposo, Enrique, príncipe de Gales y heredero al trono. Ambos fueron coronados juntos en la Abadía de Westminster, el 24 de junio de 1509. La pobre Catalina ignoraba que su nuevo esposo, además de ser un crápula, haría rodar la cabeza del filósofo y santo Tomás Moro. Del enlace de Catalina de Aragón con Enrique VIII de Inglaterra (1491-1547) nacieron cinco hijos, de los que sólo sobrevivió la futura reina María Tudor.

El primer embarazo terminó en aborto, en 1510; y para colmo de males, la reina alumbró al año siguiente a Enrique, que vivió tan sólo mes y medio. El doctor Enrique Junceda atribuye hoy esta lamentable historia obstétrica «a la sífilis que, sin duda, le había contagiado Enrique VIII de Inglaterra», como una especie de maldición. Avatares del destino: la restauración del catolicismo en Inglaterra resultó ser un fiasco finalmente porque la hija de Catalina, María Tudor, casada con el rey Felipe II, murió sin sucesión.

Heredó entonces el trono inglés la hija de Ana Bolena, Isabel I de Inglaterra, que restauró el anglicanismo fundado por su padre, Enrique VIII, acabando así con las esperanzas e ilusiones de los Reyes Católicos y con la felicidad de su hija pequeña.

Todos los hijos de los Reyes Católicos, y muy en especial las hijas, con el paréntesis de la enajenada o poseída Juana, como ya vimos en un enigma anterior, fueron auténticos «vasos de elección»: modelo de mujeres y princesas reflejadas con sus virtudes en el espejo esmerilado de su madre. Isabel y Fernando, aun en medio de tantos y tan graves cuidados relacionados con la gobernación de sus reinos, se preocuparon también por la formación religiosa de su prole. Obtuvieron del Papa Inocencio VIII una bula, fechada el 18 de enero de 1487, que les facultaba para elegir libremente a los religiosos de cualquier orden monástica y encomendarles la formación espiritual de sus hijos. El alma de la primogénita Isabel se confió al franciscano de la Observancia fray Pascual de Ampudia; la del príncipe heredero, a fray Diego de Deza; y la de las infantas, al dominico fray Andrés de Miranda.

@JMZavalaOficial