Sevilla
Curro y el Papa
«Todo el mundo sea rociero», dijo el blanco viajero de Dios aquel junio del 93. Ayer, en la aldea del Rocío, parecía como si el otoño rescatara de la memoria antiguos caminos que llegan hasta la Madre de Dios. Porque, precisamente ayer, se celebraba la festividad de San Juan Pablo II. Sin duda, uno de los personajes más destacados del Siglo XX. El Santo Padre se arrodilló y oró a las plantas de la Virgen, mientras una multitud exclamaba: «¡Qué poderío, el Papa en el Rocío!» Coincidiendo con la fiesta del santo polaco, se ha inaugurado en la zona de Montequinto, Sevilla, la Parroquia San Juan Pablo II, gracias a la labor extraordinaria de la Fundación Santo Súbito. Un Papa cuya estatua mira hacia el balcón de la Giralda, en recuerdo de su visita para beatificar a Sor Ángela de la Cruz y aquella otra en la que evocó el título de la Ciudad como «Tierra de María Santísima». Pero el 22 de octubre se recordaba, también, por ser la última tarde en los ruedos de un mito del toreo: el Faraón de Camas. Curiosamente, se pueden atisbar ciertos rasgos que confluyen en uno y en otro. Dos personalidades extraordinarias, por su vocación, marcada personalidad y por sus grandes valores: la búsqueda de la verdad, la humildad y esa templaza o serenidad propia de los seres humanos que están dotados, al mismo tiempo, de la mayor sencillez y grandeza. Al gran Curro no le hizo falta ningún coso con título de Maestranza para decir «hasta luego». Aquella mañana de octubre del 2000, en una plaza de carros, en un festival benéfico para los niños del cáncer, un cruce de caminos hizo que La Algaba fuera Vaticano para que así se hiciera eterna la media verónica de un Papa llamado Curro Romero.
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