Toros

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Diego Ventura

La Razón
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Era un crío cuando jugaba con una escoba que tenía una cabeza de un caballo de cartón y clavaba banderillas en una paca de paja. Diego Antonio Espíritu Santo Ventura nació en Lisboa, pero echó los dientes en las marismas de La Puebla del Río. Allí, a la vera del Guadalquivir, montaba sin estribos con una asombrosa facilidad, como un auténtico prodigio de la naturaleza. Desde pequeño ya enseñaba a los caballos los más espectaculares aires de equitación. Por eso, no resulta casualidad que Diego Ventura haya conseguido los máximos trofeos en la Plaza de toros de Madrid. En ese par sin cabezada a dos manos a lomos de Dólar en los medios de la plaza se condensaba más de dos décadas de rejoneo. Esfuerzo, sacrificio, horas de doma y talento. Mucho talento. Citando de frente, de poder a poder, pasando a escasos centímetros de «Bienplantao», el toro del histórico rabo. La verdad sólo tiene un camino. Y Diego dictó sentencia en el mismo ruedo de Las Ventas. Con sus caballos y sus espuelas. Y junto a Dólar, sus compañeros: Fino, Nazarí, Importante, Bronce, Lío, Remate... En la tarde de su dieciséis puerta grande de Madrid, Ventura se entretuvo en cortar cinco orejas y un rabo. Una verdadera antología del toreo a la jineta. Los caballos parecían como una prolongación de su propio cuerpo, convirtiendo así las tres voluntades que convergen en la plaza (hombre, toro y caballo) en sólo dos: el toro y el centauro. «A Diego Ventura parece que lo han amamantado una vaca y una yegua», dijo Balibrea al conocerlo de niño. Se cumplió el sueño. Y triunfó la pureza: Diego y Dólar en el ruedo./ Un rabo para la historia./ Dicen «de Madrid al cielo», / y con Ventura, a la gloria.