Restaurantes

El chef y el supermercado

La Razón
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Avatares familiares que no viene al caso revelar nos llevaron hace unos días a almorzar en un chiringuito, esos establecimientos hosteleros a pie de playa que, debido también a la memorable contribución de Georgie Dann, se han convertido en el sanctasanctórum del veraneante patrio. De origen humilde, una teleserie protagonizada por Santi Millán y Jesús Bonilla explica en clave de humor cómo se han metamorfoseado hasta alcanzar, algunos, cotas gastronómicas cercanas a la estratosfera; con su consiguiente inflación en los precios, claro. En los primeros kilómetros de la orilla mediterránea, cabe Gibraltar, un hotel de cinco estrellas regenta uno de estos restaurantes que atrae al comensal foráneo con las palabras «Beach Club» en su luminoso, vista la condición intraducible de la voz castellana. Se entiende, porque la biología es insobornable, que el carácter lujoso del local no exima de competir por el alimento con una miríada de voraces insectos, amaestrados en el seguimiento del tenedor cebado hasta la mismísima comisura de los labios. Es menos comprensible, sin duda, que al menos dos de los platos que se ofrecen en el menú (marcados a 11 y 13 euros respectivamente) constituyan una flagrante estafa. Porque, sí, tanto el aliño de pimientos «asados en horno de leña» (ja) como el carpacho «de buey cebón» (je) son exquisiteces... a la venta en supermercados como el que hay justo enfrente, con las que quizá el guiri no esté familiarizado pero que el consumidor nacional conoce porque la penetración de la cadena es plena en todo el país, plazas norteafricanas e islas incluidas. Me ilustró hace poco un amigo que acababa de ser destinado a Menorca tras aprobar la oposición a funcionario de prisiones: «Mercadona y cárcel tenemos en todos lados». También restauradores desaprensivos.