Santiago de Chile
El fusil Cetme y la sartén
“Chile es hoy, y también lo era en 2010, una democracia internacionalmente homologable aunque con graves desequilibrios sociales que han de afrontarse”
De cuarenta y pocos años para abajo hay que explicar en España qué es un Cetme; el fusil del Ejército español con el que millones de españoles hicimos el servicio militar. Esta arma se parece mucho al SIG-510, fusil que desde 1962 utiliza el Ejército chileno desplegado en gran parte del país desde hace más de una semana, precisamente justo cuando quien suscribe aterrizaba en Santiago de Chile. El país está en estado de emergencia constitucional y con el toque de queda decretado diariamente en las ciudades más pobladas. Toque de queda es otro término que, afortunadamente, desconoce la mayor parte de los más de 46 millones de compatriotas españoles.
Una subida en poco tiempo del precio de bienes básicos (agua, electricidad, sanidad) anunciados por el Gobierno de centro derecha de Sebastián Piñera, remató con una subida de 30 céntimos por cada desplazamiento en metro, el transporte que masivamente mueve a los habitantes de Santiago de Chile; unos 5,6 millones del total de 18 que tiene este país hermano. La subida del precio del metro desató en apenas 48 horas (entre el viernes 18 y el sábado 19 de octubre) el asalto y la quema de 77 de las 136 estaciones de metro de la ciudad, una situación no anticipada por la Policía (el cuerpo de carabineros) absolutamente sobrepasada. Según embarcaba en el avión en la media noche del sábado en Barajas, me avisaban mis amigos y colegas chilenos del despliegue del Ejército.
Me esperaba una ciudad repleta de carros de combate y demás vehículos militares, pero me encontré con un Santiago en el que el despliegue militar se limitaba a proteger las estaciones de metro, hacer efectivo el toque de queda e impedir el asalto a los supermercados. Efectivamente, las protestas de los chilenos tienen mucho de inspiración en las acampadas de 15-M español. Música, jóvenes que no conocieron los gobiernos de Pinochet, abuelos que no conocieron los de Allende, caceroladas, banderas de clubes de fútbol y chilenas, fiesta, mucha fiesta hasta que no sólo se extienden las manifestaciones pacíficas por el país sino también los asaltos y saqueos. De los 19 fallecidos que se cuentan en el momento en el que escribo estas letras, la mayoría son personas calcinadas en el interior de grandes supermercados que estaban asaltando. Otros están bajo estudio de la Fiscalía de derechos humanos.
El asalto de los supermercados y el cierre de los mismos hasta bien avanzada la semana hizo cundir el miedo al desabastecimiento y sus propietarios sólo accedieron a abrirlos bajo protección policial y militar. Tanto vigilando supermercados como protegiendo la Escuela Militar, los uniformados se mantenían impertérritos ante quienes, manifestándose, se acercaban para hacer sonar sus sartenes al lado de su casco.
En 2017, un informe de la CEPAL publicaba que el 50% de los hogares de menores ingresos apenas tenía un 2,1% de la riqueza neta de Chile, el 10% concentraba un 66,5% del total y el 1% más acaudalado concentró el 26,5% de la riqueza. Chile se ha mantenido como una economía sólida, pero los réditos del crecimiento no llegaron a la mayoría del país. Tampoco han sabido resolver el sistema de pensiones que condena a los jubilados a vivir con una pensión media de 250 euros al mes. Pero nada de esto es nuevo salvo las subidas encadenadas de agua, electricidad y transporte, algo que a ningún gobernante se le ocurriría hacer por temerario que fuese en un corto periodo de tiempo. Sobre los réditos electorales de esta revuelta poco de original hay. Tanto el Partido Comunista como el Frente Amplio (un movimiento muy similar al de Podemos en España) se alzan en portavoces del pueblo, entusiasmados con las protestas –masivas sin duda– y mudos con los asaltos. Mudos también con los chalecos amarillos; grupos de vecinos que patrullan los supermercados para garantizar su aprovisionamiento. Sólo la interposición de Policía y Ejército impide enfrentamientos civiles.
La falta de equidad en la distribución de la riqueza chilena, el copago sanitario y lo raquítico del sistema de pensiones no debutaron como emergencia nacional el 18 de octubre cuando comenzaron los asaltos a las estaciones de metro. Estas situaciones –graves, sin duda– acompañaron a los gobiernos de izquierda de Michelle Bachelet, pero entonces ningún partido de la oposición ni del Gobierno cuestionó las instituciones chilenas, ni pidió un plebiscito ni un proceso constituyente como ahora exige el Partido Comunista y el Frente Amplio. Tampoco criticaron como ahora hacen, la presencia militar en las calles cuando en el 27 de febrero de 2010 un terremoto asoló buena parte del país desatándose el pillaje y los asaltos. La presidenta Bachellet sacó al Ejército a la calle y hubo toque de queda. Chile es hoy, y también lo era en 2010, una democracia internacionalmente homologable aunque con graves desequilibrios sociales que han de afrontarse. Pero muchos de ellos de solución no inmediata, como los bajos salarios. Invocar un proceso constituyente o pedir un pebliscito no solucionará ninguno de los problemas estructurales; problemas bien conocidos y no resueltos cuando quienes ahora los invocan tuvieron responsabilidades de gobierno.
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