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«El mal se nutre de gente como ‘El gitanillo’»

Manuel Jabois publica un reportaje sobre la trama asturiana del 11M tras entrevistarse con el adolescente que les facilitó la dinamita a los terroristas

Manuel Jabois
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Manuel Jabois, periodista y escritor, publica un largo reportaje sobre la trama asturiana del 11M tras entrevistarse con el adolescente que les facilitó la dinamita a los terroristas.

Después del estruendo de dolor y demagogia que dejaron los atentados terroristas del 11M casi nada se sabe de la vida del único menor de edad implicado y condenado por participar en los hechos. Gabriel Montoya Vidal, para su círculo «Baby» y para la prensa «El gitanillo», se emborrachó por primera vez a los siete años, a los diez les robó la hucha del Domund a unas niñas y con quince fue clave para que los yihadistas se hicieran con la dinamita que provocó la muerte de 192 personas. El periodista Manuel Jabois acaba de publicar «Nos vemos en esta vida o en la otra» (Planeta), donde describe el proceso hacia la abyección más absoluta que recorrió un chico de un barrio marginal de Avilés que hoy disfruta de la libertad.

–¿La vida de «Baby» estaba destinada a llegar a donde llegó el 11M?

–No creo que la vida tenga un destino claro dependiendo de las circunstancias en las que crezcas. Él tomó esas decisiones pero pudo tomar otras, aunque es cierto que tuvo la ayuda externa para acabar como terminó. No creo que le condicionasen tanto las circunstancias y su familia como para hacer lo que hizo.

–Los tipos más normales suelen ser los peores.

–Bueno, nunca sabes lo que ves del vecino de enfrente. Cada uno tiene una vida detrás y otra delante, pero reconocerlas desde luego no es el trabajo de los ciudadanos, sino más bien de las fuerzas de seguridad. Es muy complicado adivinar quién está planteando un atentado así y quién no. Bueno, quién no, todo el mundo; es decir, lo que es complicado es saber quién lo está preparando.

–Lo que sí está claro es que no tiene ningún tipo de arrepentimiento.

–Se siente muy alejado de los atentados. Por ejemplo, en el reformatorio no participa en el minuto de silencio por las víctimas que se organiza, no lo hace. Hay una distancia, a mi juicio, grotesca, porque al final tú has sido el primer condenado por los atentados y has participado en ello, de forma involuntaria según dicta la sentencia, pero has estado dentro. No se disculpa demasiado aunque al final del libro habla de sus circunstancias y es verdad que hay entornos en los que es más fácil hacerte amigo de un delincuente, pero él tiene una situación en la que no le afecta nada de lo que ocurrió. Es un poco incómodo de escuchar, de escribir y supongo que de leer.

–¿Le ha servido de algo su estancia en el centro de menores?

–Dice que no, pero entra con 16 años y sale con 22, solemos cambiar. No por la acción de una cárcel de menores sino por la propia acción del tiempo. Puedes hacerlo a mejor, pero pocas veces tiene que ver la vida del chico con la del adulto, en su vida y en la de cualquiera. En ese sentido, el cambio ha sido positivo, pero no sé si ha tenido que ver el centro o sí es que ha crecido y sentado la cabeza. Eso es la impresión que me ha dado en mis conversaciones con él, pero no he convivido con él ni tampoco conozco su vida. No creo que esté ni en el delito ni en el crimen, pero desde luego volver a una circunstancia así me parece imposible.

–«Yo de ésta me libro», le contó que pensó cuando la Policía detuvo a los primeros implicados pero no a él. «Ésta» significa 192 personas muertas sin justificación alguna. ¿Tiene alguna conciencia de lo que fueron los atentados?

–Es curioso eso que dices y tiene mucho que ver su ingenuidad adolescente, tienes que ser muy poco consciente de que después de la muerte de 192 personas la investigación se va a centrar sólo en ti. Ha caído tu entorno, tus amigos, vives en una ciudad plagada de policía secreta, no puedes pensar que la persona que condujo a los terroristas hasta los explosivos de Mina Conchita vaya a salir indemne. Entre que los demás pueden confesar, que sólo hay que tirar de un hilo muy débil para dar contigo..., ahí se demuestra su candidez y que no es consciente de lo que pasó en Madrid, como si hubieran atracado un ultramarinos. No tuvo ni un mal ni buen pensamiento con las víctimas, sólo pensaba en él.

–También le ha contado que «hacía las cosas porque sí y sin pensar mucho». Esto es una muestra más de la famosa «banalidad del mal» de la que habla Hannah Arendt. Es posible matar a miles de seres humanos con la misma serenidad que si se hicieran miles de tornillos.

–Efectivamente, el hecho de decir que sí, de encogerse de hombros, de actuar casi robotizado, lleves lo que lleves en la mochila, lleves a quien lleves en ese coche, cualquier tipo de cosa. Esa gente es necesaria para unos atentados así y para que se desencadene el mal, es algo muy peligroso porque el mal se nutre de gente como él. Tiene que ver con eso, pero en ningún momento quiero hacer un paralelismo grotesco con lo que sucedió en la II Guerra Mundial, pero sí en esa actitud funcionarial del «yo sólo recibía órdenes», sin más. Ahí se encuentra mucho de la teoría de Arendt y del ensayo de «Eichmann en Jerusalén», donde ella construye todo un esqueleto moral de gente como Eichmann o Gabriel. Son gente que se encoge de hombros y ya está, luego si las víctimas terminan en el horno o saltando por los aires en los trenes no es cosa suya. Esa actitud distante de él tiene mucho que ver con eso, es una parte de la gestión que no le corresponde.

–¿El ISIS se nutre de gente como él?

–No tengo ni idea, la verdad. No soy experto, pero por lo que leo y veo en las noticias, hay gente a la que la religión le permite que le dé igual pertenecer a una organización terrorista. Lo que sí he visto en varios reportajes es que allí pueden desarrollar su voluntad psicópata, pero luego cuando estás en una capital europea necesitas que haya gente que sepa dónde se puede encontrar la dinamita aunque no sean islamistas. ¿Qué relación tienen Suárez Trashorras y Gabriel con el islam? Posiblemente ninguna, no saben ni lo que significa.

–Tras entrevistar a Yasser Arafat, Oriana Fallaci reconoció que sintió cierta repulsión por él. ¿Le ha pasado algo parecido cuando trató a Gabriel?

–No, son dos situaciones diferentes que no tienen nada que ver. No sentí ni repulsión ni afecto, fui allí como periodista y volví como tal. No hay ningún tipo de lazos ni de compasión, sólo quería obtener la mayor información posible de lo que ocurrió en Asturias antes del 11M.