Trabajo
El vértigo del empleo innecesario
Una paradoja en materia económica de la que muy pocos escribirán es la siguiente: la economía española sólo ha recuperado el 40% de los empleos destruidos entre 2008 y 2013 (unos 3,5 millones), sin embargo, estamos próximos a recuperar el volumen de producción (PIB) previo al inicio de la crisis en 2008 (1,12 billones de euros). Así las cosas, ¿qué hacía el 60% de trabajadores que lo eran en 2008 y que, pese a no estar empleados en 2017, no impiden recuperar el volumen de la producción interior previo a la crisis? Sólo si se admite un crecimiento de la productividad del empleo propio de una etapa de revolución industrial es posible entender que se pueda prescindir de tantas personas para producir lo mismo o incluso más.
Hay algunas claves que ayudan a entender lo anterior pero, a mi juicio, sólo parcialmente. Desde luego una de ellas es que el uso masivo de las nuevas tecnologías en el trabajo ha crecido intensamente en esta década de crisis. Desde las actividades relacionadas con la logística (gestión de almacenes, pedidos, registro de pasajeros, facturación en las líneas de caja de las grandes superficies...) hasta las más sofisticadas relacionadas con el diseño de nuevos productos, se realizan ahora con mucha menos necesidad de personas empleadas. Esto es posible por el uso de dispositivos electrónicos inteligentes y relativamente baratos. Los propios consumidores, en establecimientos sin apenas personal, facturamos y embolsamos la compra y los pasajeros venimos ya de casa con el billete y equipaje registrados sin apenas necesitar personal en los mostradores de las compañías de viajes.
Otra de las claves está en el desarrollo de lo que algunos denominan la «gig economy» basada en relacionales laborales tipo «freelance». En este marco de nuevas relaciones laborales el profesional (fontanero, médico o vigilante de seguridad) recibe una llamada para realizar un servicio, pone su conocimiento, su mano de obra y los medios precisos, cobra, da un porcentaje a la empresa mediadora y se va a esperar el siguiente «bolo». No se necesitan las tradicionales empresas de servicios ni las compañías de seguros médicos ni el personal ni las infraestructuras habituales. Todo esto desaparece inmerso en una economía de «low cost» que es posible gracias al uso de tecnologías que ponen en contacto al profesional con el usuario.
En mi opinión, lo anterior es una explicación parcial, si quieren aún anecdótica, pero que ayuda a entender cómo es posible que habiendo recuperado sólo 1,5 de los 3,5 millones de empleos destruidos en España, sea posible alcanzar de nuevo el PIB de 2008. Sin embargo y como recuerda el catedrático de Macroeconomía de la Universidad de Harvard, Gregory Mankiw, el plural de «anécdota» es «datos».
Pero si la paradoja anterior ya resulta preocupante, no lo es menos asomarse a la fotografía del nivel de vida de las familias en esta poscrisis. Ángel Gurría, secretario general de la OCDE que agrupa a la treintena de países que generan la casi totalidad del PIB mundial, durante la presentación del estudio económico que la organización ha realizado sobre España, señaló que la tasa de pobreza infantil en nuestra nación es del 23,4%, mientras que la cifra media de los países que integran la OCDE se sitúa en el 13,3%. No muy alejado de esto, sobre el «bluf» de la generación más preparada, escribía un periodista hace unos días bajo el seudónimo Baldomero, «entre 800 y mil euros es un sueldo que firman hoy alegremente licenciados con dos idiomas y varios master. No llegan a fin de mes, no pueden comprar un hogar ni menos crearlo (...)».
Para España, la salida de la crisis iniciada en 2008 es hoy día poco discutible en términos de PIB. En cambio, las relaciones laborales y el nivel de bienestar en la España poscrisis están repletas de incertidumbres. Buena parte de ellas son incertidumbres compartidas por muchas economías occidentales. Sin embargo, los análisis económicos habituales no van más allá del dato que dibuja la coyuntura económica o tal o cual previsión macroeconómica.
Quizá la literatura o, dentro de ella, el género de la novela, nos aporte perspectivas desafiantes más allá del gráfico rutinario de cualquier macromagnitud. Por ejemplo, el escritor y ex agente del KGB Daniel Estulin sostiene en su libro «Fuera de control» que las crisis del petróleo de los años 70 del siglo pasado fueron promovidas por los servicios secretos británicos empeñados en conducir al mundo islámico hacia una Edad Media basada en el odio al modelo de vida occidental que, de paso, lo abocaba a una economía permanentemente empobrecida y poco demandante de materias primas que quedaban así a disposición de Occidente. Con lecturas como ésta, no es posible impedir que afloren opiniones de quienes piensan que el estallido de la crisis financiera era el punto de no retorno hacia una economía mundial en la que resultaba prescindible buena parte del factor humano; de la población empleada.
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