Política

Andalucía

Horses with no name

“Rubalcaba representaba el último eslabón con aquel PSOE de Estado que durante décadas controló los resortes del Estado bajo momentos de incertidumbre y plomo”

Salida del féretro de Alfredo Pérez Rubalcaba del Congreso de los Diputados / Foto: Efe
Salida del féretro de Alfredo Pérez Rubalcaba del Congreso de los Diputados / Foto: Efelarazon

“Rubalcaba representaba el último eslabón con aquel PSOE de Estado que durante décadas controló los resortes del Estado bajo momentos de incertidumbre y plomo”

Estaba todo listo para la ficción de la campaña electoral. Ya había sonado la fanfarria y los primeros cohetazos de promesas a incumplir se escuchaban al calor de las encuestas. Pedro Sánchez saca pecho ante los colegas europeos, exige más peso para España y mira con arrobo el rojo que arroja la predicción del CIS, pero la muerte se ha impuesto, y de qué forma, para atemperar, bajar a la realidad de la vida y poner rostro de ser humano a los retratos de los carteles. «El corredor de fondo», «el hombre que acabó con ETA», el «último hombre de Estado», Alfredo para sus cercanos, Rubalcaba para los españoles se muere en la capital española partiendo en dos el ánimo de fiesta del PSOE. Pocas muertes han pesado tanto en la escena política nacional como la suya, pocas, hasta en la sinceridad de las lágrimas que se han visto en quienes en circunstancias durísimas para la nación no se permitieron un gesto desencajado. Rubalcaba representaba el último eslabón con aquel PSOE de Estado que durante décadas controló los resortes del Estado bajo momentos de incertidumbre y plomo. Posiblemente en activo sólo Borrell tenga los galones suficientes para mirarle, casi de tú a tú, a su trayectoria política.

Pese al poco tiempo que ha durado el arranque la campaña ya se ha visto por dónde van a ir los tiros, al menos en la gestión de la imagen de los candidatos. Para las municipales, muchas caras populares han preferido poner el rostro y el nombre delante de las siglas de su partido. Vote a fulano, confíe en mengano, y en pequeñito las dos letras. En la canción de América, «A horse with no name», en la que su protagonista recorre el desierto a lomos de un caballo sin nombre. Mejor mirar al jinete que al animal que monta. Como los jaramagos con el calor, han resurgido las frases y lugares comunes para justificar lo duros que van a ser estos comicios locales que se juegan como una segunda ronda de las nacionales. «La marca está muy devaluada», «Hemos retomado la imagen que perdimos», «Aquí lo que se vota es a la persona», «El triunfo de Pedro nos relanza». Son pildoritas, tranquilizantes que tratan de templar los ánimos de un electorado con ganas de volver a las urnas para ver si de verdad el tsunami de la izquierda se consolida o para comprobar si el sector conservador mantiene la fragmentación. Aznar ha salido del terreno de juego con la cabeza baja. Aquello de «a mí nadie me dice a la cara derechita cobarde» no funcionó, perder el centro para ganarle a Vox ha sido una bomba. Salta ahora a Mariano Rajoy para volver al «centro», para rescatar a Casado ante su segunda reválida. Ahora el enemigo es Cs, que mira más de uno y más de tres ayuntamientos andaluces con ojos impacientes. «Va a cambiar mucho el mapa político municipal, más de lo que se espera a priori», señalan quienes escuchan de cerca cómo resopla más de un alcalde cuando mira los sondeos y ve el poderío de los naranja en la Junta.

En las plazas de abasto ya esperan el ir y venir para darle la mano al frutero, al pescadero, la señora con el carrito mientras se atreve el candidato a ponerse a cortar filetes para pedir el voto. Artificios vacuos donde se pierden hasta las formas para mostrarse los más cercano posible aunque parezcas caído de un ovni. «Lo peor es que hay que quitarse el Rolex», comentaba un candidato hace años al tener que entrar en un barrio marginal para repartir papeletas y departir entre chabolas con el patriarca de turno. Salir fuera de la realidad para prometer el futuro tiene su miga, pero esta se traga y se comienza a masticar otra. La muerte de Rubalcaba, poco amigo de las estridencias, corredor de fondo, debería servir además de para recordar su figura para bajar el balón y atemperar el agrio panorama político que nos espera.