Literatura

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Las estancias de la mansión del postismo

Una biografía repasa la vida extravagante del poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory

Los poetas Allen Ginsberg y Carlos Edmundo de Ory comparten poema y sonrisas en Nueva York
Los poetas Allen Ginsberg y Carlos Edmundo de Ory comparten poema y sonrisas en Nueva Yorklarazon

La casa del poeta Carlos Edmundo de Ory se posa en una esquina de la Alameda Apodaca de Cádiz, frente al mar y la bahía, como una especie de mascarón de proa, de punta de buque mercante, de galeón de Manila. Detrás de su fachada verde, tras las cristaleras de la mansión decadente, el niño se hacía poeta frente a los anaqueles de la biblioteca paterna. Nunca saldría de allí, de ese universo repleto de volúmenes, recuerdos, objetos irrisorios y documentos lacrados. Pese a las distintas residencias en las que habitó, Madrid, París, Lima o la postrera Thézy-Glimont, su mundo no traspasó sus muros.

«Yo soy aquella casa». La frase, definitoria, se encuentra en la biografía que sobre Ory ha escrito José Manuel García Gil, «Prender con keroseno el pasado» (Fundación José Manuel Lara), una obra que obtuvo el Premio Antonio Domínguez Ortíz de Biografías 2018. El título, un aerolito del propio poeta, uno más de la ristra de sus genialidades, resume incansablemente la postura vital del padre del postismo, distinto en cada una de sus etapas vitales, poblado internamente por una y otra capa que se impregnaba en la anterior hasta formar un todo. Concretamente, una pregunta: ¿Quién era Carlos Edmundo de Ory? No es fácil decirlo porque su propia vida traspasaba los límites de lo que se entiende por un poeta, un escritor, un creador.

Se puede pensar desde luego que en su totalidad fue una suerte de prodigio, un milagro a caballo entre varias generaciones que lo entendieron como un faro en la modernidad. Sin embargo, hasta que en 1970 Félix Grande no recopila su «Poesía» no hay un redescubrimiento por parte de los poetas jóvenes, que son quienes los suben a la cofa de la modernidad poética. Entre los que lo hacen, Pere Gimferrer, Joaquín Marco o Jaume Pont.

Recuerda José Manuel García que llegó a Ory tras escuchar uno de sus aerolitos en un disco de Luis Eduardo Aute. «La física nuclear no me sirve para comprender por qué lloro por amor». Desde ese instante, entonces el biógrafo tenía 15 años y estudiaba B.U.P., arrancó un interés por saber más de ese poeta sobre el que no ponía nada en los libros de texto, del que nadie sabía nada, aquel extravagante escritor del que poco se sabía. «Me enteré de que tenía fama de raro y que además era gaditano». Tuvieron que pasar los años hasta que pudo tomar contacto con él en unos cursos de El Escorial dedicados al cincuentenario del postismo, a José Bergamín y a Adriano del Valle. Llegó la amistad y los proyectos conjuntos como la edición de los «Cuentos sin hadas».

«Creo que a Carlos no le hubiera gustado nada esta biografía porque era muy pudoroso y muy celoso de su intimidad. El hecho de que un biógrafo metomeentodo como yo haya metido sus sucias manos en temas que siempre guardó con mucho celo, como el amor, su relación con su familia, el sexo o el dinero, eso no le hubiera gustado. Pero la biografía debe servir para entenderle mejor, porque hay algunos rasgos de su personalidad que permiten a los lectores comprenderle y saber ver a ese personaje excéntrico que él mismo se creó a través de su vida y que con la lectura del libro se entiende mejor», explica el autor. Junto a su vida y su obra, algunos nombres como Francisco Nieva, José Manuel Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Juan Eduardo Cirlot o el propio Roberto Bolaño, con quien tuvo una especial relación durante los últimos años de su vida. Entre sus admiradores notorios, Allen Ginsberg, quien se enamoró de su obra durante una de las dos visitas que Ory realizó a Nueva York.

«Prender con keroseno el pasado» se lee pese a su amplitud de manera grata, como una especie de novela de aventuras, ya que junto a las mil peripecias de Ory aparecen los nombres propios de muchos de los que protagonizaron la literatura española de los últimos cincuenta años. Pese a ello, nunca ese coto cerrado de egos en el que se incluyen aves de distintas especies, desde ruiseñores hasta cuervos, nunca le abrió los brazos de una manera sincera y completa. «Por muchos motivos, algunos estaban en él, pero otros estuvieron aquí en España porque fue un poeta que no recibió ninguno de los grandes premios literarios y un autor que no llegó a ver publicada su obra en las principales editoriales», se lamenta el biógrafo.