Sociedad
Resaca navideña
Hace poco más de un mes llegó el adviento, que desde Roma proclamaba paz, tolerancia, amor y fe. En esa espera de la Natividad, bajó la Virgen de la Esperanza hasta el mismo suelo macareno, para convivir con los que se acercaban hasta Ella. Esperanza nuestra, para salvar el mundo. Esperanza, que se une a las palabras «vida y dulzura», en oraciones y salves. Tras esta festividad, llegó la Navidad. Tiempo de gratitud, generosidad, reconciliación... Porque, si bien es verdad que la Biblia no hace mención a la hora o fecha del nacimiento de Jesús, estamos llamados a vivir en los valores que heredamos de esta tradición navideña. Desde que comenzó la iluminación en pueblos y ciudades, por fechas cercanas a la Constitución o a la Inmaculada, desde que colocamos la primera bola del árbol o ponemos las figuras del belén, hay todo un compendio de valores que nos ayudan a crecer como personas. Pasaron las comidas, las reuniones familiares... Atrás quedó el anuncio del Gordo y la lotería del Niño. También una caravana de ilusión con los Reyes Magos. «Nativitas» o, lo que es lo mismo, nacimiento. De sanar heridas y fortalecer uniones. De un año nuevo. De nuevas metas. Tras el papel que envuelve a los regalos ya no queda nada. Todo se esfuma. Pero quedan las palabras verdaderas. Los hechos y los propósitos. Las letras de las cartas de los niños. Los sueños por llegar a ser, por alcanzar. Y tras las ilusiones, la realidad. Ahora toca enfrentarnos con el día a día. Con la dichosa cuesta de enero. Después de la magia hay que tocar la tierra. Pisar con firmeza el suelo. Y en la tierra donde bajó la Esperanza, uno vio todos esos valores juntos en los ojos ciegos del Rey Baltasar.
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