Hostelería
Comer para ver el futuro
El proyecto «Brainy Tongue» une chefs y expertos en genética para buscar platos específicos según nuestro ADN
El proyecto «Brainy Tongue» une chefs y expertos en genética para buscar platos específicos según nuestro ADN.
Si somos lo que comemos, ¿entonces somos caníbales? Si somos lo que comemos, alguien que sólo coma guisantes, ¿será un guisante? Si somos lo que comemos, ¿cuando no comemos, no somos nada? Si somos lo que comemos, ¿un racista es alguien que odia a los que le gustan las acelgas? Tal vez no seamos sólo lo que comemos, pero lo que está claro es que hay una correlación directa entre el acto de comer y nuestra formación personal. La relación es tan direccional que se podría construir un menú personalizado según sus peculiaridades genéticas para potenciar ciertos aspectos de su personalidad o para manipular su percepción de la realidad. Comer es así de poderoso. No sólo puede retrasar nuestro envejecimiento, reducir nuestra masa corporal o combatir o prevenir futuras enfermedades, sino que puede abrirnos el abanico perceptivo para ser más y ser mejor de lo que somos.
Barcelona acogió ayer la presentación del ambicioso proyecto «Brainy Tongue», que une científicos expertos en genética y cocineros de gran reputación para diseñar platos a medida según el perfil genético de los comensales. A partir de estos estudios se podrá descifrar las percepciones sensoriales de las personas a la hora de comer y a partir de aquí hacer platos a la carta para potenciar dichas percepciones. A través de estos trabajos se buscará la última ventana del progreso, buscar soluciones gastronómicas a problemas de salud.
El programa se inicia con nombres de campaniññas como el chef del restaurante Mugaritz de Rentería (Guipúzcoa), Andoni Luis Aduriz (2 estrellas Michelín), los científicos del Centro de Regulación Genómica (CRG) y los gastrónomos del Basque Culinary Center (BCC). «La filosofía de Brainy Tongue es que la experiencia de los chefs puede ser el principio de investigaciones científicas, y el conocimiento de los científicos puede dar nuevos horizontes a los chefs, que podrán aprovechar ese conocimiento científico para probar nuevas recetas», comentó el jefe de grupo del CRG, Matthieu Louis.
El cerebro está construído para responder de determinada manera a una serie de estímulos. Algunos de estos sinapsismos están reforzados por convenciones culturales que, si se conoce la sinapsis, puede ser variado para que responda de otra manera a los estímulos. De esta forma, se podría hacer que alguien que odie las albóndigas amase las albóndigas. Por eso, la conexión entre ciencia y gastronomía es tan interesante. «Entender el funcionamiento del cerebro gastronómico permitirá hacer predicciones, crear impresiones sensoriales artificiales e incluso llegar a ofrecer comida personalizada», comentó Louis.
Para el director del CRG, Luis Serrano, «sería interesante que en un restaurante se recogieran muestras de saliva para personalizar la comida según las papilas gustativas». Por fin seremos lo que comamos, viva el futuro.
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