Víctor Fernández
El catálogo razonado de Dalí llega (casi) a su fin
La fundación del artista presenta el último tramo del estudio de su pintura
Los catálogos razonados son esenciales para poder conocer en profundidad la obra completa de un artista. Christian Zervos cometió, por ejemplo, el nada fácil reto de tratar de reunir toda la producción artística de Pablo Picasso, algo para lo que contaba con la colaboración estrecha del mismo genio malagueña, tan amigo de mostrar, divulgar y catalogar su trabajo. Igual ventaja tenía el poeta Jacques Dupin al poder consultar a Joan Miró para poder construir el catálogo en el que se reúne todo el hacer del artista catalán.
El caso de Salvador Dalí es más complejo. Han existido en el pasado algunos intentos desiguales para poder rubricar lo que debía ser el catálogo razonado de su pintura. El primero en intentarlo, con la complicidad del mismo artista de Figueres, fue Albert Field con desigual fortuna, aunque no le faltaban buenas intenciones. Robert Descharnes, el último y controvertido secretario del creador de los relojes blandos, junto con Gilles Néret, publicó en Taschen y a todo lujo lo que parecía ser el inventario definitivo daliniano. Descharnes tenía acceso exclusivo al archivos y fondos del propio maestro, algo que supo explotar como nadie, aunque sí lo tenía más difícil para poder acercarse a algunas colecciones privadas. Por su parte, el historiador y crítico de arte Rafael Santos Torroella quiso realizar algo parecido, pero solamente centrándose en los años de juventud del maestro, un trabajo que quedó incompleto.
Era lógico que la Fundació Gala-Salvador Dalí, como depositaria del legado del genio surrealista, acometiera el reto de recopilar y catalogar todo el trabajo de Dalí al óleo, una iniciativa que empezó a ponerse en marcha en 2004 y cuyo último tramo se presentó ayer. No se le puede negar el aplauso al esfuerzo por documentar cada uno de los cuadros, incluso aquellos que fueron destruidos o realizados para que fueran efímeros.
Son casi un millar de piezas, algunas hasta la fecha prácticamente desconocidas para el estudioso de Salvador Dalí. Formado por cinco tramos divididos cronológicamente, lo reúne todo. ¿Todo? La directora de la institución daliniana, Montse Aguer, reconoció ayer que en la actualidad se estudian entre diez y quince obras más que podrían formar parte de esta publicación que puede ser consultada en la web de la fundación.
Pero hay algunas cosas que llaman la atención, especialmente en los cuadros de pintados entre 1981 y 1983 por un artista seriamente enfermo y con un avanzadísimo párkinson. Es sabido que en ese tiempo, encerrado en el castillo de Púbol, trató de demostrar que aún le quedaban fuerzas, hasta el punto que se le ató un picel con una caña. Sin suerte. Es evidente que para hacer esos cuadros, el enfermo Dalí contaba con la ayuda de cómplices. Descharnes admitió haber participado en la ejecución del último cuadro y es evidente, como así lo confesó, que ayudó mucho Isidor Bea, el escenógrafo que fue cómplice del pintor.
Otro punto es la llamativa ausencia de piezas anteriores como «Quijote tornado» o «Abrazando el poder de mi riqueza comprimiendo los monstruos blandos que persistentemente me atormentan».
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