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Las mil y una caras de la locura vistas por la mujer

Angelina Jolie protagonizó «Inocencia interrumpida» basada en la novela autobiográfica de Sussana Kaysen
Angelina Jolie protagonizó «Inocencia interrumpida» basada en la novela autobiográfica de Sussana Kaysenlarazon

La locura, a nivel sintáctico, es un lenguaje de una sola persona, es decir, un total sin sentido. La base de todo lenguaje ha de ser obligatoriamente la comprensión del mismo por diferentes interlocutores. Si grito ahhh buuu mitttoan, nadie puede saber a lo que me refiero. Si yo creo que sí, estoy loco. Por eso la locura es tan fascinante, porque es el único lenguaje que sólo necesita una persona para existir. Y si ocurre el milagro de que se hace comprensible, entonces la maravilla se multiplica.

Esto es lo que han hecho escritoras como Anne Sexton, Janet Frame, Sylvia Plath, Leonora Carrington, Susanna Kaysen, Nellie Bly o Zelda Fitzgerald. Eso sí, nunca lograron comunicar su propia locura, pero sí los estragos de la incomunicación y el duro camino que una mujer ha de recorrer cuando los demás la declaran «loca». Como decía el gran Nilsson, «el uno siempre ha sido el número más triste». Estas mujeres lo sabían muy bien.

Juegos surrealistas

La locura está representada por el número uno, por tanto no hay dos iguales. Cada una es fascinante y terrible en su propia manera. Por ejemplo, tenemos el juego surrealista y el complejo mesiánico de Leonora Carrington. En «Memorias de abajo» (Siruela), la pintora, amante de Max Ernst, cuenta su encierro en un manicomio de Santander. «En aquel momento me obsesionaban tres números, el 6, el 8 y el 20; tras largos cálculos, obtuve la cifra de 1600, que me recordó a la reina Isabel. En aquel entonces pensaba que era su reencarnación», escribe Carrigton mientras es atada desnuda a una camilla y se ve obligada a orinar y defecarse encima. La locura no tiene un discurso, sino una digresión continua. Y este fragmento autobiográfico es una maravilla.

No hay juego en la poeta Anne Sexton, hay sufrimiento y depresión. El parto de su primera hija apretó el gatillo y a partir de allí tuvo que convivir con etapas lúcidas con reclusiones en hospitales. Su primer libro de poemas, «Bedlam and part way back», cuyo título hace referencia al primer manicomio en la historia, abierto en Londres a principio del XVIII, describe sus propias etapas en el sanatorio y su visión de sus «compañeros lunáticos». Una de las máximas exponentes de la poesía confesional, se suicidó en el garaje de su casa encendiendo el coche. Linteo acaba de publicar sus «Obras completas».

El caso más paradigmático es el de Sylvia Plath. En «La campana de cristal» (Edhasa) narra sus experiencias en hospitales durante su adolescencia tras diversos intentos de suicidio. Obsesiones maniaco depresivas, trastorno bipolar, cambios bruscos de estados de ánimo, y la respuesta de todos estos procesos en los seres que tienes alrededor conforman este grito de auxilio que, sin embargo, no sirvió de nada. Plath se suicidó a los 30 años.

Otro caso parecido, pero menos conocido y de mayor recorrido es el sufrido por la neozelandesa Janet Frame, una especie de Katherine Mansfield de imaginación hiperdesarrollada y detallismo psicológico extremo. Diagnosticada con esquizofrenia, el éxito de sus novelas la salvó «in extremis» de ser lobotomizada para que no se hiciese daño a sí misma ni a los demás. En «Un ángel en mi mesa» (Seix Barral) se reúnen todos sus textos autobiográficos.

Por último, está el caso de la periodista Nellie Bly, que en los años 20, por órdenes de Joseph Pulitzer, fingió locura e hizo que la internasen en un manicomio. Su paso por el hospital fue tan intenso que cuando intentó que la dejaran salir, nadie la creyó. Aún así, plasmó su experiencia en «10 días en un manicomio» (Buck) y creo un nuevo estilo periodístico. Por supuesto ha habido otros tantos escritores locos, pero, salvo Artaud, no son tan interesantes.