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Lo que hay detrás del espejo

La figura del doble, del «dopplerganger» y del reflejo han marcado la historia de la literatura desde sus inicios, desde el mito de Narciso a las historias de Poe, Dostoievski o Stevenson.

Lo que hay detrás del espejo
Lo que hay detrás del espejolarazon

La figura del doble, del «dopplerganger» y del reflejo han marcado la historia de la literatura desde sus inicios, desde el mito de Narciso a las historias de Poe, Dostoievski o Stevenson.

Conocida es la historia de Fredo Brendel, un señor siciliano que encontró, mientras paseaba por la playa, cerca de su casa de verano, a un hombre cadavérico y sucio, de largos cabellos y áspera barba, que más que un ser humano parecía un animal malherido. A pesar de los ruegos de su mujer, lo trajo a su casa e hizo que sus criados velaran por él. Dos días después, recobrada su salud, el hombre pudo hablar por primera vez y en un italiano oscuro, entre sollozos, aseguró que era el único superviviente de una balsa de inmigrantes que había naufragado. Brendel, conmovido, lo invitó a quedarse con él y le instó a asearse, cortarse el pelo y vestirse con sus propias ropas. Aquella misma tarde, cuando fue llamado a comer, Brendel se quedó estupefacto al ver que ese hombre, sin el rostro cubierto de vello y suciedad, era la viva imagen de sí mismo. Su mujer se puso a llorar. «¡Te dije que no lo trajeras a casa!», exclamó, como si aquello fuera obra de brujería. «Sólo es un hombre igual que yo», dijo Brendel, «sólo un hombre», y aquí la historia se acaba.

El mito del doble, del llamado «doppelgänger», y la simbología detrás del reflejo propio en el espejo han marcado la literatura universal desde que el tiempo es tiempo. De Plauto a Poe, de Dostoievsky al folclore nórdico, irlandés, japonés y de tantas otras culturas, todos han imaginado ese encuentro, normalmente fatídico, con nuestro doble. «El que ve a su doble es que va a morir», decía Strindberg. La idea, por tanto, de encontrarse con algo o alguien idéntico a nosotros es de por sí sugerente y marca en rojo la pregunta, ¿si aquel otro también soy yo, entonces yo ya no sé lo que soy? Por tanto, es la fragilidad de nuestra propia identidad la que mueve a imaginar ese metafórico otro.

Según la actual corriente epistemología, todo conocimiento ha de nacer de una escisión, de un «apartamiento» del propio ser. Es decir, no hay posibilidad de conocimiento de uno mismo per se, sino de la deslocación de uno mismo. Esta distancia, que en el ser humano se vehicula a partir del lenguaje, permite conocer, y esto es por qué los conejos o los cerdos o cualqueir animal no sean conscientes de ser conejos o cerdos. Y si sólo podemos conocer por un desdoblamiento, entonces sólo podemos conocer el doble, nunca de donde procede. Aquel «yo soy el otro» Rimbaudiano equivale a la certeza de que yo sólo soy mi doble.

Esto explicaría la omnipresencia del doble en la literatura. Necesitamos ese doble para conocernos realmente. Y ni siquiera «realmente». Este doble no presupone una descripción de un yo esencial, una equivalencia, un espejo que refleje el «yo verdadero», sino sólo una voluntad, la de conocerlo. Por tanto, si las palabras son nuestro espejo, nuestro yo conceptuado, éstas nuna podrán describir lo que somos, sino lo que queremos ser o, paralelamente, lo que no queremos ser. Nuestro espejo es siempre estético.

Él escritor Andrés Ibáñez acaba de publicar «A través del espejo» (Atalanta), una antología de textos en torno a la metáfora del reflejo propio, que arranca, como no, con el célebre mito de Narciso, aquel que se ahogó con su propio reflejo en un río. A partir de aquí aparecen escritos de E.T.A. Hoffmann, Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges, Giovanni Papini, Virginia Woolf, Marcel Schwob o Angela Carter, entre muchos otros. Ordenado cronológicamente, el libro sirve para ver qué poco ha variado el mito en los 2.000 años que abarcan los textos seleccionados. «El problema de Narciso no es que no sepa ver otra cosa más que a sí mismo, sino que al ver su reflejo se da cuenta por primera vez de que él es otro. Para él, no es más que un eco de sus propias palabras», escribe Ibáñez en la introducción del libro.

El ejemplo más popular de la figura del doble es el «Doctor Jeckyll y Mister Hyde», de Stevenson. Aquí se presenta el dualismo maniqueo del bien y mal dentro de la propia psique humana. El buen doctor se desdobla en el malvado Hyde y vuelve a quedar claro para qué sirven las palabras, es decir, la literatura. Aquí se habla de lo que el hombre quiere ser, pero sobre todo lo que no quiere ser, y es el libro más moral de la historia.

Lo que queda claro después de 2.000 años de dobles es que por lo menos quedan mil años más de ellos, cada vez más complejos y refinados. Volvamos, por ejemplo, a la historia delbueno Fredo Brendel. Para aquellos que odien la inmigración, el doble acabará por suplantar por completo a Brendel, quedándose incluso con su mujer. Para aquellos que abracen al extanjero, verán que por muy diferentes que parezcan al principio, son hombres como ellos. Está claro, las palabras no sirven para describir cómo somos, sino cómo queremos ser.