Literatura

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Fernando J. Múñez: «Yo creo personajes, pero son ellos los que hablan»

Fernando J. Múñez presenta su primera novela, «La cocinera de Castamar», un viaje sensorial y gastronómico por el siglo XVIII

Fernando J. Múñez: «Yo creo personajes, pero son ellos los que hablan»
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En la mente de Fernando J. Múñez (Madrid, 1972) hacía mucho tiempo que se estaba gestando una novela. No obstante, este filósofo y director cinematográfico nunca había dado el paso de publicar sus proyectos escritos: «La cocinera de Castamar», que acaba de nacer, es la culminación de tantos años de deseos inacabados. La cocina, en esta obra, será el centro de una trama en la que el amor, la guerra, el sexo y el poder afilarán sus cuchillos y pondrán toda la carne en el asador. Así era el siglo XVIII, y así se comía. Una conversación previa con el autor sobre la madurez y la evolución de los miedos con la edad cambia por completo la estructura de la entrevista con LA RAZÓN Comunitat Valenciana:

-¿Da miedo enfrentarse por vez primera al público?

-(Muy seguro) No. No depende de mí. Escribir, para mí, está antes que publicar. Soy escritor antes que alguien que publica. No me da miedo. El fracaso es una condición humana y tenemos que saber convivir con ella. Si la novela fracasa, no pasa nada. Habrá que hacer otra novela, intentar otra cosa. Al final todo se consigue. El fracaso es un gran maestro, y hay que aprender bien de él. Obviamente, es algo que no deseo, y espero que el público disfrute la obra tanto como me ha apasionado a mí escribirla.

-En la presentación del libro usted dijo que ha escrito el tipo de novela que le gusta a su madre.

-Mi madre se sentía aludida por las cosas que yo he escrito a lo largo de mi vida, pero no había una historia con la que ella se sintiera directamente interpelada. Me pidió que escribiera una novela, un tipo de literatura para ella. Yo no creo en las etiquetas y no pienso que la literatura esté hecha para hombres o para mujeres, sino para lectores. Yo sabía bien a qué se refería mi madre cuando me pidió esto. Había todo un imaginario detrás: las novelas de Jane Austen me parecen maravillosas, «Las amistades peligrosas» de Laclos, las novelas de aventuras de Sabatini...

-¿Le ha gustado a su madre?

-Le ha encantado. Si por mi madre fuera... (ríe). Amor de madre.

-¿Ha sido duro el proceso de creación?

-Más bien, largo. Soy un autor de brújula: cuando creo los personajes, tengo una idea muy germinal de lo que quiero. Una idea de la que parto, pero no sé hacia dónde irá. Son los propios personajes los que me sorprenden. Los creo, pero ellos hablan. Me toca escucharles y dejarme seducir. Incluso a veces te seducen demasiado y te llevan por sitios por los que no deberías ir. En definitiva, casi dos años de escritura, con un periodo de reposo y otro de rehacer.

-No había visto nunca una novela que enfocara el siglo XVIII desde la gastronomía.

-Para mí, la gastronomía tenía una ventaja. Primero, por el momento histórico: Felipe V trae una caterva de sabores desde Versalles, una nueva forma de cocinar. Pero también me interesaba el hecho de que la cocina marcaba muy bien la época. La forma de sentarse en la mesa, quién participaba, quién la servía, qué tipo de carne o pescado se cocinaba, si había postre o no, si había vino y de qué tipo... Los comensales y la comida marcaban la sociedad.

-Tampoco me imaginaba el morbo que podría dar el lenguaje culinario desde un punto de vista erótico.

-La cocina no deja de ser ese elemento sensorial que lo invade todo en la novela. Acaba saliendo de la propia cocina. Siempre está presente en todos puntos del relato. Hay una parte fundamental en la novela que tiene que ver con lo sensual y lo sexual. Me apoyo en ese doble lenguaje, en los sabores y olores que desprende la cocina y que tiene correlación con las sensaciones que se dan en el lance amoroso.

-Las pérdidas personales, más que el final, son el inicio de esta historia. ¿Es un buen recurso motor?

-Una que las cosas que hacen que los personajes tengan sus propias durezas es la guerra, que ya ha pasado por todos. No son planos, tienen heridas y cicatrices. Este hecho hace que todos partan con un «background». No todos parten de cero, tienes razón, tienen una trayectoria vital. La historia también está relacionada con la superación de estos traumas.

-Ha dicho que no le gustan las etiquetas, pero esta novela ha sido calificada como feminista.

-Me alegra que sea así. Prefiero que este tipo de etiquetas los pongan otros, no yo. Creo que los hombres en general, por lo menos en mi generación, seguimos siendo machistas, aunque no queramos. Hemos sido educados en ello. Y aunque no queramos serlo, en muchos sentidos siempre vamos a estar por detrás de la empatía que puede sentir una mujer que ha sentido el machismo en sus propias carnes. Por eso no quiero arrogarme en decir que la novela es feminista o reivindicativa. Prefiero que lo digan otras, u otros, si lo sienten así.

-Casi 800 páginas de obra. ¿Se sigue llevando la novela gruesa?

-La percepción que yo tengo es de que la novela fluye bien. Cuando alguien navega en ella, se deja seducir y acaba deseando que no termine. En ese sentido, 768 páginas pueden ser una bendición.