Madrid

Asesinado a tiros el «Niño Sáez», el líder de los butroneros de Madrid

Tres impactos de bala a bocajarro acabaron ayer con la vida del mítico alunicero en el barrio donde vivía: Alto de Extremadura. La Policía investiga si le mataron sicarios colombianos.

Momentos del levantamiento del cadáver del «Niño Sáez» en Madrid
Momentos del levantamiento del cadáver del «Niño Sáez» en Madridlarazon

Tres impactos de bala a bocajarro acabaron ayer con la vida del mítico alunicero en el barrio donde vivía: Alto de Extremadura. La Policía investiga si le mataron sicarios colombianos.

La desnudez de su cuerpo, ahí tirado frente al portal de casa de su madre, le hacía parecer un don nadie, un delincuente cualquiera. Al «Niño Sáez» no le hubiera gustado morir así, no hacía justicia al estatus que había conseguido labrarse a base de muchos años de trabajo en el complicado mundo del hampa madrileño. Puede que ya hiciera mucho tiempo que Francisco Javier Martín Sáez hubiera perdido la perspectiva, que no fuera consciente de los peligros que entrañaba su negocio. Él, que siempre vestía de marca, que se movía por los mejores reservados y que siempre iba con las más guapas, disparado así, a bocajarro, probablemente, por un par de gorditos sicarios colombianos. Un final demasiado cutre. Pero así se ha cerrado la vida y andanzas de este mítico delincuente. Da para una reflexión saber que alguien que acumulaba medio centenar de reseñas en su ficha policial estuviera en libertad y que al final han sido tres trozos de plomo los que han acabado con su meteórica carrera delictiva. Ocurrió ayer en la calle Laín Calvo, una perpendicular al Paseo de Extremadura de la capital. Allí vivía con su madre, algo enferma, pero que no apareció por la escena del crimen hasta unas cuantas horas después porque venía de un pueblo. Se dice que estaría arreglando algunos cabos sueltos que había dejado su hijo.

Eran sobre las 11:30 horas cuando Sáez salía o entraba de un Smart rojo con matrícula a nombre de una empresa de Móstoles, aparcado donde siempre lo hacía, según sus allegados, cuando le abordaron uno o varios individuos y le dispararon, al menos, hasta en cinco ocasiones. Tres impactos de bala quedaron en su cuerpo pero los agentes de Científica recogieron del suelo cinco casquillos de bala. Consiguió correr un poco y doblar la esquina de la calle Juan Tornero. Allí, a la altura del número 24, cayó desplomado sin dejar apenas sangre. Cuando los efectivos del Samur llegaron al lugar se encontraba inconsciente, boca arriba. Como siempre hacen, le desprendieron de la ropa (pantalón corto negro, camiseta blanca con dibujo y llamativas deportivas) y comenzaron a practicarle 30 minutos de reanimación cardiopulmonar y otro tipo de maniobras, como un drenaje pulmonar, según fuentes sanitarias. Pero la trayectoria de los proyectiles parece que le provocaron una gran hemorragia interna incompatible con la vida. Tenía tres orificios sólo de entrada por arma de fuego: dos a la altura de la axila izquierda y otra en el cuello del mismo lado, según explicó un portavoz del Samur. «Alguna bala le rompió alguna estructura interna importante», explicó el médico jefe de guardia del Samur, Didio Da Silva. Su cuerpo estuvo casi cuatro horas en el asfalto y a eso de las 15:30 horas levantaron el cadáver. Agentes Homicidios ahora tendrán que identificar a los autores materiales del crimen.

Respecto a los motivos de su muerte, los investigadores barajan dos teorías aunque cobra más fuerza la primera. Fuentes policiales aseguran que su banda se dedicaba a boicotear pases de droga, a hacer «vuelcos», por lo que se había ganado nuevos y peligrosos enemigos. Concertaban citas de un intercambio y se hacían pasar, por un lado, con los que llevaban la droga y, por otro lado, con los que llevaban el dinero. No era verdad ningún extremo, pero ellos se llevaban la droga por un lado, y el dinero por otro. Negocio redondo e «inflamable».

Otras fuentes aseguran que el ajuste de cuentas de ayer podría responder a algún «chivatazo» que hubiera podido desarrollar la última operación contra aluniceros en Madrid. Se trata de la «operación Cerbero Sabinas» y la terminó la Guardia Civil a principios de mes. Entre los detenidos estaba otro mítico alunicero, Óscar Bote Vargas. Sea por lo que fuere, últimamente Sáez había extremado las medidas de seguridad. Tenía que ir, al menos una vez por semana a firmar a Plaza de Castilla por medidas cautelares. Se movía con una moto BMW y con el Smart. Entrenaba en al gimnasio Fitness Place de la calle Mármol, donde pagaba meses sueltos y no se inscribía con su nombre. Aunque en realidad él, que se movía con DNI falsos desde hacía años, estaba acostumbrado a todo esto. Eran gajes del oficio.

Ya no sabía cómo blanquear el dinero de sus botines

«El Niño Sáez» fue el «número uno» de los alunizajes porque siempre tuvo a mucha gente en «nómina», porque fue el padrino de otros muchos que vinieron después y porque sus «palos» siempre eran los más grandes y sonados. A pesar de haberse criado en Alto de Extremadura y no en Villaverde (cuna de aluniceros), fue durante la primera década del 2000 el delincuente más respetado junto con el famoso Carlos «Jarry» o «El Pimiento» quienes, casualidades o no, corrieron la misma suerte que él: asesinados a tiros en 2008. Su destreza al volante le hizo ganarse el respeto de todos, era capaz de poner un BMW a 210 por la M-40, dejando atrás sin problemas las deslucidas Picasso de los zetas que rara vez conseguían darle el alto. La firma de Sáez también está detrás de sonados butrones y alunizajes en Guipúzcoa, Zamora, Murcia... Su «mejor» golpe fue en Málaga, dónde se llevó 120 kilos de cocaína almacenada de un depósito judicial en 2011. Le detuvieron por este «palo» en 2013 y, al año siguiente, se «mudó» a Baleares, donde podría haber iniciado su cambio de «profesión». En Ibiza se puso al frente de la «banda del Oxicorte» y fue arrestado por el robo de varias botellas de oxígeno líquido del hospital Can Misses. Fue así, a base de delitos contra el patrimonio, como amasó la considerable fortuna que este joven, sin estudios ni trabajo conocido, acumulaba entre inmuebles, vehículos y efectivo en negro. Había invertido en pisos de lujo en Marruecos, tenía propiedades a nombre de familiares y otros testaferros y no sabía muy bien ya cómo blanquear sin levantar sospechas. Se dice que invitaba a familiares y amigos a viajes «all inclusive» al Caribe y que había extremado sus medidas de seguridad personal cuando, en un paso más de su «diversificación» del negocio, había pasado a jugar con los malos. Ya no arremetía contra la luna de Gucci o una nave industrial repleta de Iphones. Ahora sus objetivos eran bandas de narcos y es probable que éstos sean quienes hayan acabado con su vida. No era raro ver al «Niño Sáez» por Black Haus, la antigua discoteca Buda. Allí solían alternar en reservados y gastar importantes sumas de dinero.