Ávila
El día más doloroso de Navarredondilla
Los familiares y amigos del policía Javier Ortega recordaron su «bondad y tesón» en un multitudinario entierro en el pueblo de Ávila donde creció
La iglesia de Santiago Apóstol de la localidad abulense de Navarredondilla, que no llega a los 300 habitantes, se quedó ayer pequeña para acoger al medio millar de personas que acudieron a despedir al agente de la Policía Nacional de Madrid, Javier Ortega del Real, fallecido el viernes arrojado a las vías del tren por un deliencuente que se negó a identificarse.
Más de doscientas personas tuvieron que aguardar en el exterior del templo donde, una vez concluida la misa, su hermana, Jessica, agradeció en nombre de la familia el consuelo de los asistentes, y afirmó sentirse «muy orgullosa» de la «gran persona» que era su hermano. Jessica Ortega también se refirió a su cuñada y a su familia, para agradecerles el «quererle tanto» y «hacerle feliz». Las palabras de la joven, sólo un año menor que su hermano, se vieron interrumpidas, según informó Efe, por los asistentes, entre los que se encontraban varios compañeros del Cuerpo. Seis de los policías nacionales fueron los encargados de portar el féretro a hombros hasta el cementerio de la localidad, donde ha recibido sepultura, junto a su madre.
Cubierto por la bandera de España, sobre el féretro descansaba un pequeño ramo de claveles blancos, la gorra oficial del agente y la Medalla de Oro al Mérito Policial que le fue concedida ayer a título póstumo.
Cuatro coches fúnebres se desplazaron hasta Navarredondilla para portar una veintena de coronas en homenaje a Javier Ortega con mensajes como «Un buen amigo, una mejor persona» o «Siempre con nosotros, Javi».
El párroco de la localidad, Justo García, refirió en la homilía a su relación con los dos hermanos, que estudiaron en las Madres Benedictinas de El Tiemblo, donde él impartía clase y donde los bautizó y dio su primera comunión. Por su estrecha relación con ellos, el sacerdote ha confesado que para él hoy también era «un día muy doloroso». «Su muerte, inesperada y súbita, ha sumido en un gran desconcierto y en una profunda tristeza y dolor al pueblo de Navarredondilla y a todos los que le queríamos», afirmó. El sacerdote recordó que la vida no había sido fácil para Francisco Javier Ortega, aludiendo a su pronta orfandad, algo que le había puesto «muchas metas difíciles», aunque «a base de trabajo, constancia y tesón, así como con la ayuda de su abuelo y sus tíos, pudo abrirse paso en la vida».
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