Sevilla
El protector de los desfavorecidos
Durante la Navidad de hace un siglo Madrid se vistió de luto. El 25 de diciembre de 1913 falleció Alberto Aguilera, que había sido su alcalde en tres ocasiones, y que tiene dedicada una calle en el barrio de Argüelles. Dos días después, el 27, una multitudinaria manifestación de duelo, con Eduardo Dato y parte de su Gobierno a la cabeza, recorrió las calles de la capital para despedir a una buena persona que, además de alcalde, diputado y ministro, había sido un claro protector de los más desfavorecidos en la capital del Reino.
Alberto Aguilera procedía de una familia de juristas y se orientó muy pronto a la actividad política. Fue íntimo amigo de Segismundo Moret, al que acompañó en el Partido Liberal. En sus primeros años profesionales destaca su labor como abogado fiscal, el cuerpo precursor de los actuales Abogados del Estado. También sus estudios sobre las Siete Partidas. Escribió una obra, que bien podría calificarse de «monstruo», compuesta por cinco volúmenes titulada «Colección de Códigos Europeos y Americanos, concordados, comentados y comparados».
En su actividad pública estuvo al frente de diversos Gobiernos Civiles, entre ellos el de Sevilla. Sin embargo, su recuerdo está unido sobre todo a la ciudad de Madrid, de la que fue alcalde en tres ocasiones: 1901-02, 1906-07 y 1910-11. Su intensa actividad ha llegado hasta nuestros días, ya que impulsó la creación del Parque del Oeste y otros proyectos como la Gran Vía y el trazado de los bulevares (justamente uno de ellos lleva su nombre).
Fue también presidente del Círculo de Bellas Artes y, como amante de las mismas, una de sus principales preocupaciones fue engalanar la ciudad. Madrid tenía entonces pocas estatuas y le debe una serie de grupos escultóricos que todavía perduran: al Héroe de Cascorro, obra de Aniceto Marinas; a Juan Bravo, de Miguel Angel Trilles; a Lope de Vega, obra de Mateo Inurria; a Agustín Argüelles; otro dedicado a Francisco de Goya del escultor Mariano Benlliure y uno más a Francisco Quevedo.
Con todo, lo que más popularidad le granjeó fue su intensa labor dedicada a amparar a los más pobres y desfavorecidos de la capital. Según cuenta Tomás Suárez Inclán, su tataranieto, fue suya la idea, copiada luego en otras capitales europeas, de instalar estufas en las calles de la capital para que las personas sin recursos pudieran calentarse en las frías noches de invierno. Antes de terminar el siglo XIX, había fundado ya el asilo de Santa Cristina, un modelo para esas instituciones al que dedicó gran parte de su tiempo y su fortuna personal hasta su fallecimiento. El asilo toma el nombre de la Reina Regente, que siempre recordó que Alberto Aguilera fue el primero que, entre cadáveres y el horror general, acudió para proteger a la reina Victoria Eugenia a la carroza que había sido objeto de un atentando el día de su boda delante del Palacio de los Consejos.
Su entierro fue una gran y numerosa manifestación de duelo protagonizada por representantes de todas las clases sociales. Como se puede comprobar hoy, un siglo después de su muerte una gran parte de su obra perdura todavía.
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