Buenos Aires

Más de la mitad de los usuarios de los albergues son «primerizos»

Magdalena, José o Francisco forman parte del 57% de madrileños que han pedido ayuda por primera vez estos días al Samur Social

Un usuario, durante la última campaña del frío, del Centro de Acogida Pinar de San José
Un usuario, durante la última campaña del frío, del Centro de Acogida Pinar de San Josélarazon

Cuando se pone el sol y comienza a arreciar el frío de la noche, muchos esperan con ganas el autobús que les lleva a una comida caliente y una cama donde guarecerse de las heladas. A las siete de la tarde, el Centro de Acogida Pinar de San José, que ofrece 150 plazas para que las personas sin hogar puedan dormir a cubierto, ya bulle con los primeros en llegar. En la cola para poder dejar a buen seguro sus pocas pero valiosas pertenencias sorprende lo heterogéneo del grupo. Hay hombres de mediana edad, que llevan años en la calle y que se han descuidado hasta quedar en una triste imagen tópica, pero también mujeres más jóvenes, incluso alguna veinteañera que, con la mirada perdida, no saben muy bien cómo ubicarse en este crisol de excluidos de la sociedad. «Hay muchas personas que, a través de la campaña del frío, llegan por primera vez a los recursos sociales y estar aquí, con esa mezcla de personas, les resulta chocante», explica Violeta, coordinadora adjunta de la campaña del frío del Ayuntamiento de Madrid.

Uno de ellos es Francisco, argentino de procedencia española que, con apenas 31 años, mira desubicado a todos lados. «Sólo quiero que me ayuden a regularizar mi situación, "laborar"un poco y poder regresar a mi Buenos Aires querido», asegura. Regresó a España para cuidar de su abuela, que falleció hace apenas un año y, desde entonces, ha estado dando tumbos debido a una complicada situación familiar. Francisco no responde al perfil del típico y tópico indigente, va bien vestido, aseado y, excepto por el nerviosismo con el que se frota las manos, podría pasar desapercibido caminando por la calle. Sin embargo, debido a su desestabilidad emocional, los trabajadores del Samur Social lograron convencerle para que pernoctara en Pinar de San José. «Vengo aquí como a ver un partido, a ver qué tal. Me dijeron que viniese a probarlo y bien, son amables y me tratan bien», asegura. Para él, el albergue supone una cama y una ducha, una situación circunstancial.

Peor cuanto más tarden

Francisco es el ejemplo del principal afán de los trabajadores sociales del Ayuntamiento de Madrid. «Cuanto más tiempo permanecen en la calle, más empeora su situación y más fácil es caer en el alcohol o las drogas, por eso cuando llega gente nueva lo que se intenta es que su estancia se prolongue lo mínimo posible», explica Violeta. La campaña del frío es la oportunidad para poder tratar cada caso y, rápidamente, trasladarles a la red estable, al recurso que más se adapte a sus necesidades. «Los trabajadores sociales del centro de acogida hacen una entrevista tras otra, sin parar, para poder resolver cada situación rápidamente», señala, y recuerda que son las personas sin hogar las que tienen que dar el paso de aceptar su ayuda, para que ellos puedan darla.

Ése es el caso de María Magdalena, a la que todos llaman «Nena» pese a que ya supera las 52 primaveras. «Me decían sin parar "nena, por favor, ven con nosotros", "nena, ven al albergue"–recuerda, con lágrimas en los ojos–, si no llegan a venir por mí, me muero». Nena tiene una familia muy amplia, con siete hermanos y tres hijas que están deseando que vuelva a casa y, aun así, por culpa del alcohol lleva seis años en la calle. «Pero ya he pasado de tomar 8 litros al día a sólo uno», asegura orgullosa, aunque con culpa por no poderse librar del todo de la adicción. Aunque ya es una vieja conocida de los servicios sociales, es la primera vez que acude a la campaña del frío y todo porque dejó su albergue habitual por ir detrás de un chico que, diabético, tuvo que ser trasladado a otro lugar. «Así que me fui a un pinar para estar cerca», explica.

Darío Pérez, director del Samur Social, recuerda que Nena ocupaba unas ruinas en lo que es ahora el parque de la Arganzuela con un perrito y, debido a las obras de la M-30 tuvo que salir de allí. «Nos costó mucho convencerla de que podía venir con su mascota pero al final la convencimos», recuerda Pérez. Ahora, Nena intenta portarse mejor para poder acabar con su adicción e irse a tomar un café a la cafetería en la que trabaja una de sus hijas, «pero pagando ¡eh!», asegura. Cuando se le pregunta qué le pediría a los Reyes Magos ya sabe lo que le van a traer: «un chándal, unas zapatillas y un jérsecillo, por portarme bien», enumera, y es que en Asuntos Sociales también hay guiños a la Navidad.

Historias como la de Nena son las que alegran el día a los trabajadores sociales. «Hay muchos que vuelven a darnos las gracias después de pasar por aquí», recuerda Violeta con cariño. «Aunque todo es mejorable, sin duda la función de puente entre la exclusión y poder mejorar, la estamos cumpliendo» señala, y no en vano puesto que, de las 1.427 personas atendidas en la campaña del frío el año pasado, 865 fueron derivadas a la red estable, lo que ya supone el primer pie fuera de la exclusión social de un 61% de quienes buscaron refugio por las bajas temperaturas.

Entre esos casos que despiertan cariño desde el primer momento está José, que lleva cuatro años en la calle y, por fin, ha aceptado acudir a Pinar de San José. Sucio y confesando que, en la calle, saca lo poco que necesita para sus cervezas –«que nunca me tomo aquí», asegura–, lleva durmiendo en rincones o casas ajenas, hasta con un compañero con su piso lleno de basura debido al síndrome de Diógenes. «En Quevedo, por donde suelo andar, me conocen los comercios y me tienen cariño, porque me porto bien y evito que venga gente mala, porque estar en la calle lleva a las personas a puntos tan bajos que se enfadan mucho y ladran a todo el mundo», explica. Con un pasado como conductor de ambulancias de la Cruz Roja y un problema de alcoholismo, José asegura que no se fiaba del Samur Social, «pero son muy tercos y cabezotas, aunque muy cariñosos», sonríe detrás de unos brillantes ojos azules que sorprenden, igual que su historia. Hasta llegó a escribir un blog llamado el rincón de bubú, donde denuncia la picaresca, abusos y dificultades de los sin techo. «Yo no soy el típico mendigo», insiste, pero, por primera vez, ha accedido a que Asuntos Sociales le preste una cama y, aunque no le gustan todas las normas, «se está mejor aquí que en la calle».