Madrid
Neil Young pone el broche a un gran festival
Crítica de música / Mad Cool
La primera edición de Mad Cool se cerraba al galope de la guitarra eléctrica de Neil Young. El público cabalgó por la pradera de césped artificial (¿estará más tranquilo el ecologista Neil Young sabiendo que no se ha pisoteado vegetal alguno?) sintiendo la brisa de «After The Gold Rush», con Young al piano, y un primer bloque acústico: «Heart of Gold», «Comes a Time» y «The Needle And The Damage Done». Young presentó las dos caras: el viejo hippy defensor de la naturaleza que hace discos ecologistas como «The Monsanto Years», y su lado eléctrico, ese que representa su mercurial temperamento.
Ese lado Crazy Horse de su personalidad que se corona con interminables solos de guitarra. La banda que acompaña a Young en esta gira, por cierto, no es el mítico cuarteto de «punk folk», sino The Promise of The Real. Y si con The Who tocaba el jueves el hijo de Ringo Starr a la batería, a Young le sigue Lukas, el hijo de Willie Nelson, a la guitarra.
Su concierto arrancó con unas granjeras lanzando semillas sobre el escenario y depositando una maceta, mientras el canadiense lanzaba miradas torvas a un público distraído, como corresponde a una tercera jornada de festival.
Con camisa de franela y una camiseta con la leyenda «earth» (Tierra), Young repasó sus temas clásicos hasta llegar a «Down Bu The River», el tema con el que sacó la vieja «Old Black», su vieja y mítica Gibson Les Paul, y que estiró durante un cuarto de hora. Young inyectó una brutal intensidad eléctrica que consiguió enchufar a una audiencia que hasta ese momento estaba a otra cosa y con la batería entrando en rojo.
Antes, en el escenario principal, Gary Clark Jr. dio una enorme muestra de rock-soul para abrir la tarde y Walk Off The Earth apenas se quedaron en un pasatiempo. En Mad Cool cabe de todo, como los surafricanos Die Antwoord, una banda de zumbados con tatuajes en la cara y un estilo indefinible de rap poligonero que fueron digna continuación de Prodigy, otra banda para dar cabezazos. Ambos reinaron en la madrugada del viernes.
Estos días se ha visto en la Caja Mágica un evento de altura aunque con algo de falta de engrase: de un lado por parte de la administración, quizá desentrenada en estas lides, y por otra de la propia seguridad del festival, empujada o convencida hacia la sobreactuación. Con el transcurso del festival se fue calmando el clamor de gruñones («haters», los llaman en inglés) por los fallos de organización, subsanados en su mayoría.
Los escenarios cubiertos pueden parecer buena idea pero no lo han acabado siendo tanto por los tortuosos accesos y el control de aforo. Sin embargo, el festival ha cubierto un espacio necesario en una ciudad como Madrid. Y aunque cuando te pregunta un taxista de qué música es el festival no sabes explicarlo, el balance no puede ser otro que excelente.
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