Desahucio
Una nave de Julio Iglesias, la última conquista «okupa»
Una veintena de chavales entraron hace quince días en una propiedad en la calle Juan Álvarez Mendizábal que llevaba 20 años abandonada. Ya han recibido dos amenazas de desalojo
Una veintena de chavales entraron hace quince días en una propiedad en la calle Juan Álvarez Mendizábal que llevaba 20 años abandonada. Ya han recibido dos amenazas de desalojo.
No son una «okupa» tal y como entendemos la mayoría. En La Yaya (Juan Álvarez Mendizábal, 74) no han entrado para organizar charlas políticas, cursos de cerrajería para entrar en viviendas deshabitadas ni conciertos punk los fines de semana con barra de alcohol para autofinanciarse. Tampoco se les pasa por la cabeza enganchar al luz a los vecinos y hasta les han preguntado hasta qué hora les parecería bien que realizaran sus actividades para no molestar. Y aunque alguno dijo que los fines de semana hasta medianoche no pasaba nada, han acordado en asamblea que más tarde de las 22:30 horas no hay un ruido.
Este es el plan de un grupo de chavales de Argüelles para un local que llevaba cerca dos décadas abandonado y que, al parecer, pertenece a la familia de Julio Iglesias. De ahí, las simpáticas pancartas que cuelgan de la fachada del inmueble: «La Yaya se queda... y lo sabes». Se conocen del barrio o del instituto, apenas han cumplido los 20 años y no les une ningún movimiento antisistema ni militan en ningún grupo antifascista. Su estructura, eso sí, es horizontal. Por eso no hay líderes ni nadie quiere dar su nombre porque «todo se dice en nombre de todos». «La clave de La Yaya es la inclusividad», explican, mientras dejan caer esas palabras tan en boca de estos movimientos como heteropatriarcado o hablan en femenino aunque en el grupo haya chicos. Al contrario que el ambiente predominante de otras okupas, estos chavales sí invitan a pasar a la prensa, a tomar algo y muestran con ilusión las cuatro sillas que han conseguido para hacer de graderío del austero escenario donde quieren hacer el próximo recital de poesía. Ayer, de hecho, había jornada de puertas abiertas y todo el que quiso, pudo verlo por dentro.
Dicen que le han llamado La Yaya porque quiere ser un homenaje a las abuelas. Y es que el leit motiv de este centro es recuperar ese espíritu de barrio del que les hablaban sus «yayas» donde los vecinos tenían un trato mucho más cercano, se ayudaban, se prestaban cosas y, en definitiva, hacían más comunidad. Ya han pensado organizar todo tipo de talleres, intercambio de ropa, clases de escultura, de yoga... «La mayoría son propuestas de los vecinos, no las hemos decidido nosotros. Ellos nos han ido diciendo lo que querían hacer con el espacio y nosotros estamos encantados», explica uno de ellos. Los primeros días han sido de limpiar, limpiar y limpiar. La diáfana nave tiene un garaje en la planta baja que en su día fue utilizado como aparcamiento público pero el inmueble quedó en desuso y, por un problema de herencias, nadie ha logrado comprarlo ni alquilarlo.
Ahora, un cartel en la puerta anuncia lo que necesitan: «muebles, herramientas, mano de obra (ladrillos, cemento), material de limpieza, plantas, ilusión y propuestas». Y parece que ha hecho efecto porque la floristería del barrio ya les ha surtido de algunas plantas que lucen en el interior de la nave. «Esta mujer, que se va a jubilar, ya ha dicho que quiere organizar salidas al parque del Oeste para enseñar plantas y desde aquí podremos compartir todas esas experiencias», aseguran. Los vecinos no parecen, de momento, asustados con tener una «okupa» en el barrio. «Nos han ido conociendo y ven de qué “palo” vamos. Saben que aquí no va a haber música alta, drogas, ni peleas». Y parece que es así. El pasado jueves, un vecino que pasaba por la puerta con el coche bajó la ventanilla para decirles: «¿Qué, cómo vais? A ver si os traigo algún mueble, hombre».
Pero más allá del buen rollo que parece rodear a La Yaya, lo cierto es que estos chavales han entrado en una propiedad privada por la fuerza y eso, tarde o temprano, tendrá sus consecuencias.
Apenas cuentan con dos semanas de vida y, sin embargo, ya han hecho frente (y por partida doble) a la amenaza del desalojo, la espada de Damocles de cualquier «centros social okupado autogestionado».
A los pocos días de entrar, se presentó por allí alguien, «una señora», que dijo ser de la propiedad y les pidió que abandonaran el inmueble. Sin embargo, por los cauces ordinarios no parece que el titular de las escrituras haya movido nada, según fuentes policiales. Es decir, no se habría presentado, hasta ahora, ninguna denuncia y, por tanto, ningún juzgado ordinario estaría tramitando ningún lanzamiento para este inmueble.
Con quienes parece que sí han contado los propietarios es con la ayuda de la famosa empresa Desokupa, que se encargan de «mediar» con okupas para que abandonen voluntariamente los espacios y devolverlos a sus legítimos propietarios. Un representante de esta entidad acudió a La Yaya la semana pasada y habló con los chicos.
Un encuentro que, desde Desokupa, difundieron en video a través de sus redes sociales. Los chicos aseguran que les ofrecieron 3.000 euros por irse y luego, a solas (eso no sale en el video) a un portavoz le ofrecieron un sobre aparte para él por «convencer» al resto de activistas en al asamblea para que se fueran de forma voluntaria. Sino, les montarían un control de acceso para evitar que todo el que salga pueda volver a entrar. El pasado jueves, Día de la Hispanidad, tenían amenaza de desalojo y solicitaron apoyos pero, finalmente, no se presentó nadie.
Mientras, siguen amueblando y proponiendo ideas para La Yaya. Unas actividades que puede que no lleguen a ver la luz si finalmente la empresa o la Justicia actúa.
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