Universidad
Universidad: Paciente grave, diagnóstico equivocado
El problema más acuciante en estos momentos en la Universidad española es el siguiente: Un porcentaje significativo de alumnos universitarios no tiene una motivación clara para estar en la Universidad y muchos tienen unas expectativas equivocadas sobre cómo alcanzar el éxito académico.
El problema más acuciante en estos momentos en la Universidad española es el siguiente: Un porcentaje significativo de alumnos universitarios no tiene una motivación clara para estar en la Universidad y muchos tienen unas expectativas equivocadas sobre cómo alcanzar el éxito académico.
Son relativamente frecuentes, en el ámbito universitario español, los llamados congresos de innovación docente universitaria. En ellos se reflexiona, fundamentalmente, sobre la incorporación de tecnologías y metodologías innovadoras con el fin de "mejorar la docencia".
Es bien sabido que la innovación, en cualquier ámbito, remite a un problema del que ya se dispone de una solución, pero no es del todo satisfactoria. Innovar, por tanto, no es idear, generar ocurrencias, o reportar resultados de experimentos, por muy bienintencionados o complejos que éstos sean. Innovar requiere un problema, sobre el que se aplica una metodología de innovación, que podríamos resumir, por simplicidad, en las siguientes preguntas: ¿Qué intentamos resolver? ¿Qué soluciones existentes se demuestran insuficientes y por qué? ¿Qué nueva solución proponemos y por qué es mejor (según una métrica objetiva) que las existentes? ¿Qué riesgos presenta su puesta en marcha? ¿Qué coste tendrá?
Quedémonos en la primera de las preguntas anteriores: ¿Qué problema intentamos resolver mediante innovación en el ámbito de la educación universitaria?
A juicio de quien esto escribe, el problema más acuciante en estos momentos en la Universidad española es el siguiente: Un porcentaje significativo de alumnos universitarios no tiene una motivación clara para estar en la Universidad; además, del conjunto de alumnos que posee una motivación suficientemente clara, un porcentaje significativo de ellos tiene unas expectativas equivocadas sobre cómo alcanzar el éxito académico en la Universidad.
Los alumnos sin una motivación clara no deberían estar en la Universidad, pero el hecho incontrovertible es que lo están. A ello contribuye, a nuestro juicio de manera determinante, el que el acceso al sistema universitario ha devenido en cuasi-universal: en la pasada convocatoria (2017) el porcentaje de aprobados en la prueba de acceso fue del 94.2%, y en la anterior (2016) del 97.05%. ¿Qué hacer con estos alumnos desmotivados o deficientemente motivados, pero que el sistema identifica como "aptos"para la Universidad? ¿Debe la Universidad dedicarse a actuar sobre la motivación de los alumnos que recibe, comprometiendo con ello su auténtica misión formativa? ¿No sería más razonable establecer criterios más selectivos para el ingreso en el sistema universitario español?
Como decíamos, un porcentaje significativo de alumnos con la suficiente motivación acceden a la Universidad con unas expectativas inadecuadas. Estas expectativas son consecuencia de unas aptitudes y actitudes deficientes. Dentro de las aptitudes cabría destacar las siguientes: (1) conocimientos de entrada superficiales, muy fragmentados, sin unidad; (2) dificultades para el razonamiento estructurado lógicamente; (3) escasa capacidad para la comprensión lectora profunda; (4) baja capacidad de análisis; y (5) una muy limitada capacidad para la abstracción. Por lo que respecta a las actitudes deficientes: (1) graves dificultades para la atención y la concentración; (2) falta de perseverancia en el esfuerzo; (3) pésima organización del tiempo y la energía; (4) habituados a técnicas de trabajo muy poco eficaces y a sacar muy poco partido de las clases a las que asisten; y (5) incapacidad para gestionar la adversidad, cuando ésta se produce.
En el pasado los profesores se limitaban a trabajar con el alumno sobre la adquisición de competencias (nuevas aptitudes) propias de su programa de estudios, para lo cual el alumno tenía que adaptar "por su cuenta"las deficientes actitudes que pudiera tener. El problema reside ahora en que las actitudes de partida son tan malas, que no cabe una mera auto-adaptación, sino que el alumno debe ser ayudado por el profesor a realizar una completa "inversión"de éstas, lo cual requiere de un tiempo que compromete la adquisición de competencias, y, como consecuencia, sobreviene el fracaso académico (según datos del Ministerio, el 22.5% de los alumnos que ingresan en la Universidad la abandonan en su primer año).
Ni la "gamificación"de procesos, ni convertir las aulas en "centros de entretenimiento audiovisual"van a resolver estos graves problemas. La innovación que necesitamos no es tecnológica, es profundamente educativa.
* David Santos/ Director de la Escuela Politécnica Superior de la Universidad San Pablo-CEU
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